martes, 29 de noviembre de 2022

MI ABUELO, SALVADOR PALACIOS MERINO (Sanlúcar, 1898-1932)

 

Un sanluqueño brillante e inquieto que conoció a Adolf Schulten.

Salvador Daza Palacios

(A mi hermana María del Carmen).

No tuve la fortuna de conocer a mi abuelo, Salvador Palacios Merino. Falleció a la temprana edad de 34 años. Pero durante toda mi vida le he echado de menos porque estoy seguro que me hubiera llevado muy bien con él. Los testimonios orales que recibí de mi tía abuela Caridad, única hermana de Salvador, fueron más que suficientes para que le fuera tomando cariño a través del tiempo.

Mi abuelo era hijo de Francisco Palacios Fuentes y de María Gloria Merino Moscosio. Nació en la calle Jerez número 36 a las dos de la madrugada del día 11 de agosto de 1898. Cuando nació, sus padres tenían 32 y 27 años, respectivamente. Unos años después nació su hermana Caridad.

Francisco Palacios
Fuentes


Gloria Merino
Moscosio

Por mi casa familiar, en la que vivió y falleció mi abuelo, quedaron pocos testimonios de su vida. Unas fotos, algunos libros y poco más. Pero dentro de este poco, encontré un día un título de bachiller superior expedido nada menos que por la Universidad de Sevilla. Cuando mi abuelo falleció mi madre sólo tenía siete años, así que no tenía mucha información sobre su actividad estudiantil. Me propuse averiguar algo más y hallé algunos papeles conservados en el Archivo Histórico de la citada Universidad. Según estos documentos, Salvador Palacios había realizado estudios durante los cursos 1915-1916 a 1917-1918 en la Facultad de Ciencias. Las asignaturas que cursó eran Mineralogía y Botánica, Análisis Matemático, Química General, Zoología General, Geometría métrica, Física y Cristalografía. Como consecuencia de estos estudios estuvo residiendo en la capital hispalense, primero en la calle Ahujas, 4 y posteriormente en calle Conde de Tejar, nº 1.



El fallecimiento de su padre, Francisco Palacios (hijo de Félix y Francisca), acaecido el 25 de enero de 1920 a los 54 años de edad parece que le impidió proseguir sus estudios. La hermandad de las Angustias, a la que pertenecía como directivo, le hizo un funeral de beneficio. Francisco tenía al menos dos hermanos, José y Félix.

Al quedarse su madre viuda, Salvador tuvo que buscar trabajo para poder mantener a la familia. Y tuvo la suerte de encontrar un puesto eventual en el Ayuntamiento. Según su expediente personal, conservado en el Archivo municipal (1), ingresó como escribiente temporero de Secretaría el 23 de febrero de 1920, con un jornal diario de 3 pesetas y 98 céntimos. Uno de sus cometidos fue el auxiliar los trabajos de confección del Padrón de habitantes. Cesó en este puesto el 31 de agosto del mismo año. Pero, a la vista de sus extraordinarias virtudes para el oficio, volvió a ser contratado de nuevo el 16 de noviembre para la sección de Hacienda, con un jornal de 4’55 pesetas, lo cual le ofreció la oportunidad de poder presentarse a una oposición a fines de enero de 1921 para un puesto de auxiliar, dotado con un sueldo anual de 2.169 pesetas con 46 céntimos.


Salvador Palacios, funcionario municipal de Secretaría, en 1931

Del matrimonio formado por Salvador
Palacios y Carmen Romero nació Carmen
Palacios Romero en 1925


Esta remuneración fue aumentando durante varios años, hasta alcanzar las 2.570 pesetas. Con esta cantidad podía mantener su casa y pensar en formar una nueva familia. Pero tuvo la fatalidad de perder entonces a su madre, Gloria, fallecida a la edad de 50 años. Conoció entonces a mi abuela, Carmen Romero Muñoz, pues Salvador frecuentaba la Parroquia del Carmen, como hermano y secretario que era de la Hermandad de las Angustias, donde ella iba a oír misa. Carmen era un año mayor que él y también era huérfana de padre y madre, como Salvador. Surgió el amor entre ambos, y en 1924 se casaron. Y establecieron su casa familiar en el domicilio de ella, en la calle San Juan 36 (hoy 64) donde ambos deberían convivir con varios hermanos de ella (Manolo, Luis y Juan) que residían también en el inmueble. Y en marzo de 1925 nació mi madre, Carmen Palacios Romero, única hija del matrimonio, que vino a traer una gran alegría a la casa, pues la tragedia se había venido cebando con los Romero Muñoz durante algunos años.





