jueves, 30 de agosto de 2012

Pleito entre carmelitas

Artículo publicado en la revista "Sanlúcar de Barrameda", correspondiente a 2012.

Frailes calzados y descalzos de Sanlúcar de Barrameda en litigio por la Hermandad del Carmen (1)

 

Salvador Daza Palacios
(A la memoria de mi querida madre Carmen)

Aún calientes los ánimos del pueblo tras el célebre proceso criminal contra el carmelita descalzo fray Pablo de San Benito, que tuvo lugar a lo largo de 1774, los miembros de esta orden religiosa se enzarzan en un pleito a causa de las denuncias interpuestas por sus hermanos los carmelitas calzados, disputándose ambos el derecho de poder manifestarse a través de la Hermandad de Nuestra Señora del Carmen.

Los carmelitas descalzos fundaron su convento en Sanlúcar el 19 de Marzo de 1641. Los calzados se instalaron unos meses más tarde, el 9 de Julio del mismo año. Ninguna de las dos órdenes se conformó con su emplazamiento primitivo y las dos se mudaron a lugares muy céntricos y próximos entre sí, lo que ocasionó pleitos, quejas y alguna que otra violencia de algunos fanáticos que tomaron partido por alguna de las demás órdenes religiosas ya instaladas, que veían peligrar su sustento y la preferencia de los feligreses con tanta abundancia de frailes(2)
Los descalzos venían de la ermita de San Roque, que estaba situada en la calle Chorrillo y en 1677 inauguraron su nueva iglesia en la calle de San Juan, en el emplazamiento que aún subsiste. Los calzados entraron en la ciudad instalándose primero en la ermita de San Sebastián, extramuros de la ciudad y posteriormente se trasladaron a un edificio situado en el Carril Nuevo, extendiéndose luego hacia la esquina de la calle Alcoba. Pero tampoco estaban contentos allí y, emulado a sus hermanos, se trasladaron a unas casas principales en la mismísima calle Ancha, frente a la calle San Jorge y ocupando todo el solar hacia la esquina de la calle Castelar. Esto ocasionó una fuerte controversia que el tiempo y la autoridad suprema del Consejo de Castilla logró apaciguar.


El historiador Velázquez Gaztelu escribe su obra en 1758 y ya entonces toma un decidido partido por los frailes descalzos frente a los calzados. Acusa a los calzados de pereza, pues en 60 años que llevaban en la calle Ancha no habían sido capaces de edificar una iglesia decente, como habían hecho las demás órdenes religiosas. También deja constancia de las «ningunas o muy cortas rentas del convento», claramente insuficientes para los 20 religiosos que componían su comunidad.
En cuanto a la cofradía de Nuestra Señora del Carmen, Velázquez Gaztelu asegura que su titular tenía un altar decente, con un «primoroso retablo» y que se fundó al mismo tiempo que el convento calzado. También destaca el hecho de que la cofradía se compone «de casi todo el pueblo, y hace sus funciones con esplendor y lucimiento». Por contra, al hacer la descripción del convento de los carmelitas descalzos no menciona en ningún momento a su cofradía, aunque si deja muy clara su mayor preferencia por esta orden, al manifestar que sus religiosos «edifican con su austera vida a esta República y la sirven como ningunos».

La guerra de carteles, origen del pleito.

Estamos en Julio de 1776. Apenas han transcurrido dos años desde que la ciudad de Sanlúcar se conmovió y alcanzó fama nacional e incluso internacional a causa de un suceso horripilante: el crimen cometido en las puertas de la Iglesia del Carmen por un fraile fanático, fray Pablo de San Benito, que degolló a una joven de 18 años delante de su propia madre, tras la misa del domingo3. Esta trágica muerte bien pronto se olvidó, pues los frailes carmelitas descalzos siguieron su vida conventual y su labor religiosa con normalidad y sin mayores problemas. Incluso pretenden celebrar con toda pompa y esplendor la festividad de la Virgen del Carmen, en el mes de Julio, colocando un tablado delante de la misma puerta de la iglesia, en el idéntico sitio que fue el escenario de aquel asesinato horrendo, para poder colocar en él a un grupo de músicos que tocaran piezas festivas y acordes con la celebración.


