TERRORISMO
FILARMÓNICO
[Incluimos
aquí un curioso artículo del escritor madrileño Emilio Carrere
(1881-1947) publicado con motivo de una huelga de músicos que dejó
sin actuaciones a muchas ciudades españolas en el mes de Julio de
1933. Un incidente armado que tuvo lugar en San Sebastián provocó
este humorístico y corrosivo escrito que nos ilustra bien sobre los
problemas sociales y laborales que trajo consigo la “mecanización”
de la música allá por los años 30 del pasado siglo. Un problema
que se dio también en todos los ámbitos profesionales y que, como
en las labores agrícolas, originó una gran crisis obrera]]
Una
de estas madrugadas escucharon los veraneantes de la bella Easo un
alarmante tableteo de detonaciones. Doce disparos de pistola, hechos
desde la sombra, contra las ventanas del cabaret Colón, donde, a
causa de la huelga de profesores de orquesta, está funcionando una
gramola.
Ante
esta manifestación del nuevo terrorismo filarmónico, los apacibles
vascos de tórax hercúleo y boina pequeñita—como los modelos
pictóricos de los hermanos Zubiaurre—exclamaron tranquilamente:
—Son
los murguistas del cabaret o así...
Como
un síntoma de la descomposición anárquica del momento, asistimos a
la rebelión de las graves trompas, a la revolución de los
inofensivos cornetines, a la protesta de los violones líricos y
petulantes y a la explosión de ese múltiple aparato de la
«jazz-band», que es el delirio de la chatarra... La música viva se
quiere vengar de la música en conserva. Es una protesta del hombre
contra la máquina, que, según parece, es la que tiene la culpa de
que ya nadie tenga dinero en el Mundo.
Nosotros
abrazamos, naturalmente, la causa de los músicos contra las
gramolas. Tenemos para ello la razón de haberlas soportado ya varias
temporadas en los entreactos de muchos teatros madrileños. ¡Y qué
ruidos producían, gran Dios! ¡Y qué conceptos tan depresivos hemos
dedicado a los empresarios que substituían las viejas y melifluas
orquestinas por la estridencia apocalíptica de los aparatos, con sus
negros altavoces, como boca de monstruos. Indudablemente, las orejas
de las Empresas teatrales y nuestras orejas no tienen la misma
sensibilidad para captar las ondas sonoras. Hubiera estado muy en lo
justo un acto terrorista por parte del espectador.
Pero
nadie protestaba porque la mayoría de la gente está ya insensible
para la armonía.
Mientras,
los empresarios resolvían con comodidad la huelga de músicos,
aunque éstos se quedasen sin comer. La gramola no se queja de la
injusticia social ni necesita comer —sólo alguna pianola de bar se
traga modestamente algunas perras gordas—.
El
aparato mecánico de música ofrece algunas ventajas sobre el aparato
humano que sopla en una trompa o araña las cuerdas de un violín: la
más importante es que todavía no se ha constituido el Sindicato de
las gramolas.
Los
profesores de orquesta llevan las de perder cuando plantean la huelga
a sus patronos, empresarios de teatros, dueños de cabarets o
sencillamente cafeteros a la usanza clásica de los que obsequian a
su distinguida parroquia con conciertos de piano y violín. La huelga
es un arma terrible en manos de un panadero, de un tendero de
comestibles, de un lechero o de un carnicero; pero es Inofensiva en
las débiles manos que sólo saben extraer sonidos agradables de los
instrumentos musicales. Comprendo que en una sociedad verdaderamente
civilizada la música ha de considerarse como un artículo de primera
necesidad. Pero en esta hora en que el violinista Sechiari se tira
por el balcón, y Kubelik vende su instrumento porque ya nadie tiene
interés en escuchar sus melodías... Ahora, con un armatoste de
música mecanizada tenemos bastante. Anticipándose a los músicos,
el público había declarado una huelga de orejas cerradas y de
acorchada sensibilidad. Igualmente estéril sería una huelga de
poetas, de articulistas de periódico, de novelistas y de filósofos.
¿Quién lee? ¿Quién sueña un poco? ¿Quién se emociona? Igual
que a Ir por la calle sin sombrero, parece que la multitud se va
acostumbrando a ir por la vida sin fantasía.
Nadie
como yo comprende la tragedia de los músicos, que
tienen
que acudir al pistolerismo
con
el propósito de imponer –en pintoresca paradoja— los acordes y
las fermatas con un acompañamiento de detonaciones. Orfeo, para
amansar a las fieras,
ya
no usará una flauta, sino una ametralladora.
Es
posible que con este nuevo estilo consigan que su arte y sus derechos
no se estrellen contra la insensibilidad y contra la barbarie, y
contra el espíritu mecánico de pianola que se expande por todas
partes. Aunque me temo que conseguir que comprendan los bárbaros
insensibles, mecanizados, materialistas, la importancia de la música,
de la poesía, de la filosofía, eso no se puede lograr en estos
momentos ni a tiros...
EMILIO
CARRERE
(Artículo
publicado en el diario La
Libertad, Madrid,
22 de Julio de 1933)
(c) Por la transcripción y revisión: Salvador Daza Palacios.
(c) Por la transcripción y revisión: Salvador Daza Palacios.
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