La personalidad simpática y brillante de Salvador no tardará en mostrarse, pues en enero de 1929, Salvador Palacios asistió, en representación municipal y acompañando a varios munícipes, a la botadura en Cádiz, de la réplica de la carabela Santa María, que se construyó en los astilleros Echevarrieta, por orden de Alfonso XIII y Primo de Rivera, con el fin de exhibirla en la Exposición Universal de Sevilla de ese mismo año. También fue uno de los asistentes a la inauguración de esta Expo que tuvo lugar el 9 de mayo de 1929, así como al Congreso Mariano celebrado paralelamente en la ciudad hispalense. Su militancia católica quedaba bien acreditada con este hecho, pues además existe alguna foto suya en la que el abuelo Salvador figuraba en la presidencia de un desfile procesional, según se deduce de la misma, incluso como capataz del paso.


Procesión de San Lucas. Año 1926. (Col. particular del autor)

El 4 de julio de 1929, Salvador Palacios ascendió en el organigrama municipal, pues se le confió el puesto de Oficial de Actas y Registro, con un sueldo anual de 3.000 pesetas. Eso se debió a su antigüedad en la plantilla municipal, pues se había quedado vacante el puesto por jubilación del que prestaba sus servicios, Cayetano Delgado Ñudi, y Salvador Palacios era a quien correspondía el ascenso según el reglamento, ya que era el auxiliar que ocupaba el número uno del escalafón. Por aquel entonces desempeñaba la alcaldía accidentalmente Pedro Barbadillo Delgado y el secretario municipal era José López, que sustituía al titular, Carlos Asquerino Lacave.

Excursión al Coto de Doñana para conocer a Adolf Schulten

Pero sin duda la actividad más destacable de Salvador Palacios fue la excursión que hizo a principios de octubre de 1923, cuando contaba con 25 años, junto con varios amigos al Coto de Doñana, con el fin de conocer al ya célebre doctor arqueólogo alemán Adolf Schulten, investigador de Tartessos (2). El diario sevillano El Liberal se hizo eco de ello, pues el líder del grupo que cruzó el río desde Bajo de Guía era el periodista y corresponsal en Sanlúcar Manuel Quiñoy, a quien acompañaron otros eruditos locales como el militar retirado Diego Pérez Tort, «verdadero entusiasta de la arqueología», Alejandro Zambrano, Pepe Vinceiro, Perico Martínez, que actuaba de fotógrafo, y Rodolfo Romero. De guía de la expedición actuó Francisco Díaz Montaño, que conocía el coto perfectamente por haber vivido allí muchos años (3).


El arqueólogo e historiador alemán
Adolf Schulten
Allí pudieron conocer de primera mano las excavaciones practicadas por Schulten y el producto recogido en forma de piezas diferentes de cerámica, así como de varios restos de huesos humanos correspondientes al periodo romano, existentes en diversas tumbas. Posteriormente visitaron el Palacio de la Marismilla para entrevistarse con el doctor Schulten y su ayudante, el general alemán Lammeré. El catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Erlangen resultó ser un «correcto caballero, de trato afable y de esmeradísima educación». Era un hombre que frisaba los cincuenta años, «de rostro curtido por el sol y simpático, locuaz y amable hasta la exageración», y muy sonriente, contestó a todas las preguntas que le hicieron los componentes del grupo. Y se dio la curiosa circunstancia, según cuenta el propio Schulten en su apasionante libro “Tartessos”, que unos días más tarde de esta visita de sanluqueños a las excavaciones, que habían descubierto en ese año 1923 una villa romana, apareció, el 4 de octubre (penúltimo día de las excavaciones) un anillo de cobre con inscripciones griegas, lo cual demostraba que había habido expediciones griegas al primitivo reino de Tartessos (4).

Fallecimiento prematuro.