Una de las razones para esta ceremonia musical era que el año 1776 estaba declarado como de jubileo. Se organizaron cuatro estaciones para que las comunidades religiosas hicieran su comparecencia pública con lo mejor de sus galas. Los carmelitas descalzos fijaron en las puertas de las iglesias y en otros lugares públicos de la ciudad una convocatoria en forma de carteles para invitar al pueblo a la víspera de la Ascensión del Señor, anunciando que comparecerían en unión de la Cofradía de la Virgen del Carmen.
Al día siguiente, los calzados habían colocado encima de estos carteles otros en que avisaban que no ganarían el jubileo quien lo hiciera con los descalzos, pues la única cofradía del Carmen oficial y canónica era la de ellos.
El sacristán de los descalzos quitó de la puerta el que habían colocado los calzados, y otros vecinos pro-descalzos hicieron lo mismo con los de otros lugares, con lo cual quedaron nuevamente a la vista los carteles de los descalzos.
Los frailes calzados, indignados, quitaron a su vez estos carteles e incluso uno de sus miembros, sacerdote, en plena procesión de jubileo, arrancó de la puerta de la Parroquia Mayor un cartel y lo hizo pedazos delante de la mirada atónita de muchos vecinos y feligreses. También hizo lo mismo este fraile u otro con el cartel que estaba colocado en la Iglesia descalza, en presencia de mucha gente e incluso de dos frailes descalzos que desde la portería fueron testigos de este lance tan denigrante y afrentoso.
Igualmente pasó con el cartel colocado en la puerta del Ayuntamiento mientras había gente que lo estaba leyendo; otro, colocado en la Iglesia de la Trinidad, fue intentado arrancar por el cocinero de los calzados, pero el cartel estaba tan bien pegado que no pudo desprenderlo. Se limitó entonces a arañarlo y destrozarlo para que no se pudiera leer.
Los calzados llegaron a decir incluso que los descalzos no eran auténticos carmelitas, sino de una orden distinta, fundada por Santa Teresa. Frente a esto, los descalzos emplearon «la paciencia, la modestia y la templanza», según sus propias palabras. Aunque no podían permitir en ningún caso que los calzados se adueñasen exclusivamente del culto a la Virgen del Carmen.


El conflicto se enquistó y los calzados interpusieron una demanda judicial ante el Tribunal eclesiástico de Sevilla, que terminó dictando un auto el 5 de Mayo de 1777 por el que prohibía al convento descalzo «toda procesión y función de la Señora».
En ese estado, intervino en el litigio el fiscal de la Real Audiencia de Sevilla, que pidió el expediente al provisor, al tratarse de cuestiones cofrades que afectaban también a individuos seglares y no sólo a religiosos. Paralelamente, los calzados obtuvieron un nuevo decreto contra los descalzos del Tribunal eclesiástico sevillano, fechado el 15 de Julio de 1777, para que los beneficiados de la Iglesia Parroquial no le franquearan «la cruz parroquial para procesión alguna que se intentara sacar de la Iglesia de los descalzos».
La Real Audiencia acordó, por un auto de 18 de Septiembre de 1777, enviar todo el expediente al Consejo de Castilla, por mediación de su fiscal general, Pedro Rodríguez Campomanes.

El pleito establecido obligó a las dos órdenes, calzados y descalzos, a presentar ante el Supremo Consejo sus reglas, constituciones y demás documentos fundacionales, así como a nombrar procuradores en Madrid para que les defendieran.

Razones históricas y jurídicas.

