martes, 24 de septiembre de 2024

UN GRAN PIANISTA ESPAÑOL DE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX: JOSÉ ANTONIO MEDINA LABRADA.

 

Salvador Daza Palacios

Compositor y Doctor en Historia.


La “Sinfonía Sevillana” de Joaquín Turina fue la obra ganadora del concurso de Composición organizado por el Gran Casino de Sebastián en 1920, cuyo jurado estuvo constituido por Tomás Bretón, Ricardo Villa y Jesús Guridi. El compositor se la dedicó en 1928 a Teresa y Frank Marshall (1883-1959) y es sin duda una de las grandes obras del catálogo turinesco y una de las más importantes del repertorio sinfónico de toda la música española del siglo XX.

Este recuerdo histórico sobre este legendario concurso viene a cuento porque se trata de un precedente que me ha parecido oportuno traer a colación para hablar de otro gran músico sevillano que también triunfó en San Sebastián, aunque treinta y cinco años después, iniciando y desarrollando una vida profesional que dio ricos e interesantes frutos en el ámbito musical. Se trata del pianista José Antonio Medina Labrada, nacido en la capital de la Giralda en 1926 y que obtuvo la cátedra de Piano en el Conservatorio de la ciudad donostiarra en 1955 ante un tribunal presidido por Ramón Usandizaga, entonces director de dicho centro y con la presencia en el mismo del compositor Francisco Escudero.

Este triunfo profesional venía precedido por una serie de brillantes críticas e importantes premios que Medina Labrada había comenzado a recibir desde los quince años. Al analizar su trayectoria desde los inicios de sus primeros estudios musicales, se comprueba la firme decisión de este artista sevillano de dedicarse por entero a cultivar, aumentar y perfeccionar sus excelentes dotes para el piano y para la composición musical, ocupando sin duda un lugar de honor en la extraordinaria nómina de pianistas españoles que dieron lustre a nuestra vida musical durante la segunda mitad del siglo XX.

José Antonio Medina con su madre, Matilde Labrada. 

José Antonio nace en una casa donde se respeta y cultiva profundamente el estudio y la cultura. Fernando Labrada, hermano de su madre, fue un excelente pintor y académico de Bellas Artes. Su madre era maestra y su padre fue Blas Medina Martín, autor de diversas piezas teatrales y artículos; en diferentes noticias de los diarios de los años treinta se da cuenta de los estudios musicales que su hermana Matilde, mayor que él, estaba realizando. Era entonces costumbre social que las niñas aprendiesen piano. Existía una gran profusión de academias y de profesoras particulares para abastecer una demanda existente entre el sector más acomodado de la sociedad de la época. La venta de pianos y partituras llegó a límites desconocidos hasta entonces y Sevilla tuvo incluso una marca de pianos propia y tiendas de música que proporcionaban a los muchísimos aficionados toda suerte de materiales didácticos. Es en este entorno cultural tan prolífico cuando la profesora Mercedes Muriel acude a la casa de la familia Medina para dar clases a Matild, iniciando también a José Antonio, quien mostró desde el comienzo una clara y temprana vocación por la música.


La enseñanza musical profesional además se ve reforzada con la creación del Conservatorio oficial en 1934, aglutinando las dos centros académicos que ya existían previamente: la Academia Filarmónica y la Escuela de la Sociedad de Amigos del País. A la primera pertenecía la profesora Clara Peralto, alumna predilecta del organista y compositor Luis Mariani, que fue nombrada catedrática del nuevo Conservatorio, junto con otros insignes músicos y profesores de aquel entonces, todos bajo la dirección primero de Ernesto Halffter, alumno predilecto de Manuel de Falla, y, poco después, del maestro de capilla y organista de la catedral hispalense, el vasco de Astigarraga Norberto Almandoz.


Grupo de alumnas y alumnos de la profesora Clara Peralto en Sevilla
(Medina Labrada, el primero sentado a la derecha)

De Peralto bien poco sabemos, excepto que se jubiló en 1954 y que formó a gran número de pianistas, entre los cuales hay que destacar, además de a Medina Labrada, a la catedrática Ángeles Rentería, que dio clases en Sevilla y en Madrid, y al maestro Guillermo Salvador, que marchó a México haciendo carrera musical allí. Peralto fue una profesora fundamental al haber guiado los primeros pasos pianísticos de tan excelentes intérpretes.