La salud de mi abuelo se quebrantó. En 1931 se vio obligado a tomarse unos meses de descanso por recomendación médica. Pasó una temporada en la casa de campo familiar del pago de Capuchinos, justo enfrente del convento. Un sitio saludable por su tranquilidad y aire puro. Pero el 12 de mayo se vio alterada esta paz por los incidentes ocurridos en la puerta del convento, cuando un grupo de desconocidos intentaron prender fuego al mismo. Este hecho lo recordaba mi madre perfectamente, a pesar de contar entonces con sólo seis años de edad. La prensa local, en su crónica de sociedad recogió la vuelta a la ciudad de mi abuelo Salvador tras su descanso campestre, algo común en aquel periodismo tan familiar del diario Sanlúcar.

Pero no se había curado. No había medios entonces en la ciencia médica para el mal que se había apoderado de él. Así que el 30 de octubre de 1932, a las ocho de la noche, mi abuelo falleció en el domicilio familiar de la calle San Juan. Precisamente en la misma habitación donde dormí muchos años, una de las que dan a la calle. La certificación, firmada por el juez municipal Leopoldo del Prado Ruiz, dejó constancia de la razón de su muerte: “tuberculosis subaguda” y de que dejaba una hija huérfana llamada María del Carmen, mi madre.



El Ayuntamiento recogió este óbito en sus actas capitulares. Aquellas que precisamente fueron el objeto del cuidado de Salvador Palacios en su tarea municipal. En su sesión de primeros de noviembre, al punto 4, «por moción de la Alcaldía, quedó el Ayuntamiento enterado del fallecimiento ocurrido el día treinta del corriente del Oficial de la Secretaría municipal, don Salvador Palacios Merino, acordándose, a propuesta del señor [Francisco] Clavijo, que conste en acta el sentimiento de la Corporación por el fallecimiento de un funcionario tan ejemplar». Su vacante la ocuparía el auxiliar más antiguo, Eduardo Hidalgo Romaní (5).

El Noticiero gaditano y otros diarios locales se hicieron eco del fallecimiento:

«En esta ciudad ha fallecido el oficial administrativo de la Secretaría del Excmo. Ayuntamiento, señor Palacios Merino, joven que contaba con el verdadero aprecio de sus amigos y jefes, por sus dotes de simpatía y competencia.

El acto de la conducción del cadáver al Cementerio ha tenido lugar el día 31 del pasado [mes], constituyendo una imponente manifestación de duelo, presidiendo los familiares y el secretario de esta Corporación don Alberto Gallego Burín, gran amigo del fallecido.

Enviamos a la familia nuestro más sentido pésame, lamentando que el Ayuntamiento se vea privado de un funcionario tan ejemplar» (6).

Como no existían pensiones de viudedad, el alcalde de entonces, Manuel Ruiz Delgado, le ofreció a mi abuela compensarla con algún puesto para algún familiar suyo en el Ayuntamiento. Así que la reciente viuda, que compartía el primer piso de la casa familiar con su hermano Manolo, que era soltero, le convenció para que aceptara un puesto como auxiliar en la oficina de Arbitrios, hecho éste que no le sentó muy bien, según refería mi madre, pues le costó mucho esfuerzo adaptarse a los entonces muy dilatados horarios laborales que los funcionarios municipales tenían. Aun así siguió en su puesto hasta su jubilación en los años sesenta.


NOTAS

(1) AMSB, Secretaría, leg. 2611, expediente personal de Salvador Palacios Merino.

(2) El Diario de Cádiz del 30 de julio anterior informó que el Gobierno le había concedido licencia al duque de Tarifa (Carlos Fernández de Córdoba y Pérez de Barreda) para realizar excavaciones arqueológicas en el Cerro del Trigo, «en busca de la antigua Tartessos, a orillas del Guadalquivir». El duque se obligó a entregar cada mes una memoria sobre los trabajos.

(3) Todo ello incluido en El Liberal de Sevilla, jueves 4 de octubre de 1923: “En el Coto de Doña Ana: Se han hecho importantes descubrimientos arqueológicos”, p. 1.

(4) Schulten, Adolf: Tartessos, Ed. Espasa Calpe, Madrid, 1971, p. 262.

(5) AMSB, Actas capitulares de 1932, sesión de 4 de noviembre, f. 157.

