sábado, 1 de octubre de 2016
EL ULTIMO DISCURSO DE JOSE ANTONIO PRIMO DE RIVERA (SANLUCAR DE BARRAMEDA, 1936)
(Artículo publicado en la revista "Andalucía en la Historia", editada por el Centro de Estudios Andaluces, Consejería de Presidencia, Junta de Andalucía. Número correspondiente a Octubre de 2008)
EL CRIMEN DEL DOCTOR FRANCESCHI: SANLUCAR DE BARRAMEDA, 1929
(Artículo publicado en Enero de 2008 en la revista "Andalucía en la Historia", editada por el Centro de Estudios Andaluces. Consejería de Presidencia, Junta de Andalucía)
ANDALUCIA SEGUN "THE TIMES": Las carencias del perfecto Edén.
(Artículo publicado por la revista "Andalucía en la Historia" en Abril de 2009. Publicación del Centro de Estudios Andaluces. Consejería de Presidencia de la Junta de Andalucía)
domingo, 28 de agosto de 2016
EL BAILE DE LA TARANTULA: UN CASO EN LA SANLUCAR DE 1907.
Por Salvador Daza Palacios
Cuenta una leyenda de la ciudad
italiana de Tarento que la mordedura de la tarántula acarreaba la muerte, a
menos que el afectado o afectada bailara hasta el agotamiento para poder
expulsar el veneno por medio del sudor. De esta forma, el baile de la tarantela
suponía un remedio para evitar una muerte segura. Se trataba de una danza de
origen napolitano, extendida por todo el sur de Italia.
El tarantismo fue una enfermedad
muy extendida desde el siglo XIII al XVIII, causada por la picadura de la Lycosa tarantula, la araña más grande de
Europa. Actualmente, el tarantismo ha desaparecido pues no se considera mortal
la picadura, aunque la especie causante sigue existiendo.
En nuestro país, hacia 1772,
existían doctores especialistas en tarantismo en la Real Sociedad Médica de
Sevilla que defendían la maravillosa utilidad de la música para curar los
«prodigiosos efectos del veneno de la tarántula[i]». Uno
de ellos era el médico Juan de Pereira, socio de número y consiliario primero
de dicha Sociedad[ii], aunque existían pocos
testimonios de que se hubiesen realizado curaciones por este medio.
En 1785 se publicó el interesante
tratado de otro galeno llamado Irañeta, pero éste se decanta, como medio para
la curación de la picadura, por la sangría del afectado, para que así expulsase
los malos humores del tósigo, además de prescribirle aceites laxantes y otros
remedios terapéuticos como el vinagre, el alkali volátil y el agua de luz[iii]…
«Es muy sabida la práctica de
curar el Tarantismo con la música, y ciertamente cualquiera que se haga cargo
del poder que ésta tiene sobre nuestros nervios, como también de los efectos
prodigiosos que ha causado, y nos cuentan escritores de todas edades, no tendrá
por muy acertado el dictamen que absolutamente negase su virtud contra la
enfermedad de que hablamos».
Irañeta se
remonta nada menos que a Pitágoras, muerto 499 años antes de Cristo, para
justificar esta práctica musical. Y así lo recogían algunos autores, que
aseguraban la curación por este medio. Aunque reconocía que no era un método
infalible, ni mucho menos, «pues muchos mueren sin embargo de habérseles
socorrido con la música». Además, muy pocos conseguían la total curación por
este medio, pues los que sanaron gracias a este remedio volvían a recaer una o
dos veces cada año.
Por consiguiente, Irañeta se inclinaba
más por su propio método que por el remedio musical, pues era un método
«seguro, breve y cómodo», mientras que en el tradicional los enfermos
necesitaban para su curación de cuatro a seis días de música, así como de
movimientos continuados o saltos violentos, durante doce horas al día. Confiesa
en su tratado finalmente que lo había escrito para los «inteligentes» que lo
juzgarían con imparcialidad y que su método terapéutico no tenía «la más leve
adhesión a vulgaridades».