El fundamento legal que esgrimen los descalzos para defenderse de la denuncia presentada por sus hermanos, es que su Cofradía del Carmen descalzo fue erigida por su orden religiosa el 1 de Mayo de 1641, es decir, antes de que se fundara el convento de los calzados, que lo hizo el 9 de Julio del mismo año. La primitiva Hermandad admitió en sus principios a un «cuerpo político y externo», ajeno a la misma orden. Estaba integrada por su hermano mayor y demás oficiales que atendían «a lo ministerial de su cuerpo». La licencia de aprobación de esta hermandad fue cursada por el provincial de los carmelitas descalzos fray Luis de San Gerónimo.
La Hermandad de los descalzos fue fundada por pilotos marinos: Pedro González, Diego Fernández (dos con el mismo nombre) y Pedro Martín, vinculan ya desde su misma creación a esta imagen con los navegantes, aunque hay que destacar que era muy común que los hombres de la mar eligieran Vírgenes protectoras, como pudieron ser en otras épocas y categorías, la Virgen del Rosario (en el convento dominico) y la Virgen del Buen Viaje (en el convento de los capuchinos). También integraron la primera fundación del Carmelo descalzo los alféreces Cristóbal Ramos y Juan Parrilla, así como los licenciados Pedro de Cuéllar y Francisco García Copete, éste último, presbítero secular, que ejerce como notario apostólico del Tribunal de Sevilla, además de otros vecinos y feligreses del Barrio de la Balsa y Mazacote, como Gaspar de los Reyes y Cristóbal Franco. Todos ellos se constituyeron en Hermandad y nombraron como hermanos mayores a los ya mencionados Cristóbal Ramos y Pedro González, y como mayordomo a Juan Ximénez.

Luis de León Garavito, vicario de Sanlúcar, aprobó los estatutos de la Hermandad, validando los actos celebrados para tal fin, con presencia y autoridad del ya citado provincial fray Luis de San Gerónimo.
Juan de Rivera, provisor y vicario general de Sevilla, en nombre del arzobispo Agustín Espínola, aprobó los estatutos de la Hermandad del Carmen instituida en el convento de los descalzos, con algunas correcciones a sus reglas, tales como que el incumplimiento de las normas no acarrearía a sus hermanos un pecado mortal sino sólo una pena pecuniaria. Pero hay que destacar que esta aprobación del tribunal eclesiástico de la archidiócesis no tuvo lugar hasta el 3 de Julio de 1648, es decir, siete años después de su fundación y luego que los calzados aprobaran su cofradía.
Aunque la comunidad, escarmentada «por los ruidos que traen consigo dichos cuerpos, y de los abusos que introducen en la misma cofradía por sus intereses particulares, suprimió el dicho «cuerpo de Hermandad». Una supresión que no le afectaba a la orden religiosa ya que se consideraba «accidental y extrínseco» a la misma. Además, esta disolución se vio ratificada en una bula de Clemente XII en el año 17374.
Tomó así la propia orden descalza a su cargo los cultos a la Virgen del Carmen, que patrocinaba con sus propios recursos y limosnas que algunos fieles voluntariamente daban. No existía por tanto la Hermandad como tal (y de hecho ya hemos visto como Velázquez Gaztelu no la menciona en 1758), aunque en las mismas circunstancias estaba la Cofradía del Carmen de los Calzados de Jerez de la Frontera, que tampoco tenía hermano mayor y oficiales o hermanos, y a pesar de ello era «una de las más lucidas y que con más esplendor celebra los cultos de Nuestra Madre».

Defensores en Madrid

El pleito llega a Madrid a fines de Septiembre de 1777 y los consejeros de Castilla ordenan su pase a los fiscales para que emitiesen su informe.
Mientras tanto, el prior de los carmelitas calzados, fray Josef de Castro, y el hermano mayor de la cofradía del Carmen, el regidor municipal Joaquín Martínez de Grimaldo y Loaiza, otorgan un poder para pleitos al procurador de Madrid don Juan García y Santa Columba. La escritura de poder está redactada y validada por el escribano sanluqueño Narciso de Rivera. Santa Columba, tal y como le llega el poder notarial a Madrid, delega en Francisco Antonio Melendreras. Este procurador se puso manos a la obra y suscribiría el escrito de alegato y defensa del derecho que creían tener los calzados a ejercer el culto a la Virgen carmelitana, pues ya desde 1644 habían fundado la misma en Sanlúcar de Barrameda.
Los descalzos, por su parte, tenían como procurador general a un miembro de su propia orden, el presbítero fray Manuel de San Vicente, morador en el convento de San Hermenegildo del mismo Madrid, quien delegó en un procurador habitual de los tribunales como Miguel Benigno Barragán. Éste, sin enterarse en profundidad del asunto, presenta en su alegato de defensa su contradicción a cualquier pretensión que presente «el convento o hermandad de la antigua observancia de dicha ciudad de Jerez (sic)». Se confunde nuestro hombre de ciudad, y el secretario del tribunal, sin comprender tampoco nada, anota en el expediente: «El padre procurador general del Carmen descalzo, en defensa del Convento del mismo orden de la ciudad de Jerez de la Frontera». En fin, los habituales errores judiciales.