(6) El Noticiero Gaditano, 2 de noviembre de 1932, p. 2.

viernes, 25 de noviembre de 2022

LA DESAPARICIÓN DEL PATRIMONIO HISTÓRICO MUSICAL SANLUQUEÑO


Salvador Daza Palacios

Los maestros de capilla de los dos centros litúrgicos más importantes de la ciudad de Sanlúcar, el Santuario de la Caridad y la Parroquia de la O, estuvieron vinculados a la casa ducal y algunos se incorporaron después a otras capillas más importantes de otras ciudades más populosas. Estos maestros –la mayor parte eclesiásticos— dejaron en Sanlúcar importantes muestras de su buen hacer musical, como pueden atestiguar las partituras y libros de coro que aparecieron en un cuarto cerrado de la Parroquia de la O con motivo de las obras de restauración que se llevaron a cabo durante el año 1993[1]. De dicho hallazgo de partituras religiosas podría deducirse que en la Iglesia Mayor actuaba un grupo instrumental que se componía de algunos instrumentos de cuerda, flautas, oboes, trompas y fagotes, y un grupo de cantores, todos con el acompañamiento del magnífico órgano barroco, que solemnizaban todas las importantes festividades de la liturgia católica. Esas partituras y otras que se encuentran en el Archivo Diocesano de Jerez, son los únicos testimonios documentales que nos han quedado sobre las obras musicales que se interpretaban en Sanlúcar. Desgraciadamente, la práctica totalidad del patrimonio documental musical que se conservaba en la Iglesia de la Caridad y en la Parroquia Mayor desde principios del siglo XVII desapareció bajo los efectos del descuido y la desidia[2].



Entra estas partituras descubiertas en 1993 en la Parroquia de la O estaban las del compositor Francisco Zapata, como autor de diversas Lamentaciones y otras piezas sacras, que se cantaban durante los cultos parroquiales con cierta frecuencia, a juzgar por su abundante material manuscrito. Desconocemos por desgracia qué ocurrió con dichas partituras, si finalmente fueron llevadas al Archivo Diocesano de Jerez, como en la noticia periodística publicada entonces se anunció. Tampoco podemos establecer una relación entre ese Francisco Zapata y el licenciado “Francisco Zapata” que Barbieri menciona en sus manuscritos como integrante de la capilla de música, “capellán y cantor contrabajo” del rey Felipe IV, desde junio de 1640 hasta que falleció en 1654. Una capilla que gobernaba como capellán mayor Alonso Pérez de Guzmán, hermano del duque de Medina Sidonia[3]



Noticia sobre un libro de obras de Juan de Vargas

El primer maestro de capilla nombrado por el duque para el Santuario de la Caridad fue Juan de Vargas. Desde 1611 ya ejercía su labor artística. Y por una certificación del administrador Lucas Fajardo[4] nos consta la existencia de obras compuestas por este maestro, que aún se cantaban en el Santuario setenta años después de su paso por Sanlúcar (1611-1615), hecho inusual, sin duda, y que otorgaría un valor estimable a estas composiciones que, desgraciadamente, se han perdido por la incuria de quienes tenían la obligación de conservarlas. Según el documento conservado, en 1682 se pagan a Pedro Coronado, maestro librero, 96 reales por «haber aderezado un libro de música de los que sirven en el Coro de dicho Santuario», según la conformidad dada por el administrador del mismo. 

            En el dorso, Juan Bautista Pulecio, administrador, aclara que se trata de un libro «de los de música GRANDE, que está en el coro de esta santa casa, para los oficios divinos, compuesto por el maestro Joan de Vargas, [que] se dio a aderezar por estar muy maltratado, y lo aderezó y renovó el maestro Pedro Coronado, que lo es de libros en esta ciudad, y se ajustó y apreció su trabajo y los menesteres para aderezar dicho libro en 96 reales...».


            Sería importante sin duda la colección de libros de canto existentes en el Santuario. Cruz Isidoro hace una somera relación, explicando que se hacían por encargo a copistas expertos, como el dominico residente en Sanlúcar fray Antonio de Venecia, quien los hacía a cambio de una remuneración regular que percibía del propio administrador de la Caridad[5]. Otro de los artífices sería Antonio Carnero Sandoval, que vino desde Granada para realizar un trabajo de copia en 1613. También se nombra a fray Antonio Marsellés, dominico, y a Lorenzo Rubio, presbítero, que  hizo dos libros de canto de órgano por 200 reales entre Julio de 1614 y Febrero de 1615.