José Antonio Medina comienza su actividad concertística desde los primeros momentos de su adolescencia, simultaneándola con sus estudios de bachillerato y posterior carrera de Magisterio, llegando a obtener incluso una plaza de maestro que no llegó a ejercer por dedicarse a su profesión musical. Esta elección contó con el escepticismo de su familia, pues sus padres estimaron que no se habían podido sustraer «al desamparo que siempre nos ha inspirado en estas latitudes los que encauzan su vida por el camino del Arte Musical», pues en España se habían dado «por fortuna muchos casos, pero en Sevilla, muy pocos o ninguno». De la misma opinión era el gran Turina, quien opinó en 1925 que «el sevillano no vive de su arte hasta que no sale de aquel país encantador».


Quien ejerció la crítica musical en Sevilla durante más de treinta años, el propio director del Conservatorio en el que Medina estudiaba, el citado Almandoz, le dedicó con regularidad unas excelentes críticas desde los inicios de su trayectoria. Sin duda, el conocer desde su cargo docente a tan magnífico alumno le facilitó el tratar de animarle desde su tribuna periodística. Don Norberto, como era conocido en Sevilla, elogió ya en 1944 «su recio mecanismo y su técnica pianística, que le permiten abordar obras de dificultad y estilo dispar». Le creía «dotado de una sensibilidad musical bien orientada» y hacía gala, a pesar de su timidez, «de un gran dominio y lucimiento con su instrumento».


Medina Labrada tuvo como compañero y amigo al compositor Manuel Castillo, quien ocupó la cátedra vacante de Piano que su profesora Peralto dejó en el Conservatorio sevillano. Y siempre quiso exaltar a los autores de su tierra, pues Mariani, Turina o el propio Castillo aparecían con frecuencia desde los primeros momentos en los programas de sus conciertos. Y no lo hacía solo en Sevilla sino cuando comenzó a actuar por casi toda España, como en el concierto celebrado a principios de marzo de 1954 en el Ateneo de Barcelona en el que incluyó obras de los citados compositores.


La ciudad condal fue una de las referencias pedagógicas más decisivas de sus estudios de perfeccionamiento, pues allí pudo recibir clases en la célebre Academia de Frank Marshall, el discípulo de Enrique Granados, con quien también se formaron grandes pianistas como Alicia de Larrocha, Rosa Sabater o Rosa Mª Kucharsky. En el Conservatorio Municipal de Música de Barcelona obtuvo una beca del Ayuntamiento en 1952 y consiguió el Premio de Virtuosismo tras estudiar también con el profesor Carlos Pellicer y con el célebre armonista y compositor, el maestro Joaquín Zamacois. En mayo de 1953 intervino en el concierto de clausura del curso del Conservatorio barcelonés como pianista del trío formado por él y por Adriá Sardo, violín, y el trompista Antonio Domingo. En marzo de 1954 ofreció un recital intenso y extenuante (en tres partes) en Mallorca, donde interpretó dos obras propias con un «éxito clamoroso». En julio del mismo año fue galardonado con la medalla de plata en el Concurso Internacional Ars Nova, certamen que después tomaría el nombre de María Canals.


Todo hacía pensar que José Antonio tenía ya el camino allanado para convertirse en una gran figura musical, pues también dio el salto al extranjero para completar su formación y asistió a los cursos de la legendaria Academia Chigiana de Siena con el profesor Guido Agosti y al curso de Nápoles que impartió Paolo Denza, donde coincidió con el gran pianista bilbaíno Joaquín Achúcarro. Ambos maestros italianos fueron alumnos de Busoni y profesores de los más célebres pianistas europeos de su época.