Un célebre fraile carmelita descalzo del siglo XVIII

Lo que sí aporta el defensor de los descalzos como aval es un decreto interno del padre general de los Carmelitas descalzos de España, fray Francisco de la Presentación, por el que, en base a unas letras pontificias del Papa Clemente XIV, fechadas en 29 de Abril de 1772, concedía validez canónica a todas las hermandades que subsistieran fundadas en lo antiguo en los conventos de los descalzos5. No deja de ser curioso que el decreto excluya expresamente a las monjas descalzas, pues, según las leyes canónicas y políticas, no podían existir cofradías en los conventos femeninos6.
La hermandad de los calzados, por su parte, aporta sus reglas y constituciones, que fueron impresas en la imprenta de don Manuel Barberi en el año –curiosa coincidencia– 1774, un año fatídico para los descalzos a causa del ya citado crimen cometido por fray Pablo de San Benito. En estas reglas explican que no debía haber en el pueblo más que una sola cofradía del Carmen y debía residir (como así ocurría) en su convento7. Sólo esta Hermandad podía pedir las limosnas y conceder las indulgencias, gracias y perdones, así como organizar las procesiones y llevar el control del libro de hermanos. Los demás conventos podían otorgar el santo escapulario8 a quien lo pidiera, pero éste no surtiría el efecto deseado si no se apuntaba previamente en el libro de hermanos que existía sólo en el convento calzado.

La labor social de esta cofradía (como de otras muchas en el Antiguo Régimen) era verdaderamente útil, pues a todos los hermanos que estuviesen al corriente de sus cuotas destinadas a sostener el culto de la imagen de la Madre del Carmen, en el momento del fallecimiento, gozarían de todos los sufragios generales, anuales y mensuales que organizara la cofradía, además de su asistencia al entierro del hermano o hermana con las insignias de la orden, cirios, caja o féretro y paño negro. «Así mismo gozan del privilegio los hermanos difuntos de poder enterrarse en cualquiera de las cuatro sepulturas que la Hermandad tiene propias en la iglesia de carmelitas calzados, sin exigir estipendio alguno». Y pagando 30 reales de vellón, podrían también disfrutar «de una misa de cuerpo presente, vigilia oficial de sepultura y responso». Todos los hermanos y hermanas tenían el privilegio de poder enterrarse en la bóveda situada en la nave donde estaba la santa imagen del Carmen, así como recibir el particular sufragio de honras fúnebres al día siguiente de su fallecimiento, con misa cantada, vigilia y responso.
Claro que todas estas ventajas las disfrutaban también los hermanos de la cofradía de los descalzos, incluida además la presencia de dos frailes que ayudarían «a bien morir» a aquellos hermanos que lo solicitasen cuando ya estuvieran en una situación irreversible.

Graves y públicos incidentes 
 
El conflicto estalló en las calles de Sanlúcar. Por el testimonio presentado en 1779 ante el Consejo de Castilla por el prior de los carmelitas descalzos, fray Juan de San Rafael, podemos conocer con detalle los graves incidentes que se produjeron con motivo de este pleito9.

El prior de los descalzos comienza quejándose de que desde hacía ya tres años sus hermanos calzados, en unión de la Hermandad del Carmen sita en el convento calzado, les hacían la vida imposible. Habían tenido que aguantar toda clase de vejaciones, que habían sufrido en silencio y con la mayor de las paciencias.