Libro cantoral para el coro, en notación gregoriana

            También se adquirieron para el uso del coro y la capilla otros libros comprados directamente a mercaderes o libreros de Sevilla. Entre 1612 y 1615 los músicos y cantores de la Caridad se dotaron, entre otros, de un libro de himnos de punto de órgano, tres libros pasioneros, un tratado de  Artes del canto[6], un libro de canto llano y dos libros de canto de órgano de las Misas del célebre Giovanni Pier Luigi Palestrina (1525-1594), el compositor más importante de la edad de oro del contrapunto vocal[7].

            Desaparición de obras musicales del archivo del Santuario

            En el transcurso de todo el siglo XVII y la primera mitad del XVIII la actividad musical fue incesante, pues la capilla mantenía su actividad en todas las solemnidades programadas por la liturgia. Diversos compositores se sucedieron durante todo este lapso de tiempo, como fueron Diego de Grados, Gonzalo de Torres, Manuel de Fonseca, Gerónimo González de Mendoza, Juan Díaz, Juan Antonio Rico, Eliseo Sierra, Francisco Sáenz, Manuel de Carvajal, Francisco de Talavera, Francisco Vázquez Quincoya, Manuel Francisco Vázquez y Agustín Romero.  Es de suponer que todos y cada uno de ellos dejaron testimonio de su labor artística mediante la composición de diferentes obras litúrgicas. Pero desaparecieron del archivo del Santuario, inexplicablemente.


            En 1763 hubo un conflicto "político" con el administrador Losada y Gadea, a cuenta del hundimiento de una parte del Santuario. Lo destituyeron y nombraron a otro administrador, tras abrirle un expediente. A fin de junio Losada fue “despedido” y le sucedió Bartolomé de Henestrosa. Se hizo entonces un inventario de todo lo existente en la Caridad, alhajas y demás enseres[8]. Lo más importante de dicho inventario que nos interesa es lo siguiente:
            «Por la notificación en forma, hecha al maestro de capilla, Quincoya, para que restituyese al Archivo del Santuario todas las obras musicales del culto de Ntra. Sra. que estaban en su poder, como lo hizo».
            Esta memoria aparece firmada por Velázquez Gaztelu el 14 de Julio de 1763. En la redacción del inventario, sin embargo, aparece registrada “una colección musical para todas las fiestas y oficios del año, de los varios maestros de capilla que ha tenido el Santuario”. Lo cual nos indica que, como era lo común en todas las capillas musicales, el maestro tenía la obligación de componer determinadas piezas litúrgicas a lo largo del año, y así lo hicieron los de Sanlúcar. También se recogía en el citado inventario “todos los libros de canto llano correspondientes, manifiestos de todo el año”, registrándose su existencia sucesivamente en los diferentes inventarios hasta 1903[9]. Debemos lamentar una vez más que este importante patrimonio haya desaparecido a causa de la negligencia de quienes tenían la obligación de custodiarlo.
            Por Juan de Losada Gadea, el administrador, se manifestaron todas las alhajas de oro, plata, reliquias, ornamentos y otros muebles pertenecientes al Santuario. Todo ello, por orden de Juan Pedro Velázquez se inventariaron al por menor, enumerando todos los objetos existentes en el interior del templo. Comienzan por la plata, y destacamos  entre los enseres «un atril grande, sobredorado, que fue de la capilla del señor Emperador Carlos V». Una «corona de oro para la virgen, con ochenta y cuatro esmeraldas y un valor de quinientos pesos», que donó en 1756 el ya citado Velázquez Gaztelu. Entre las reliquias figura «el santo Sudario, dádiva del señor conde de Olivares a su primo el duque don Alonso VII, colocado en su urna de cristales y plata sobredorada».


En el apartado de Libros de la Iglesia se encuentra la información que más nos interesa:
            -Todos los libros de canto llano correspondientes a las fiestas de todo el año.
            -Una colección musical para todas las fiestas y oficios del año, de la compecición (sic)    de los varios Maestros de Capilla que ha tenido el Santuario.

