Un
sanluqueño brillante e inquieto que conoció a Adolf Schulten.
Salvador
Daza Palacios
(A
mi hermana María del Carmen).
No
tuve la fortuna de conocer a mi abuelo, Salvador Palacios Merino.
Falleció a la temprana edad de 34 años. Pero durante toda mi vida
le he echado de menos porque estoy seguro que me hubiera llevado muy
bien con él. Los testimonios orales que recibí de mi tía abuela
Caridad, única hermana de Salvador, fueron más que suficientes para
que le fuera tomando cariño a través del tiempo.
Mi
abuelo era hijo de Francisco Palacios Fuentes y de María Gloria
Merino Moscosio. Nació en la calle Jerez número 36 a las dos de la
madrugada del día 11 de agosto de 1898. Cuando nació, sus padres
tenían 32 y 27 años, respectivamente. Unos años después nació su
hermana Caridad.
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Francisco Palacios Fuentes
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Gloria Merino Moscosio
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Por
mi casa familiar, en la que vivió y falleció mi abuelo, quedaron
pocos testimonios de su vida. Unas fotos, algunos libros y poco más.
Pero dentro de este poco, encontré un día un título de bachiller
superior expedido nada menos que por la Universidad de Sevilla.
Cuando mi abuelo falleció mi madre sólo tenía siete años, así
que no tenía mucha información sobre su actividad estudiantil. Me
propuse averiguar algo más y hallé algunos papeles conservados en
el Archivo Histórico de la citada Universidad. Según estos
documentos, Salvador Palacios había realizado estudios durante los
cursos 1915-1916 a 1917-1918 en la Facultad de Ciencias. Las
asignaturas que cursó eran Mineralogía y Botánica, Análisis
Matemático, Química General, Zoología General, Geometría métrica,
Física y Cristalografía. Como consecuencia de estos estudios estuvo
residiendo en la capital hispalense, primero en la calle Ahujas, 4 y
posteriormente en calle Conde de Tejar, nº 1.
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El
fallecimiento de su padre, Francisco Palacios (hijo de Félix y
Francisca), acaecido el 25 de enero de 1920 a los 54 años de edad
parece que le impidió proseguir sus estudios. La hermandad de las
Angustias, a la que pertenecía como directivo, le hizo un funeral de
beneficio. Francisco tenía al menos dos hermanos, José y Félix.
Al
quedarse su madre viuda, Salvador tuvo que buscar trabajo para poder
mantener a la familia. Y tuvo la suerte de encontrar un puesto
eventual en el Ayuntamiento. Según su expediente personal,
conservado en el Archivo municipal (1),
ingresó como escribiente temporero de Secretaría el 23 de febrero
de 1920, con un jornal diario de 3 pesetas y 98 céntimos. Uno de sus
cometidos fue el auxiliar los trabajos de confección del Padrón de
habitantes. Cesó en este puesto el 31 de agosto del mismo año.
Pero, a la vista de sus extraordinarias virtudes para el oficio,
volvió a ser contratado de nuevo el 16 de noviembre para la sección
de Hacienda, con un jornal de 4’55 pesetas, lo cual le ofreció la
oportunidad de poder presentarse a una oposición a fines de enero de
1921 para un puesto de auxiliar, dotado con un sueldo anual de 2.169
pesetas con 46 céntimos.
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Salvador Palacios, funcionario municipal de Secretaría, en 1931 |
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Del matrimonio formado por Salvador Palacios y Carmen Romero nació Carmen Palacios Romero en 1925
|
Esta remuneración fue aumentando durante
varios años, hasta alcanzar las 2.570 pesetas. Con esta cantidad
podía mantener su casa y pensar en formar una nueva familia. Pero
tuvo la fatalidad de perder entonces a su madre, Gloria, fallecida a
la edad de 50 años. Conoció entonces a mi abuela, Carmen Romero
Muñoz, pues Salvador frecuentaba la Parroquia del Carmen, como
hermano y secretario que era de la Hermandad de las Angustias, donde
ella iba a oír misa. Carmen era un año mayor que él y también era
huérfana de padre y madre, como Salvador. Surgió el amor entre
ambos, y en 1924 se casaron. Y establecieron su casa familiar en el
domicilio de ella, en la calle San Juan 36 (hoy 64) donde ambos
deberían convivir con varios hermanos de ella (Manolo, Luis y Juan)
que residían también en el inmueble. Y en marzo de 1925 nació mi
madre, Carmen Palacios Romero, única hija del matrimonio, que vino a
traer una gran alegría a la casa, pues la tragedia se había venido
cebando con los Romero Muñoz durante algunos años.
