sábado, 29 de octubre de 2011

ESCUCHANDO FLAMENCO



La experiencia de escuchar flamenco en directo, aunque se interprete con micros y altavoces, es única. No puede compararse con la audición de cualquier grabación o retransmisión radiofónica o televisiva. Pero la unión del guitarrista con el cantaor es pura entelequia, es una unión ficticia pues, por mucho ensayo que hayan realizado, la actuación es el momento cumbre, cuando de verdad importa todo aquello que uno y otro (o una y otra, aunque hay que decir, una vez más, que hay ya muchas cantaoras pero muy pocas tocaoras femeninas) puedan llegar a interpretar.


El don de la improvisación es consustancial al cante jondo, tanto para la guitarra como para la voz. Aunque los dos se basen en una serie de esquemas y falsetas predeterminadas que caracterizan a cada uno de los cantes o palos, y que son variedades muchas veces del mismo tronco. Estos esquemas permiten acomodar la letra y determinados giros propios de cada cantaor según su lugar de origen, y que tradicionalmente ha venido a clasificar muchas formas del cante, aunque la mayoría de las veces no hayan fijado más que la propia “escuela” de quien lo interpreta y no su procedencia geográfica.

Pero lo que sin duda llama más la atención para el músico académico es comprobar como el guitarrista y el cantaor van cada uno por un lado, sin apenas consonancia armónica ni rítmica. En muchos casos más que un acompañamiento simultáneo, más que dos que hacen música juntos, como podría ser en cualquier música de cámara, instrumento y voz dialogan, se replican, la guitarra siempre comenta, matiza e ilustra con notas y acordes la copla cantada. Estos pequeños “interludios” sirven también para que el solista tome aliento y se concentre en la próxima estrofa. En la mirada y el gesto de ambos se deja claro la subordinación de uno a otro: el cantaor muy frecuentemente cierra los ojos, mientras que el tocaor se mantiene atento y en vilo, tanto con el traste y cuerdas del instrumento como al más mínimo suspiro y gesto de quien lleva la voz cantante. El vocalista se muestra muy cuidadoso con sus melismas y florituras, con una gran preocupación lírica de colocar bien la letra y el verso, además de dosificar sus fuerzas y repetir lo más posible el alarde respiratorio prolongado, el formar una frase elaborada con gorjeos rápidos sin romper la línea melódica. Una exhibición de fuerza y poderío que levanta y entusiasma al público. El acompañante, desde que la guitarra salió de sus propias cavernas, se mantiene, cuando llega su turno, muy concentrado en hacer de sus “solos” cuanto más barrocos y virtuosísticos mejor. El solista vocal aprovecha entonces para animarlo echándole piropos artísticos. El “punteado” y el “rasgueo” bien dosificados ponen el contrapunto occidental a una melodía arábiga que muchas se mueve entre cuartos de tono y que se acompaña de palmas “a compás”, aunque no se sepa la mayoría de las veces en qué compás estamos, pues es más importante el ritmo, el pulso frenético, en una ordenación asimétrica. Pues el ritmo está por encima de la organización regular del movimiento.


Al tener que situarnos en el ámbito de lo que llamamos la “tradición oral”, debemos mencionar  forzosamente que la gran mayoría de los flamencos cantan (o tocan) “de oído”.  Aun a pesar de los progresos que en los últimos quince o veinte años se han hecho para “domesticar” el cante y el toque y acomodarlos en el pentagrama (y ahí están la gran cantidad de publicaciones que se han realizado por variados intérpretes) no hemos conseguido aún que la mayor parte de los ejecutantes del flamenco se instruyan en el sistema musical universal. Y así, es prodigioso el “mal oído” que tienen muchos cantaores y sobre todo guitarristas para colocar los acordes convenientes y oportunos a una línea melódica que nunca se sabe por donde va a salir. La falta de educación vocal que también sufren muchos cantaores y cantaoras (y que de hecho le juegan muchas malas pasadas pues quedan afónicos a edades muy tempranas) les hace “irse de tono” con una facilidad pasmosa, dejando en muchas ocasiones al acompañante atónito y sin saber por donde salir.

Todo ello demuestra, una vez más, la falta de formación académica que sufren la práctica totalidad de los intérpretes del flamenco. Aunque también es prodigiosa la falta de oído musical que, en este sentido, tiene la mayoría del público que dice entender de flamenco, pues, dejándose llevar en muchas ocasiones por la “garra” y el “temperamento”, olvidan aspectos básicos de cualquier arte musical, como son la afinación y la proporcionalidad rítmica.

Esperemos que con la entrada del Flamenco en sus diferentes especialidades en los Conservatorios se mejoren estos defectos, pues creo que así, el cante jondo será aún más internacional de lo que ahora es, aunque para ello deba despojarse de ciertas “peculiaridades” que algunos pudieran entender como “identidad” y, por tanto, se resistan a los cambios.

(c) Salvador Daza Palacios, 2011.