En sus numerosos conciertos,
Medina interpretaba sus propias composiciones

Entre estos grandes logros, Medina Labrada siempre encontraba tiempo para volver triunfante a su tierra natal. En octubre de 1952 debutó con la Orquesta Bética en la sesión inaugural de la Sociedad Sevillana de Conciertos. Esta intervención le hizo decir a Almandoz que Medina Labrada era «un pianista de recia seriedad, consciente de su arte, en el que cifra elevados y legítimos ideales». Su psicología artística era analítica, pues el estudio profundo que había realizado de su instrumento y de su repertorio, no solo vencía las dificultades mecánicas, «sino todos los elementos inherentes a una partitura, planos sonoros, frases, gradaciones, legato, cantabile, expresión en general...». Todo ello gracias a sus conocimiento en armonía y composición que le permitía enfrentarse a las obras desde el prisma no solo del intérprete sino del creador que comprende lo escrito más allá de las notas. Así, Medina Labrada consiguió un gran triunfo con el Concierto de Schumann, en el que «midió sus dificultades, singularmente las vertiginosas escabrosi-dades del final, dominando con gran seguridad las comprometidas situaciones». Tras esta brillante intervención, ofreció una segunda parte con obras de Liszt, Brahms y Chopin. Y así y todo, por si no hubiera sido ya bastante, ofreció fuera de programa una obra de Debussy y una obra suya, un Impromptu, que para Almandoz era «una composición de influencia brahmsiana, de seria factura y trazos brillantes. En él revela Medina excelentes condiciones creadoras, con algunas preocupaciones escolásticas, que ha de ir desechando a medida que avance en su producción».


Nuestro pianista y compositor, a la manera de Albéniz y de otros grandes pianistas como su paisano Turina, incluyó en diversos recitales obras propias junto a las más excelentes e interesantes del repertorio de la primera mitad del siglo. En un concierto celebrado en el Centro Artístico de Granada en 1955, su programa incluía los Cuadros de una exposición de Moussorgsky, cuyos diez movimientos «los vivió con toda exactitud y limpidez», la Sonatina de Bela Bartok, la Tocatta de Ravel y la suite andaluza En el Cortijo, de Joaquín Turina, que fueron interpretadas «con brío artístico y fina sensibilidad». Al final interpretó «una valiosa composición suya», titulada Humoresca, pues aun a pesar de su juventud, Medina Labrada tenía ya un número importante de obras propias de diferentes géneros.


Con este mismo programa (o muy parecido) compareció unos meses después en el Instituto Murillo de Sevilla y hasta allí marchó su ya devoto maestro Almandoz, quien publicó al día siguiente la correspondiente crítica en la prensa, calificando su recital y su trayectoria de «brillante». Su versión de los Cuadros fue magnífica, pues asumió el análisis psíquico de la partitura con un nivel descriptivo y pictórico de «valiente naturalidad». Una vez más sorprendió a todos «por su dominio del teclado, su tacto en el dominio de las gradaciones sonoras y serio estudio de la obra». Pocos meses después de este éxito, José Antonio coronó su carrera con la obtención de esa plaza ya citada de catedrático de Piano en el Conservatorio Municipal de San Sebastián donde desde entonces desarrolló una meritoria labor docente y académica, y prosiguió con sus recitales y conciertos con orquesta. Entre sus alumnos habría que destacar a grandes profesionales de la Música como Marta Zabaleta, Alejandro Zabala, Iñaki Salvador, Álvaro Cendoya, Miren Etxaniz, Pedro José Rodríguez, Esther Mendiburu, Teresa Oteiza, Ángeles Vá, Concepción Arnedillo y su propia hija, Mercedes Medina, quien terminaría siendo profesora del mismo Conservatorio que su padre y ha venido manteniendo una intensa actividad docente y concertística.

José A. Medina con su primera hija, Mercedes.
Otro de los grandes eventos que protagonizó José Antonio Medina tuvo lugar en enero de 1959 con la interpretación del Concierto de Khachaturian, que fue acogido con tan gran entusiasmo que hubo que repetirse tres meses después. Le acompañó la Orquesta Municipal de San Sebastián, dirigida por el maestro Usandizaga. Tras este acontecimiento se «reestrenó» por los mismos intérpretes el Concierto en sol mayor de Ravel, cosechando excelentes críticas. Ya por entonces, Medina Labrada era corresponsal de la revista musical Ritmo, que le felicitó desde Madrid por el éxito obtenido. Dos meses después se intentó celebrar este mismo concierto en Sevilla, pero la Orquesta del Liceo de Barcelona, que había anunciado su concurso, canceló su comparecencia, dejando a todos sus paisanos con la miel en los labios. Finalmente el concierto se pudo celebrar en marzo de 1965 y Almandoz calificó al solista Medina de «héroe de la jornada». Fue en todo momento «dueño del teclado», pues su mecanismo y dominio técnico del instrumento le hizo superar todas las dificultades de la partitura, con muchas octavas y pasajes rápidos, que contó en todo momento con la gran colaboración del director Luis Izquierdo y sus músicos de la Bética Filarmónica, que compartieron el gran éxito con el pianista sevillano.