Por los objetos existentes en el coro alto de la iglesia podemos comprobar también la abundancia de objetos musicales, pues allí se encontraban depositados:
            -Un realejo (prestado al Colegio de la Compañía de  Jesús). [Desaparecido]
            -Un órgano pintado, con varios registros. [Desaparecido]   
            -Un clavicímbalo para los oficios de Semana Santa. [Desaparecido]
            -Una lira descompuesta que ha muchos años no sirve.
            -Dieciséis libros del Coro grandes y chicos, los seis de ellos musicales y los demás, de Canto llano, y más siete procesionales. [Desaparecidos]

Todo ello estaba existente y se recogía en el inventario de orden de don Juan Pedro, quien en nombre del duque de Medina Sidonia se los entregó al nuevo administrador del Santuario, Henestrosa y Ledesma, quien firmó su recibo. Y firmó su entrega el nominado Losada y Gadea, en presencia del escribano, Joseph Matheos.


Pero la cosa no quedó aquí, sino que se realizó una diligencia a continuación a la vista de la inexistencia de las partituras modernas en el Santuario. Resulta inaudito que hace más de 250 años se velase más por este patrimonio que hoy día. Y podemos además comprobar cómo Velázquez Gaztelu fue un continuo vigilante del patrimonio sanluqueño, persiguiendo cualquier atisbo de desaparición del mismo. Así, «reconocido que en el inventario de los libros del Coro no se encuentran papeles de la Música moderna, compuesta por don Manuel Vázquez, presbítero, maestro de capilla de dicho Santuario», se acordó pasar a su casa y hacerle presente este asunto «para que los manifieste y se ponga por Inventario». Y en su consecuencia, «asistido por el antedicho Bartolomé de Henestrosa y del escribano, pasó a las referidas casas y precedido por la política correspondiente, el expresado don Juan Pedro Velázquez hizo presente al maestro Vázquez Quincoya la diligencia de Inventario antecedente, y entendido de todo ello dijo que estaba pronto a entregar los papeles que existieran en su poder, pertenecientes a la Música, con la brevedad posible». Y firmaron la diligencia los tres: Velázquez Gaztelu, Henestrosa y Matheos. Sin embargo Quincoya no firma la notificación, extrañamente.

Desde 1791 no encontramos más noticias referentes a maestros de capilla hasta 1862, año en que aparece como maestro de capilla Antonio Maqueda, nombrado en el mes de agosto de dicho año[10]. Precisamente se conservan de este maestro en el Archivo del Santuario las únicas obras pertenecientes a sus maestros de capilla que han quedado del riquísimo patrimonio existente desde su creación. Las obras conservadas son, al parecer, una colección de “Misas a cuatro y a ocho”. Maqueda aparece en 1866 como director de orquesta en Cádiz. Nacido en Granada, llegó a ser maestro de capilla de la Catedral de Cádiz, en cuya ciudad se tocaron en uno de los conciertos que se efectuaron en Abril de 1879, los números 2 y 6 de un Stabat Mater suyo, «que produjeron gran entusiasmo y que el público hizo repetir»[11].

Las noticias económicas referentes al Santuario cada vez son menores en la documentación del Archivo ducal. En la última década del siglo XIX encontramos sólo una cuenta de los gastos hechos en el Santuario en 1893, dada por el capellán Rafael Román Delgado[12]:
            —Aparece un gasto fijo mensual para “Piano”, de 31 pesetas[13]. (175)
            En Diciembre, se recoge el pago anual del organista y el cantor que actúan en la sabatina:
            —Cuenta del organista y cantor de la misa y salve en los sábados.....108 pts.


El patrimonio de la Iglesia Mayor Parroquial

En cuanto a la Parroquia Mayor, también poseía un buen número de libros de coro así como partituras originales de su capilla de música, como ya hemos explicado. Por desgracia, el descuido y la ignorancia han hecho que desaparezca este riquísimo patrimonio musical. A mediados del siglo XIX se registran diversos enseres sueltos en el principal templo sanluqueño: «Inmediato a la pila del bautismo había un claviórgano» que perteneció a la iglesia del extinguido convento de la Victoria. Y en el coro bajo, un facistol de caoba para los libros de coro, «que eran doce».[14]  Pero el claviórgano que en teoría se debía encontrar en la capilla bautismal no desapareció del todo. Se trasladó, por disposición de la superioridad, a la iglesia de los Desamparados en la Plaza de San Roque. Así lo había decretado el arzobispado el 23 de septiembre de 1850[15]. Aunque a día de hoy se ignora su paradero.



