miércoles, 15 de febrero de 2012

Un curioso artículo de Emilio Carrere


TERRORISMO FILARMÓNICO

[Incluimos aquí un curioso artículo del escritor madrileño Emilio Carrere (1881-1947) publicado con motivo de una huelga de músicos que dejó sin actuaciones a muchas ciudades españolas en el mes de Julio de 1933. Un incidente armado que tuvo lugar en San Sebastián provocó este humorístico y corrosivo escrito que nos ilustra bien sobre los problemas sociales y laborales que trajo consigo la “mecanización” de la música allá por los años 30 del pasado siglo. Un problema que se dio también en todos los ámbitos profesionales y que, como en las labores agrícolas, originó una gran crisis obrera]]

Una de estas madrugadas escucharon los veraneantes de la bella Easo un alarmante tableteo de detonaciones. Doce disparos de pistola, hechos desde la sombra, contra las ventanas del cabaret Colón, donde, a causa de la huelga de profesores de orquesta, está funcionando una gramola.
Ante esta manifestación del nuevo terrorismo filarmónico, los apacibles vascos de tórax hercúleo y boina pequeñita—como los modelos pictóricos de los hermanos Zubiaurre—exclamaron tranquilamente:
Son los murguistas del cabaret o así...
Como un síntoma de la descomposición anárquica del momento, asistimos a la rebelión de las graves trompas, a la revolución de los inofensivos cornetines, a la protesta de los violones líricos y petulantes y a la explosión de ese múltiple aparato de la «jazz-band», que es el delirio de la chatarra... La música viva se quiere vengar de la música en conserva. Es una protesta del hombre contra la máquina, que, según parece, es la que tiene la culpa de que ya nadie tenga dinero en el Mundo.
Nosotros abrazamos, naturalmente, la causa de los músicos contra las gramolas. Tenemos para ello la razón de haberlas soportado ya varias temporadas en los entreactos de muchos teatros madrileños. ¡Y qué ruidos producían, gran Dios! ¡Y qué conceptos tan depresivos hemos dedicado a los empresarios que substituían las viejas y melifluas orquestinas por la estridencia apocalíptica de los aparatos, con sus negros altavoces, como boca de monstruos. Indudablemente, las orejas de las Empresas teatrales y nuestras orejas no tienen la misma sensibilidad para captar las ondas sonoras. Hubiera estado muy en lo justo un acto terrorista por parte del espectador.
Pero nadie protestaba porque la mayoría de la gente está ya insensible para la armonía.
Mientras, los empresarios resolvían con comodidad la huelga de músicos, aunque éstos se quedasen sin comer. La gramola no se queja de la injusticia social ni necesita comer —sólo alguna pianola de bar se traga modestamente algunas perras gordas—.
El aparato mecánico de música ofrece algunas ventajas sobre el aparato humano que sopla en una trompa o araña las cuerdas de un violín: la más importante es que todavía no se ha constituido el Sindicato de las gramolas.
Los profesores de orquesta llevan las de perder cuando plantean la huelga a sus patronos, empresarios de teatros, dueños de cabarets o sencillamente cafeteros a la usanza clásica de los que obsequian a su distinguida parroquia con conciertos de piano y violín. La huelga es un arma terrible en manos de un panadero, de un tendero de comestibles, de un lechero o de un carnicero; pero es Inofensiva en las débiles manos que sólo saben extraer sonidos agradables de los instrumentos musicales. Comprendo que en una sociedad verdaderamente civilizada la música ha de considerarse como un artículo de primera necesidad. Pero en esta hora en que el violinista Sechiari se tira por el balcón, y Kubelik vende su instrumento porque ya nadie tiene interés en escuchar sus melodías... Ahora, con un armatoste de música mecanizada tenemos bastante. Anticipándose a los músicos, el público había declarado una huelga de orejas cerradas y de acorchada sensibilidad. Igualmente estéril sería una huelga de poetas, de articulistas de periódico, de novelistas y de filósofos. ¿Quién lee? ¿Quién sueña un poco? ¿Quién se emociona? Igual que a Ir por la calle sin sombrero, parece que la multitud se va acostumbrando a ir por la vida sin fantasía.
Nadie como yo comprende la tragedia de los músicos, que tienen que acudir al pistolerismo con el propósito de imponer –en pintoresca paradoja— los acordes y las fermatas con un acompañamiento de detonaciones. Orfeo, para amansar a las fieras, ya no usará una flauta, sino una ametralladora.

Es posible que con este nuevo estilo consigan que su arte y sus derechos no se estrellen contra la insensibilidad y contra la barbarie, y contra el espíritu mecánico de pianola que se expande por todas partes. Aunque me temo que conseguir que comprendan los bárbaros insensibles, mecanizados, materialistas, la importancia de la música, de la poesía, de la filosofía, eso no se puede lograr en estos momentos ni a tiros...
EMILIO CARRERE
(Artículo publicado en el diario La Libertad, Madrid, 22 de Julio de 1933)
(c) Por la transcripción y revisión: Salvador Daza Palacios.

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