La razón del conflicto partía de que los calzados estimaban que en la ciudad sólo podía existir una hermandad (la de ellos), cuando, según los descalzos no tenía por qué haber una sola, pues esa cuestión se dirimió mediante una bula de concordia expedida por el papa Paulo V en 1617, que comenzaba “Ubi fratres carmelitani”. Ambas corporaciones habían establecido sus razones históricas y jurídicas pero ni el tribunal eclesiástico ni la Real Audiencia de Sevilla habían podido aclarar el pleito y en recurso de fuerza había llegado hasta la más alta instancia del Consejo de Castilla.
También destaca en su escrito el prior fray Juan de San Rafael que ya se suscitó un pleito parecido en Écija y que se solventó uniendo a ambos cuerpos religiosos en concordia y haciendo que, aunque hubiese dos hermandades, una en cada convento, era sólo una en lo espiritual, hecho que fue refrendado por varios pontífices. A ello había que añadir que en el caso de otras órdenes religiosas, como la de San Francisco, existía la Orden Tercera, que equivalía a una cofradía en todos los conventos franciscanos, fuesen capuchinos o de otra cualquier otra rama.

También se había suscitado este pleito en Murcia y el provisor de Cartagena le había dado la razón a los descalzos. Pero esto había ocurrido en Diciembre de 1699.
En cuanto al intento de prohibir las procesiones de los descalzos, el prior fray Juan de San Rafael no entendía en qué se basaban los calzados para ser los únicos en poder sacar a la Virgen, pues todos los conventos del orbe católico celebraban sus desfiles con sus patrones. No dudan en calificar esta prohibición como una demostración de una “mala fe” impropia de hombres religiosos, pues por la mente de los descalzos no pasaba en ningún momento la idea de sacar la procesión del Carmen mientras no se fallase el pleito. Lo contrario «jamás cabría en cabeza de hombre cuerdo», dice el prior de los descalzos.

Todo eran calumnias y difamaciones, con el propósito encubierto de aburrir a la comunidad descalza, criminalizándola y causando escándalos infundados. Todo el mundo sabía que la iglesia del Carmen descalzo no tenía claustro por donde sacar sus procesiones, y debían sacarlas por el exterior del templo. Los calzados esperaban que los descalzos infrigieran la prohibición dictada para así poder calificar a la comunidad de «inobediente y usurpadora», y acusarla de «escándalo y de perturbadora del sosiego público».

Crónica de los despropósitos

Los cuatro años (1776 a 1779) en que los calzados habían tenido la primacía, habían llevado a su Virgen hasta las mismas puertas de la iglesia de los descalzos en la calle San Juan. Éste recorrido nunca antes lo habían hecho. Lo hacían siempre sin anunciar y sin invitar a la comunidad descalza a que los recibiera en la puerta del templo, como hacían otras hermandades (costumbre que se ha mantenido hasta hoy día).
A pesar de esto, los frailes descalzos salían a ofrecer su cortesía para que el pueblo viese que estaban dispuestos al diálogo y a la convivencia con sus contrarios. Colocaron en 1776 y 1777 la imagen del patrón carmelita San José en la puerta. Pero los calzados les respondieron volviéndoles la espalda y pasando rápido sin detener las imágenes de San Elías (otro patrón carmelita) ni la de la Virgen del Carmen. Además ordenaron a la música que acompañaba al cortejo que no cantase ni tocase.
Por último, «las risas de unos y las señas de otros, así de religiosos como de cofrades», causaron la vergüenza y el sonrojo a los descalzos, sintiendo que hacían mofa de ellos. Esto ocurrió el primer año. Al año siguiente, todo el pueblo estaba en expectación a ver si se volvía a repetir el despropósito. Pero los músicos se pusieron de acuerdo en que no volverían a repetir el mismo desprecio del año anterior y, aun a pesar de que el hermano mayor de la cofradía, Joaquín Martínez de Grimaldo, les avisó para que no cantasen, ellos hicieron caso omiso e interpretaron sus motetes en la puerta de la Iglesia del Carmen descalzo, como era el estilo de las capillas de música que acompañaban a las procesiones.