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La
personalidad simpática y brillante de Salvador no tardará en
mostrarse, pues en enero de 1929, Salvador Palacios asistió, en
representación municipal y acompañando a varios munícipes, a la
botadura en Cádiz, de la réplica de la carabela Santa
María, que se
construyó en los astilleros Echevarrieta, por orden de Alfonso XIII
y Primo de Rivera, con el fin de exhibirla en la Exposición
Universal de Sevilla de ese mismo año. También fue uno de los
asistentes a la inauguración de esta Expo que tuvo lugar el 9 de
mayo de 1929, así como al Congreso Mariano celebrado paralelamente
en la ciudad hispalense. Su militancia católica quedaba bien
acreditada con este hecho, pues además existe alguna foto suya en la
que el abuelo Salvador figuraba en la presidencia de un desfile
procesional, según se deduce de la misma, incluso como capataz del
paso.
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Procesión de San Lucas. Año 1926. (Col. particular del autor) |
El
4 de julio de 1929, Salvador Palacios ascendió en el organigrama
municipal, pues se le confió el puesto de Oficial de Actas y
Registro, con un sueldo anual de 3.000 pesetas. Eso se debió a su
antigüedad en la plantilla municipal, pues se había quedado vacante
el puesto por jubilación del que prestaba sus servicios, Cayetano
Delgado Ñudi, y Salvador Palacios era a quien correspondía el
ascenso según el reglamento, ya que era el auxiliar que ocupaba el
número uno del escalafón. Por aquel entonces desempeñaba la
alcaldía accidentalmente Pedro Barbadillo Delgado y el secretario
municipal era José López, que sustituía al titular, Carlos
Asquerino Lacave.
Excursión
al Coto de Doñana para conocer a Adolf Schulten
Pero
sin duda la actividad más destacable de Salvador Palacios fue la
excursión que hizo a principios de octubre de 1923, cuando contaba con 25 años, junto con varios amigos al Coto de Doñana, con el
fin de conocer al ya célebre doctor arqueólogo alemán Adolf
Schulten, investigador de Tartessos (2).
El diario sevillano El Liberal se hizo eco
de ello, pues el líder del grupo que cruzó el río desde Bajo de
Guía era el periodista y corresponsal en Sanlúcar Manuel Quiñoy, a
quien acompañaron otros eruditos locales como el militar retirado
Diego Pérez Tort, «verdadero entusiasta de la arqueología»,
Alejandro Zambrano, Pepe Vinceiro, Perico Martínez, que actuaba de
fotógrafo, y Rodolfo Romero. De guía de la expedición actuó
Francisco Díaz Montaño, que conocía el coto perfectamente por
haber vivido allí muchos años (3).
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El arqueólogo e historiador alemán Adolf Schulten |
Allí
pudieron conocer de primera mano las excavaciones practicadas por
Schulten y el producto recogido en forma de piezas diferentes de
cerámica, así como de varios restos de huesos humanos
correspondientes al periodo romano, existentes en diversas tumbas.
Posteriormente visitaron el Palacio de la Marismilla para
entrevistarse con el doctor Schulten y su ayudante, el general alemán
Lammeré. El catedrático de Historia Antigua de la Universidad de
Erlangen resultó ser un «correcto caballero, de trato afable y de
esmeradísima educación». Era un hombre que frisaba los cincuenta
años, «de rostro curtido por el sol y simpático, locuaz y amable
hasta la exageración», y muy sonriente, contestó a todas las
preguntas que le hicieron los componentes del grupo. Y se dio la
curiosa circunstancia, según cuenta el propio Schulten en su
apasionante libro “Tartessos”, que unos días más tarde de esta
visita de sanluqueños a las excavaciones, que habían descubierto en
ese año 1923 una villa romana, apareció, el 4 de octubre (penúltimo
día de las excavaciones) un anillo de cobre con inscripciones
griegas, lo cual demostraba que había habido expediciones griegas al
primitivo reino de Tartessos (4).
Fallecimiento
prematuro.