Otro tratado interesante sobre el
tarantismo es el de Francisco Xavier Cid[iv],
quien califica a la sonata de la tarantela como «cierto sonido armónico
bastante vivo y acelerado entre fandango, folías y canario, o una mezcla de
todas estas sonatas, muy propio y aún específico para excitar a los ya
moribundos infectos del veneno». Y estaba especialmente indicada para ello,
pues debía ser tocada de una forma rápida y muy rítmica: «ha de ser una música
viva e impelente, que eficazmente mueva los nervios del enfermo». Con todo
ello, Cid se convierte en un firme defensor de la musicoterapia, un método al
que consideraba como herramienta útil para la curación de diversas dolencias
que en su época no tenían un tratamiento específico, como aquellas en las que
«la razón se advierta desquiciada, formal delirio, o que domine vehemente
pasión». Y lo que era aún, mejor, sin dejar efectos indeseados o secundarios[v].
En otros tratados contemporáneos
se describe el tarantismo con los síntomas de depresión, fiebre y delirio. El
contagio del “éxtasis de la danza” producía histerias colectivas ya que pueblos
enteros se veían afectados y salían a bailar aunque las personas no hubiesen
sido picadas por araña alguna. Así parece que surgió la tarantela, con el fin
de conjurar los males del veneno y del mal en general mediante un baile muy
movido que se ejecuta al compás de seis por ocho.
En alguna zona de España se
afirmaba que el "Baile de la Tarantela" aliviaba los efectos de la picadura,
y también se aseguraba que si se acompañaba al herido con guitarras durante el
baile, la araña causante sintonizaría con los guitarristas que ejecutaban la
pieza, dado que muchos veían en ella un dibujo semejante a una guitarra.
Sin embargo, lo importante en el
tratamiento de dicha enfermedad era que el enfermo sudara profusamente para que
la ponzoña fuese eliminada. A veces se le daba a beber alcohol y cuando se
desvanecía era introducido en hornos muy calientes, lo cual le provocaba aún más
sudor. Muchas veces el final del tratamiento acababa con la muerte del afectado.
A algunos estudiosos la danza les recuerda el histérico baile de San Vito, algo
así como una locura colectiva que contagiaba a mucha gente[vi].
Según un manuscrito del siglo
XVIII existente en el Archivo Nacional, «cuando un hombre mordido por la
tarántula queda sin movimiento ni conocimiento, un músico prueba varios sones,
y cuando ha encontrado el que conviene al enfermo, se le ve empezar a moverse.
Primero mueve los dedos a compás, luego los brazos y piernas y después todo el
cuerpo. En fin se pone en pie y empieza a bailar, aumentando siempre la fuerza
y actividad. Hay quien se está sin parar bailando seis horas. Después se pone
en la cama y cuando se juzga descansado del primer baile, se le saca de la
cama. Se toca el mismo son y vuelve a bailar. Este ejercicio dura a lo más 6 ó
7 días, hasta que el enfermo se fatiga sin poder bailar más, lo que anuncia su
curación, porque mientras dura el veneno bailaría si se quisiera hasta morirse
de cansancio. Finalmente, poco a poco le vuelve el conocimiento y despierta
como de un profundo sueño, sin acordarse de lo que ha pasado durante su
enfermedad ni de la danza[vii]».
Sin embargo, en otro documento
del mismo legajo, el remedio que se prescribe para una muchacha afectada es totalmente
diferente: «si lo que padece es tarantela,
que mame leche de cabras a tarde y mañana, y cuidado que ha de ser mamada, que
no sirve ordeñada. Que coma de todo lo que quiera, y solo se guarde de comer
queso; que use del agua caliente a todo pasto, y si vomita, que beba hasta que
se le quede en el cuerpo el agua. Ésta se ha de calentar para todos en vasija
de barro nueva; que le toquen la vihuela; que le armen músicas y la diviertan».
Todo ello terminaría
confirmándolo un siglo después, de forma humorística y popular, el libreto de
Julián Romea para la magistral zarzuela “La Tempranica”, del maestro Gerónimo
Giménez (estrenada en 1900) en su archiconocido y divertido zapateado de Grabié
(que tiene un ritmo de 6/8 al igual que la tarantela italiana):
Grabié:
La tarántula é un bicho mú malo;
No se mata con piera ni palo;
Que juye y se mete por tós los
rincones
Y son mú malinas sus picazones.