El prior de los calzados y el hermano mayor, enfadados con esta desobediencia, «cargaron sobre los músicos para impedirles la cantada» y se enzarzaron en una discusión escandalosa10. Como consecuencia de estos hechos lamentables se desorganizó la procesión y causó la consiguiente vergüenza a la comunidad descalza y a todos los que contemplaban “el espectáculo”.
Para evitar estos males, en 1778 la Hermandad de los calzados se trajo los músicos de fuera de Sanlúcar. Con este panorama, que anunciaba una nueva refriega delante de la Iglesia del Carmen, los descalzos, tras un debate en capítulo durante más de dos horas, decidió que como la procesión se iba a celebrar el 19 de Julio, que era la víspera de San Elías, dejarían las puertas abiertas de la iglesia para que todo el mundo viera que los descalzos estaban ocupados en los cultos a su patrón y por eso no estaban en la puerta. Pero a pesar de esto hubo incidentes, pues mucha gente consideró que el volver a pasar por delante de la iglesia descalza era una provocación de los calzados a sus hermanos de hábito.

 Al año siguiente, 1779, los calzados quisieron intentar otra vez su maniobra, pero los descalzos repitieron su estrategia y se emplearon en la celebración de la novena a la Virgen, cuyos cultos se estarían celebrando simultáneamente al paso de la procesión. Los calzados entonces retrasaron la salida hasta las siete de la tarde, cuando la tenían anunciada a las cinco y media, y cambiaron el recorrido para que cuando pasaran por delante de la iglesia descalza ya hubiera concluido la novena y a los frailes no les quedara más remedio que comparecer en la puerta a rendir pleitesía a la hermandad calzada.
Llegó la procesión y cantó la capilla delante de la iglesia, mientras la comunidad descalza estaba aún en el coro. Desde allí pudieron oír la cantata que interpretó la capilla de música por orden de los calzados y de su hermandad carmelita, y que decía:

Arma, arma
Guerra, guerra,
venza a la envidia,
a la envidia venza.

Así estuvo la capilla repitiendo una y otra vez este estribillo irritante y bélico, a pesar de que el Santísimo estaba expuesto y el celebrante pronunciaba en ese momento la homilía. Siguieron cantando los músicos por espacio de tres cuartos de hora, con la anuencia incluso del alcalde mayor, Josef Duran y Flores. El concierto a las puertas del templo impidió que los cultos que se celebraban en el interior pudieran ser bien oídos por los fieles.
«Alboroto, asonada, motín, ruido», son los calificativos que emplea el prior para definir esta situación violentísima, promovida también «por un juez que debe ser imparcial», refiriéndose al alcalde Durán Flores. Los calzados se entretuvieron tanto en esta maniobra que llegaron a la recogida en su templo cuando era ya de noche, infringiendo así las normas dictadas por el Consejo.
El hecho de que Durán Flores tomase partido por los calzados tenía su origen en su gran amistad con el escribano Narciso de Rivera, que era el «principal móvil de la disputa», según habían entendido los descalzos tras observar todas las operaciones ejecutadas por los calzados. Y el alcalde, al parecer, era de la opinión de que había que suprimir el convento de los descalzos y lo intentaría conseguir antes de acabar el tiempo de su mandato en Sanlúcar11.

La música, en el centro de la polémica.