La
salud de mi abuelo se quebrantó. En 1931 se vio obligado a tomarse
unos meses de descanso por recomendación médica. Pasó una
temporada en la casa de campo familiar del pago de Capuchinos, justo
enfrente del convento. Un sitio saludable por su tranquilidad y aire
puro. Pero el 12 de mayo se vio alterada esta paz por los incidentes
ocurridos en la puerta del convento, cuando un grupo de desconocidos
intentaron prender fuego al mismo. Este hecho lo recordaba mi madre
perfectamente, a pesar de contar entonces con sólo seis años de
edad. La prensa local, en su crónica de sociedad recogió la vuelta
a la ciudad de mi abuelo Salvador tras su descanso campestre, algo
común en aquel periodismo tan familiar del diario Sanlúcar.
Pero
no se había curado. No había medios entonces en la ciencia médica
para el mal que se había apoderado de él. Así que el 30 de octubre
de 1932, a las ocho de la noche, mi abuelo falleció en el domicilio
familiar de la calle San Juan. Precisamente en la misma habitación
donde dormí muchos años, una de las que dan a la calle. La
certificación, firmada por el juez municipal Leopoldo del Prado
Ruiz, dejó constancia de la razón de su muerte: “tuberculosis
subaguda” y de que dejaba una hija huérfana llamada María del
Carmen, mi madre.
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El
Ayuntamiento recogió este óbito en sus actas capitulares. Aquellas
que precisamente fueron el objeto del cuidado de Salvador Palacios en
su tarea municipal. En su sesión de primeros de noviembre, al punto
4, «por moción de la Alcaldía, quedó el Ayuntamiento enterado del
fallecimiento ocurrido el día treinta del corriente del Oficial de
la Secretaría municipal, don Salvador Palacios Merino, acordándose,
a propuesta del señor [Francisco] Clavijo, que conste en acta el
sentimiento de la Corporación por el fallecimiento de un funcionario
tan ejemplar». Su vacante la ocuparía el auxiliar más antiguo,
Eduardo Hidalgo Romaní (5).
El
Noticiero gaditano
y otros diarios locales se hicieron
eco del
fallecimiento:
«En
esta ciudad ha fallecido el oficial administrativo de la Secretaría
del Excmo. Ayuntamiento, señor Palacios Merino, joven que contaba
con el verdadero aprecio de sus amigos y jefes, por sus dotes de
simpatía y competencia.
El
acto de la conducción del cadáver al Cementerio ha tenido lugar el
día 31 del pasado [mes], constituyendo una imponente manifestación
de duelo, presidiendo los familiares y el secretario de esta
Corporación don Alberto Gallego Burín, gran amigo del fallecido.
Enviamos
a la familia nuestro más sentido pésame, lamentando que el
Ayuntamiento se vea privado de un funcionario tan ejemplar» (6).
Como
no existían pensiones de viudedad, el alcalde de entonces, Manuel
Ruiz Delgado, le ofreció a mi abuela compensarla con algún puesto
para algún familiar suyo en el Ayuntamiento. Así que la reciente
viuda, que compartía el primer piso de la casa familiar con su
hermano Manolo, que era soltero, le convenció para que aceptara un
puesto como auxiliar en la oficina de Arbitrios, hecho éste que no
le sentó muy bien, según refería mi madre, pues le costó mucho
esfuerzo adaptarse a los entonces muy dilatados horarios laborales
que los funcionarios municipales tenían. Aun así siguió en su
puesto hasta su jubilación en los años sesenta.
NOTAS
(1) AMSB, Secretaría,
leg. 2611, expediente personal de
Salvador Palacios Merino.
(2) El Diario de Cádiz
del 30 de julio anterior informó que el Gobierno le había
concedido licencia al duque de Tarifa (Carlos Fernández de Córdoba
y Pérez de Barreda) para realizar excavaciones arqueológicas en el
Cerro del Trigo, «en busca de la antigua Tartessos, a orillas del
Guadalquivir». El duque se obligó a entregar cada mes una memoria
sobre los trabajos.
(3) Todo ello incluido en El
Liberal de Sevilla, jueves 4 de
octubre de 1923: “En el Coto de Doña Ana: Se han hecho
importantes descubrimientos arqueológicos”, p. 1.
(4) Schulten, Adolf: Tartessos,
Ed. Espasa Calpe, Madrid, 1971, p.
262.
(5) AMSB, Actas capitulares de 1932,
sesión de 4 de noviembre, f. 157.
(6) El Noticiero Gaditano, 2 de noviembre de 1932, p. 2.