¡Ay mare!, no zé que tengo
Que ayé pazé por la era
Y ha principiaito a entrarme
Er má de la temblaera.
Zerá q'a mí me ha picáo
Y estoy toitico enfermáo.
Por su sangre tan endina.
¡Te coman los mengues
Mardita la araña
Que tié en la barriga
Pintá una guitarra!
Bailando se cura tan jondo doló.
¡Ay! ¡Mal haya la araña que a mí
me picó!
No le temo á los rayos ni balas
Ni le temo á otra cosa más mala
Que me hizo mi pare;
Más guapo que “er Gayo”
Pero á ese bichito lo parta un
rayo.
¡Ay mare! yo estoy malito.
Me está entrando unos suores
Que me han dejaito seco
Y comío de picores.
Zerá que á mí me ha picáo
La tarántula dañina,
Por eso me he quedao
Más dergao que una sardina.
Lo ocurrido en Sanlúcar en 1907.
Siete años después del estreno de
tan célebre zarzuela, aún se daban casos de mordeduras de tarántulas en
Sanlúcar de Barrameda. Pero lo más sorprendente sin duda es que aún se aplicaba
el remedio musical para ello, aun a pesar de los avances médicos. Así lo relató
el diario madrileño El País,
haciéndose eco de lo publicado por un periódico sanluqueño en los primeros días
de julio de 1907:
SANLÚCAR. España pintoresca.— La tarántula
Leemos en un
periódico de Sanlúcar de Barrameda:
«Encontrándose
anteayer echada sobre un rastrojo de cebada en el campo de Cortés, del pago de
la Jara, la vecina de ésta, Carmen Ortega, de treinta años de edad, soltera y
natural de Chiclana, tuvo la desgracia de que le picara una tarántula en una
pierna, profiriendo grandes gritos por los agudos dolores que sentía.
Trasladada a su
domicilio de la calle Abades, antiguo horno de Lemos, manifestó deseos de ser
tratada por el procedimiento de la guitarra, siendo llamados al efecto los
profesores Pallares, Pecho y Pulet, que tocaron repetidamente la tarántula,
entrando la enferma en la excitación nerviosa como a la media hora, rompiendo a
poco en sudor copioso, y logrando sostenerse en agitación más de cuarenta y
ocho horas, con lo que los entendidos la suponen fuera de peligro.
La mujer en
cuestión es mandadera de la cárcel, y por su pobreza, todos los que han intervenido
en su curación lo han hecho por caridad[viii]».
El mismo año, y sin duda animado
por la exótica noticia de lo ocurrido en Sanlúcar, apareció en un diario de
Badajoz un delirante artículo titulado “Curación filarmónica”. En él, su autor
anónimo se hace eco, con un punto de humor, de los primeros experimentos de la
musicoterapia, o sea, de la curación de diferentes dolencias a través de la
música. Indicando a determinados compositores y obras como antídotos de
enfermedades o remedios eficaces para su alivio: «La verdad es que la famosa tarantela para guitarra cura en España,
en Andalucía sobre todo, a los picados por la tarántula[ix]».
Célebres compositores han escrito
tarantelas. La lista sería bastante larga. La más célebre sin duda, la de
Rossini. https://www.youtube.com/watch?v=5FsKXrLMB
Por su especial vinculación con Sanlúcar, donde actuó en varias ocasiones, también incluyo la magnífica "Gran Tarantella" del compositor y célebre pianista Louis Marie Gottschalk (1829-1869)
https://www.youtube.com/watch?v=E4Nkj7kF-3U
Además, el flamenco ha recogido
como uno de sus palos la “taranta”, cuya procedencia está por desvelar, pero
que quizás se pudiese tratar de una réplica andaluza del aire napolitano.