El 24 de Julio de 1779, un vecino de Cádiz, Lutgardo Viaña, se había comprometido a pagar a los descalzos todos los gastos que ocasionare la función a la Virgen del Carmen, incluidos los gastos de su víspera. Ésta consistía, al igual que se hacía en Cádiz y se había hecho en Sanlúcar en diversas ocasiones, en un repique de campanas por la noche, a la hora de la queda, intercalando piezas de música en sus intervalos y tocándose instrumentos musicales en el pórtico o atrio de la iglesia, en los balcones o en la misma torre del campanario.
Don Lutgardo colocó un tablado en la puerta del Carmen y dentro del propio pórtico para colocar allí la orquesta, todo pagado de su propio bolsillo. Pero el alcalde Durán, enterado, prohibió la tocata mediante un auto judicial, alegando que los conciertos en las puertas de las iglesias estaban prohibidos en todo el Reino.
Los descalzos analizan esta prohibición en clave de enemistad manifiesta contra ellos del alcalde, que con un espíritu de parcialidad impropio de un funcionario de la Justicia, trataba de favorecer a los calzados y a su hermandad, echando aún más leña al fuego de la discordia, en unión del ya citado escribano Narciso de Rivera. Los calzados se habían quejado al alcalde de que los descalzos les quitaban las limosnas para la Virgen del Carmen, pues solo ellos tenían facultad para pedirlas, pues no había más hermandad que la suya, insistían, así que los católicos que pagasen a los descalzos no obtendrían las gracias e indulgencias que concedía la hermandad a través del Santo Escapulario del Carmen. Pero todo era, explicaba el prior fray Juan de San Rafael, por puro interés económico, pues la hermandad de los calzados organizaba incluso rifas, donde sorteaban comestibles e incluso alhajas, y cuyo dinero no se empleaba en el culto a la Virgen, sino en pleitear contra los descalzos, pagando abogados y procuradores, etc.
Querían eliminar con ello todo culto a la Virgen del Carmen en los descalzos, alegando que éstos no eran carmelitas, sino “teresos”, por lo que el escapulario que entregaban a los fieles no otorgaba ninguna gracia ni indulgencia. Los calzados se habían encargado de esparcir estas especies «entre la gente sencilla» y habían sembrado la misma doctrina «entre las dos comunidades de religiosas dominicas y franciscanas» muchas de las cuales vestían el escapulario que les habían entregado los descalzos en propia mano.

Diligencias y final incierto.

El escribano Juan Cadaval, el 18 de Septiembre de 1779 autentifica todos los documentos presentados por los descalzos, dejando constancia de que muchos de ellos estaban «corroídos en sus márgenes exteriores, por lo destrozado del libro y por la misma antigüedad de lo escrito». Así que al transcribir algunos, dejó en blanco algunas palabras que no podían leerse. También certifica que había revisado el libro registro de hermanos y constaban asientos desde su fundación hasta el mismo año 1779, por lo que se debía deducir que la hermandad estuvo funcionando durante todos esos años, más de 138.
En otro documento, el notario apostólico de la vicaría sanluqueña, Agustín de Herrera12, levantó testimonio de todo lo ocurrido el 23 de Julio de 1779, desde que se le comunicó al prior el auto del alcalde mayor prohibiendo el concierto musical hasta que, pasadas las diez de la noche, se retiró a sus aposentos. El notario comprobó que la orden no fue acatada por el prior, pues desde las nueve hasta las diez de la noche, las campanas del Carmen estuvieron repicando y los músicos contratados por Lutgardo Viaña, colocados en la torre del campanario, fueron intercalando piezas musicales sin que nadie les molestara.
El prior se amparó en que había recurrido el mandato judicial ante el vicario local, Rodrigo Pérez Viadas, con la ayuda del notario Herrera. El vicario, repitiendo sus propios pasos en el proceso criminal contra fray Pablo, ordenó que se consultase el asunto con el abogado Máximo Zozaya, a quien nombraba su asesor jurídico en este expediente. Zozaya se limitó a aconsejar al vicario que no se pronunciara sobre el caso, ya que había sido el provisor general de Sevilla (un juez superior) el que había decretado la suspensión de la procesión de los descalzos y a él, como delegado inferior no se le permitía decidir los asuntos ya sentenciados. No estimó pues el vicario la reclamación realizada el mismo 23 de Julio de 1779 por el prior descalzo fray Juan de San Rafael, quien, a pesar de este revés, decidió seguir adelante con su programa musical, permitiendo que las fanfarrias que anunciaban la festividad de la Virgen del Carmen sonaran con total libertad en la torre de la Iglesia.