Poco después el profesor Medina volvió de nuevo a su tierra de origen para ofrecer un nuevo recital que abrió con la novedosa transcripción de la Chacona para violín de Bach transcrita para piano por Ferrucio Busoni. Esta incursión en el barroco, aun desde el prisma del gran intérprete y compositor italiano, abría para Medina Labrada el siempre fértil terreno de la interpretación histórica, convirtiéndose en precursor de ella, que culminaría con su dedicación durante un tiempo al clavecín y a su repertorio. Medina se dedicó a divulgar por diferentes conciertos y conferencias este importante instrumento precedente del pianoforte, prestando un especial interés por los compositores vascos del siglo XVIII. Según Almandoz, nuestro pianista interpretó la Chacona, «con seriedad, pero sin rigidez ni desdecir el auténtico espíritu bachiano ni de las intenciones del transcriptor». El programa se completaba con obras de Schumann, Debussy, Ravel y Bela Bartok, cuyos números los subrayó el concertista «con pulcra y elegante calidad pianística», pues Medina tuvo una «felicísima ejecución de ellas, imprimiéndoles colorismo altamente sugestivo», demostrando una vez más «el gran dominio que el pianista posee del amplio campo del instrumento». Finalmente, Almandoz consideró que Medina Labrada regresaba a la capital guipuzcoana «como el barco de Ravel: cargado de lauros conquistados en su patria chica», haciendo referencia a su interpretación magistral del nº 3 de los Miroirs: Une barque sur l'ocean.

En la década de los 60 José Antonio también cultivó la música de cámara, formando dúo con el trompista Antonio Domingo –uno de los más excelentes que ha dado nuestro país– llevando por primera vez el interesante repertorio de esta formación por muchos lugares obteniendo siempre excelentes críticas. También lo hizo con el violinista cubano de origen navarro Eduardo Hernández Asiain, uno de los más excelentes de su época, que era también profesor en el Conservatorio. En otro conjunto, que fue conocido como «Trío de la Sinfónica de Bilbao», formado por Medina al piano, Juan María Gómez de Edeta a la trompa y el solista de flauta donostiarra Teodoro Martínez de Lecea, obtuvieron también rotundos éxitos, ofreciendo recitales tanto en el País Vasco y Navarra como en otras capitales españolas. Con este grupo ofrecieron estrenos como el de la Sonatina para flauta y piano de Fermín Gurbindo y el trío compuesto expresamente por Medina Labrada titulado Introducción y Movimiento, que fue calificada como «una obra modernísima, de gusto andaluz, con disonancias semejantes a la obra del ruso Stravinski, en que la técnica juega con los instrumentos, acomodados a la ejecución del piano, con ritmos de difícil captación». Otra de las solistas con las que formó dúo fue la flautista Begoña Aguirre, que fue docente del Conservatorio Superior de Navarra.

Medina Labrada (1926-1983) fue un músico muy polifacético.
Medina Labrada fue también el pianista del Orfeón Donostiarra que preparó su participación en el estreno de Atlántida, la cantata póstuma de Manuel de Falla. También, en una ejemplar colaboración con su tierra adoptiva, trabajó con los más importantes compositores vascos como Garbizu, Escudero, Donostia, José María Beobide, Figuerido, José León Urreta, etc. Llegó incluso a transcribir para piano la partitura de la ópera Zigor del citado Francisco Escudero que el compositor escribía por encargo de la ABAO de Bilbao, un trabajo que le ocupó mucho tiempo y fue bastante arduo.