Tanto la capilla de música de la Iglesia Mayor como la de la Caridad se extinguieron y tan solo quedaron el organista y el sochantre, cargos que incluso llega a encarnarlos una sola persona. La desidia y el olvido acabaron con un pasado musical de gran importancia cultural y social, del que ha quedado tan solo constancia documental, pues ni siquiera partituras ni libros de coro han quedado, producto del abandono con que estos papeles fueron tratados, «arrojados a la humedad y la polilla, sin moverlos ni sacudirlos, para que lo que había respetado el tiempo lo consumiese el descuido» y la indiferencia[16].

Valga como testimonio de todo ello, la existencia (comprobada mediante las fotos adjuntas) de un armario de archivo de música propio de la capilla parroquial, que en 1999 apareció en algún cuarto olvidado y cerrado del templo pero que, para desgracia de todos, se encontraba vacío de papeles desde hacía mucho tiempo.


NOTAS


[1] Diario de Cádiz: 9 de Octubre de 1993: “Encontradas diversas partituras antiguas en la Parroquia de la O de Sanlúcar”
[2] DAZA PALACIOS, Salvador: Música y sociedad en Sanlúcar de Barrameda. Granada, 200
[3] BARBIERI, Documentos sobre música española y Epistolario. Legado Barbieri. Madrid, 1988, T. II, pp. 91, 95 y 101. VELÁZQUEZ GAZTELU, Catálogo…, p. 239.
[4] ADMS, leg. 3377. Hecha en Sanlúcar, a 14 de febrero de 1682
[5] Se le abonan 970 reales desde Octubre de 1613 a Marzo de 1615 por dos libros de canto llano. Otros 670 por dos libros santorales entre Octubre de 1615 y Abril de 1616. (CRUZ ISIDORO, F.: El Santuario..., p. 87)
[6] Quizás pudiera tratarse del libro del maestro de coro Juan Martínez de Sevilla titulado “Arte de canto llano”, que tuvo varias ediciones desde 1533. (MARTIN MORENO, A.: Historia de la música andaluza..., p. 182)
[7] CRUZ ISIDORO, F.: Op. Cit.., p. 87. Los dos libros de Palestrina costaron 100 reales y el libro de canto llano, 428 reales.
[8] ARCHIVO DE LA HERMANDAD DE LA CARIDAD, Leg. 3, carpeta 2: “Autos de toma de posesión de la Administración del Santuario de Nuestra Señora de la Caridad y Hospital de N.Sr. San Pedro su anexo, por don Bartolomé de Henestrosa y Ledesma, con el Inventario de Alhajas, ornamentos, muebles y Menajes en él contenido. En Esta ciudad de Sanlúcar de Barrameda, en 12 de Julio de 1763 años. Escribano, Matheos”.
[9] CRUZ ISIDORO, F.: El Santuario..., p. 88-89.
[10] CRUZ ISIDORO, F.: El Santuario...p. 88. Resulta harto extraño este nombramiento, pues precisamente en el mismo mes y año Antonio Maqueda y Castillo (Granada, 1810 - Cádiz, 1905) aparece como “maestro de capilla interino” de la catedral de Cádiz y así lo siguió siendo hasta su muerte. Maqueda era seglar y compuso música religiosa durante cuarenta y tres años, en el estilo propio de la época: gran melodismo y armonía sencilla aunque expresiva (PAJARES BARÓN, M.: Entrada “Cádiz” en el Dicc. de la Música Esp. e Hisp., T. 2, p. 863-864)
[11] SALDONI, Efemérides..., T. IV, p. 182
[12] ADMS, leg. 5361. Cuentas del Santuario de la Caridad y de la Merced. Gastos de culto y otros, 1883-1893. El predicador de la Novena cobra 175 pesetas.
[13] Según Cruz (Op. Cit. p. 89) en 1879 ya se había comprado este piano vertical, que aún en 1921 estaba en uso.
[14] CLIMENT, N.: Historia… t. 5, p. 527-528. Inventario de los bienes de la Iglesia mayor parroquial
[15] CLIMENT, N, Ibid., p. 533.
[16] Así lo expresa Velázquez Gaztelu, refiriéndose a otros archivos de la ciudad (Historia..., T. I, p. 83)