4. CID, Francisco Xavier: Tarantismo observado en
España con que se prueba el de Pulla, dudado de algunos y tratado de otros de
fabuloso. Y memorias para escribir la historia del insecto llamado tarántula,
efectos de su veneno en el cuerpo humano, y curación por la música con el modo
de obrar de esta, y su aplicación como remedio a varias enfermedades,
Madrid,
1787.
http://www.larruecadearacne.com/miscelanea.htm
(Consulta del 17 de Julio de 2007. 12:37h)
domingo, 10 de abril de 2016
LOS ROMERO DE SANLUCAR
ANDRES ROMERO ESPINOSA, el fundador de una abundante saga
familiar, nació en Sanlúcar de Barrameda el 8 de Enero de 1806.
Hijo de Juan Romero y Victoria Espinosa, naturales también
de Sanlúcar, fue todo un personaje cuya vida coincide con los más importantes
acontecimientos ocurridos en la ciudad a lo largo del siglo XIX.
En 1824, tan sólo con 18 años, solicitó del alcalde de
Sanlúcar que se le reconociera como hidalgo, cuando tras el Trienio Liberal volvió
el absolutismo y por ende los
privilegios antiguos de la sociedad estamental. A pesar de reivindicar su
condición de hidalgo, no firmó su solicitud por no saber escribir. La petición
la hizo en virtud de unos complicados árboles genealógicos por los cuales
intentó demostrar que, por parte de madre, descendía nada menos que del
caballero Garci Pérez de Burgos, uno de los conquistadores de Jerez de la
Frontera, allá por el siglo XIII, que acompañó a Alfonso X el Sabio para
arrebatar la ciudad a los moros.
Para que defendiera su caso, nombró a un curador ad litem, ya que en aquella época hasta
los 21 años no se consideraba mayor de edad. Su madre, Victoria Villalobos
Espinosa Rendón, conocida por “La Dorada”, era la última descendiente de una
saga que al parecer había mantenido privilegios de hidalguía reconocidos desde
hacía más de 500 años. Otros muchos descendientes de tal caballero burgalés, al
parecer, también habían disfrutado de estas ventajas clasistas, que conllevaba,
por ejemplo, el no tener que prestar servicio militar y el estar exento de
pagar ciertos impuestos. Unos derechos reconocidos sucesivamente por todos los
reyes de la monarquía española desde la Reconquista.
Además, parece que su madre, al enviudar, se volvió a casar,
con lo cual Andrés quedó en una situación algo incómoda en el seno familiar. No
hay constancia de si se le otorgó la hidalguía o no, aunque si se le concedió
le duraría poco, ya que a la muerte de Fernando VII, en 1833, desaparecieron
estos privilegios. De lo que sí hay constancia es de su gran progreso en el
terreno económico y social. Se casó con una mujer de buena posición, María
Dolores Sánchez, y tuvo con ella nada menos que nueve hijos. Y aún tuvo humor
para casarse por segunda vez cuando ya era un respetable anciano al fallecer su
primera esposa. De esta segunda esposa no tuvo hijos. De estos nueve
descendientes provienen casi todos los Romeros actualmente existentes en
Sanlúcar que conocemos. O sea que todos tienen ese antepasado común, Andrés
Romero Espinosa, que falleció en 1886, con 80 años a cuestas, una edad bastante
avanzada para la época.
A su fallecimiento ya era propietario acaudalado y bodeguero
de cierto prestigio, dentro del próspero negocio familiar que entonces
abundaba. Vivía en la céntrica casa que había comprado unos años antes, el
número 36 de la calle San Juan (hoy nº 64) y que heredó su hijo Francisco
Romero Sánchez. Éste fallecería en 1897
tras haber incrementado el negocio bodeguero familiar e incluso tras haber
servido a la ciudad como concejal del Ayuntamiento durante varios años, destacando
su trabajo y mediación para conseguir los terrenos donde hacer posible la
construcción de la Fábrica de Torpedos que el Ministerio de Marina proyectó en
Bonanza, en 1881. Esta labor le valió
una condecoración otorgada por el rey Alfonso XII que aún conserva su familia.