El caso aún coleaba a fines del siglo XVIII. El pronunciamiento del fiscal del Consejo de Castilla dándole un tirón de orejas a la Real Audiencia de Sevilla paralizó el proceso durante dos décadas. La Audiencia debía haber resuelto el pleito y el recurso de fuerza introducido, recogiendo las constituciones de la hermandad y una vez realizado todo este procedimiento, enviarlo al Consejo para que éste dictase la sentencia definitiva, tal y como había hecho en otras ocasiones. Así que el proceso sería devuelto a Sevilla para que fuera este tribunal el que resolviese sobre la cuestión y luego, con su dictamen correspondiente, se enviara nuevamente a Madrid para que el Consejo lo validara.
Hasta aquí llegan las informaciones disponibles sobre este caso. Su final incierto hace que aún en 1803 existan diligencias en el expediente que no llegaron a ninguna conclusión efectiva. De ello se encargaría la entrada de los franceses en España cinco años después, con la consiguiente exclaustración de los dos conventos carmelitanos de Sanlúcar y la desaparición de sus fundaciones cofrades en honor de la Virgen del Carmen.

NOTAS:

1. AHN, Consejos, leg. 740, nº 6: El Regente de la Real Audiencia de Sevilla, remite los autos formados con motivo del recurso de fuerza que introdujo el fiscal de S.M. De conocer y proceder el provisor de Sevilla en los que sigue la Hermandad de Ntra. Sra. del Carmen, sita en el convento de Sanlúcar de Barrameda, sobre que en el de los descalzos no haya otra semejante. En una pieza con 74 fols. y un libro de ordenanzas de la dicha hermandad con 15 págs.. Años 1776 a 1803.
2. VELAZQUEZ GAZTELU: Fundación de todas las iglesias, conventos y ermitas de Sanlúcar de Barrameda (1758), Sanlúcar, 1995, pp. 451 y ss.
3. DAZA PALACIOS, S. / PRIETO CORBALÁN, Mª R.: Proceso criminal contra fray Pablo de San Benito. Univ. de Sevila, 1998.
4. Resulta curioso que fuese este año precisamente, pues fue el mismo año en el que los carmelitas descalzos se instalan en la ciudad de Cádiz e inauguran su magnífico templo de la Alameda, aunque hasta 1761 no conseguirán el traslado de la Virgen del Carmen desde la Iglesia conventual de Santo Domingo. (BENGOECHEA, I.: “Efemérides carmelitanas” , en Diario de Cádiz, 16 de Julio de 1996, p. 4)
5. AHN, Ibíd., f. 15. En el citado artículo de BENGOECHEA, se recoge que el 25 de Noviembre de 1776 el mismo padre general otorgó a la Cofradía del Carmen de Cádiz la Carta de Hermandad carmelitana.
6. El decreto está firmado por el padre general en Córdoba y refrendado por el secretario general de la Orden, fray Juan de la Virgen, el 24 de Octubre de 1777, es decir, una vez planteado el litigio carmelitano.
7. Como dato curioso y comparativo, debemos reseñar que la fundación de la Hermandad del Carmen en la ciudad de Cádiz se llevó a cabo en el Convento de Santo Domingo en 1638 pues aún no existía ningún fundación carmelitana en la capital. Así que se deja constancia en su escritura fundacional que «si en algún tiempo viniese convento de Carmelitas descalzos a situarse en esta ciudad, que al punto que esté fundado, ésta dicha Cofradía se ha de mudar y poner en el dicho Convento con todo lo que le tocare y perteneciere» (HORMIGO SÁNCHEZ, E.: “El acta de fundación de la archicofradía del Carmen”, en Diario de Cádiz, 7 de Julio de 1996, p. 4)
8. Según los carmelitas, quien muriera con el escapulario puesto pasaría muy poco tiempo en el purgatorio.
9. AHN, Consejos, leg. 740, exp. 6, ff. 42-60.
10. Todo ello lo supieron por boca de don Francisco Zedillos, bajonista de la Capilla de Música, que informó a los padres descalzos de todo lo ocurrido.
11. A este respecto, puede consultarse DAZA PALACIOS, Salvador: “La fallida mudanza de los carmelitas descalzos”, Art. inédito. (2010)
12. Un viejo conocido de los carmelitas descalzos, dado que fue el procurador que defendió a fray Pablo de San Benito.

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