Ya en 1960 desempeñaba la secretaría del Conservatorio, que ejerció durante quince años. Su capacidad metódica y ordenada se tradujo en una fructífera colaboración con el entonces director del centro, Francisco Escudero, que se desarrolló en numerosas cuestiones organizativas, docentes y, sobre todo, en una reivindicación mantenida durante años para que se reconociese al Conservatorio como centro Superior, categoría que finalmente se logró en 1977. Todo ello lo simultaneaba con la impartición, además de sus clases de Piano, de la asignatura de Historia y Estética de la Música. Solo de piano, José Antonio tenía a su cargo en 1959 la friolera de 36 alumnos, aunque en los exámenes celebrados a final de curso, quedó sorprendido porque sus compañeros Escudero y Sistiaga, que formaban con él el tribunal examinador, le felicitaron «efusivamente» por su labor docente, pues habían comprobado la gran musicalidad de todos sus alumnos y la buena escuela pianística que habían logrado, cuando, según el propio profesor confesaba a su antiguo maestro Almandoz, estaba «muy descontento de las escasas aptitudes y afición» que mostraban en general sus discípulos, salvo cuatro o cinco que merecían la pena. Todo ello no le obstaculizaba ni le desanimaba para proseguir su vida concertística, pues en 1966 seguía actuando, en esta ocasión, con la Orquesta del Conservatorio interpretando de forma brillante y elegante el Concierto en la mayor KV 488 de Mozart, bajo la dirección de Javier Bello Portu.

Posteriormente interpretaría otros conciertos con orquesta, tales como el de Bach en fa menor, el nº 2 de Mendelsshon en re menor, el Concierto para la mano izquierda de Ravel, el de Gershwin y las Variaciones Sinfónicas de César Franck, aunque para ello tuvo incluso que copiar los materiales de orquesta al no disponerse de ellos. La mayoría de estas obras se interpretaban por primera vez en San Sebastián. Uno de sus últimos recitales de piano solo tuvo lugar en 1979 en el salón de plenos del Ayuntamiento de Donosti, en el que también incluyó obras barrocas, así como música española y clásicos románticos.

Su prematura muerte en 1983, cuando tan solo contaba con 56 años, nos privó de un gran músico, profesor, compositor, padre de familia numerosa, y excelente intelectual, pues nos hubiera dado muchos más frutos de su preclara inteligencia y excepcional sensibilidad artística de haber vivido algunos años más. En 1984 se realizó un homenaje póstumo a su figura desaparecida con el estreno de su Cantata Alegrémonos en el nacimiento de Cristo, orquestada por Tomás Aragüés. Como dejó dicho Fernández de los Ronderos, Medina Labrada supo compenetrarse con los más diversos lenguajes, una tarea «que exige, en partes iguales, cerebro y corazón, técnica y calor». Fue, sin género de dudas, «profeta en su tierra» pues «la solidez de su formación, la pulcritud extrema de sus versiones y, lo que es más interesante todavía, su acertado criterio interpretativo» le hicieron acreedor de todos esos millones de aplausos, «vivos y reiterados», que sonaron en su honor a lo largo de su intensa carrera musical.

Como compositor dejó escritas un buen número de obras de diferentes géneros y formatos, abundando obviamente las escritas para su instrumento, el piano. También para canto y piano, coro, violín y piano, flauta y piano, y otras formaciones camerísticas para diferentes tríos. Su estilo lo podríamos calificar de post-romántico, pues su uso melódico tradicional y la riqueza armónica llevando la tonalidad hasta sus últimas consecuencias cromáticas le sitúa en un lenguaje parecido a los autores franceses de tal estética e incluso en la órbita del alemán Max Reger, pues sus reminiscencias brahmsianas, tal y como acertó a señalar Almandoz, son apreciables. No obstante hay que destacar un uso muy pertinente de la polifonía y el contrapunto, así como de diferentes efectos pianísticos y rítmicos plenamente situados en la época en que fueron escritas estas interesantes piezas.

Ojalá la publicación y edición de este CD sea el primer paso para recuperar su obra completa, pues pocos autores como Medina Labrada pueden explicar mejor la música de su época y el contexto artístico de España que, gracias a su inigualable maestría y su excepcional sensibilidad, dejaron muy alto el panorama intelectual de la época que le tocó vivir.