Cuando Francisco Romero Sánchez falleció, dejó una fortuna a
sus tres hijos: María Dolores, Ana y Francisco Romero Viejo. Por una casualidad
azarosa (lo echaron a suerte) a éste último le tocó la propiedad de la casa
familiar de la calle San Juan dentro de su parte de la herencia. Como
curiosidad, enumero los bienes que
quedaron por herencia en su testamento:
-750 pesetas en metálico en su casa.
-Muebles de dicha casa, valorados en 300 pesetas.
-Bodega “La Callejuela”.
-Bodega “El Cañón”.
-Bodega “El Trabajadero”.
-Casa calle de San Juan, nº 36.
-Una parcela en la Calzada de la Pescadería.
-Una parte de bodega en calle Banda Playa.
-Una casa en el callejón “de los Félix”, en el Barrio de la
Balsa, haciendo esquina a la Banda Playa.
-Una suerte de viña de media aranzada en el pago del
Espíritu Santo.
-Otra, en el pago del Salto del Grillo, sitio de “La Pinteña”.
-Otra, en el mismo sitio (lindaban con tierras de los
hermanos Juan y José Buzón Saborido)
-Otra, en el Salto del Grillo.
-Otra, en el pago del Frejo.
Todas estas propiedades fueron valoradas y alcanzaron un
total de 120.000 pesetas. Así que cada heredero percibió 40.000 pesetas de
aquella época. La casa de la calle San Juan fue tasada en 13.500 pesetas.
Francisco Romero Viejo, mi bisabuelo, vivió en dicha casa toda su vida, junto a
su esposa, Carmen Muñoz, y tuvieron seis hijos y una hija (Francisco, José,
Rafael, Manuel, Luis, Juan y Carmen). Ésta última fue mi abuela, Carmen Romero
Muñoz.
Toda la fortuna heredada, por desgracia, en función de la
coyuntura económica de la época y a causa de las desgracias familiares fue
viniendo a menos. No fue una vida fácil la de esta saga, pues la epidemia de
gripe de 1917-1918, coincidiendo con la crisis producto del final de la Primera
Guerra Mundial, acabó con la preponderancia económica y social de los Romero
Viejo.
Francisco Romero Viejo, falleció
junto a dos de sus hijos, José y Paco. Poco después murió su esposa y otro
hijo, Rafael. De un hogar compuesto de nueve personas (matrimonio y siete
hijos) sólo quedaron cuatro en el plazo de casi tres años. Después de esto vinieron otras bodas y otros
duelos.
Mi tío abuelo Luis Romero Muñoz, hijo de Francisco, que fue
fundador del Orfeón Santa Cecilia y director de la Banda de Música de Sanlúcar,
se casó con una mujer diez años mayor que él. Su hermano Manolo se enamoró de
la hija de un fotógrafo sevillano, José Moreno Cortés, que había instalado su estudio
fotográfico en el patio de la casa familiar. Pero la muchacha, Amparo, tuvo la
desgracia de fallecer también poco después de prometerse con él, dejando en Manuel
una amargura que le duraría toda su vida. Por su parte Juan, casó con una
sevillana y se independizó muy joven.
Mi abuela Carmen se casó con Salvador Palacios Merino, el
mayor de dos hermanos huérfanos sanluqueños, que era una persona muy estudiosa,
inteligente y dicharachero. Obtuvo su título de Bachiller en la Universidad de
Sevilla y consiguió una plaza de funcionario municipal en el Ayuntamiento sanluqueño,
donde era muy apreciado. De ese matrimonio nació una hija única, mi madre, Carmen. La muerte
prematura de mi abuelo Salvador, en 1932, dejó a mi madre huérfana a los siete
años, con la única compañía de su madre y sus tíos Manuel, Luis y Juan.
Ella fue la última descendiente de esa línea de los Romero
que comenzó con Andrés Romero Espinosa. Pero han quedado otros muchos paisanos
y parientes provenientes de ese tronco común, del que quizá otras familias
o investigadores interesados pudieran averiguar más datos y de mejor calidad de los aquí aportados.
SALVADOR DAZA PALACIOS.
(Documentación utilizada: Escrituras familias conservadas de
la Familia Romero Muñoz)
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