A mi sobrino Gonzalo Neva Daza.
«…Y
es el Santísimo sacramento venerado (como particularmente se echa de ver en esta
nuestra ciudad de Sanlúcar). Gracias sean siempre dadas a los señores duques de
Medina Sidonia; cuyo ínclito nombre será inmortal en la memoria de los siglos,
por haber entablado en ella su culto y veneración, que a las catedrales más
ricas y ostentosas del mundo no reconoce ventaja[1]
…».
1. La fiesta del Corpus bajo el régimen de
Castilla.
Velázquez
Gaztelu explica las graves desavenencias habidas tras la Incorporación de
Sanlúcar a la Corona de Castilla (1645) entre el cabildo eclesiástico y el
cabildo municipal[2].
Estas tensas diferencias tenían que ver con el ceremonial litúrgico y los
honores que les eran debidos a los regidores municipales, que reclamaban que se
les distinguieran en las festividades religiosas tal y como se hacía en otras
ciudades de Castilla. El historiador ilustrado no tiene reparos en culpar de
esta actitud a los beneficiados de la Iglesia Mayor, que ocultaban, «bajo la
ceniza de una quietud aparente», un fuego que iba fermentando y «que reventó
finalmente en llamas».
En 1648, el
Ayuntamiento se vio en la necesidad de defender su privilegio de que los
regidores llevasen las varas del palio en la importante procesión del Corpus,
contra la decisión de un visitador del Arzobispado que pretendió que fuesen los
clérigos los que lo llevasen. Casos como éste y otros muchos ocurridos,
ocasionaron al Ayuntamiento diversos pleitos y recursos contra el cabildo
eclesiástico, causando así «muchas disensiones y disgustos» que habían llegado
a ocasionar «escándalos muy ajenos de la gravedad y decencia de ambos
cuerpos».
Estas
opiniones se refieren a los años inmediatamente posteriores a dicha
Incorporación a Castilla. Pero por el asunto que explicaremos a continuación,
estos incidentes parece que siguieron repitiéndose a lo largo de todo el
conflictivo siglo XVII. En este caso concreto, también afectaba a la muy solemne
y arraigada procesión del Corpus, la más antigua fiesta religiosa de la que se
tiene noticia en la ciudad, pues aparece mencionada ya en 1513[3].
En esta festividad litúrgica se fueron incluyendo progresivamente las comedias
o autos sacramentales, la tarasca, las danzas, los gigantes, los fuegos, y
demás ceremonias que convertían esta celebración en una verdadera feria para el
pueblo. El Ayuntamiento destinaba un presupuesto de más de 1.000 ducados cada
año para financiar sus costes, con lo que se lograba, según el ya citado
Velázquez Gaztelu, «que pocas ciudades del contorno» superaran a Sanlúcar en la
ostentación y dispendios con que se celebraban estas funciones.
Por un asunto
hoy tan nimio como el lugar que le correspondía al cabildo municipal en el
cortejo de la procesión, se creó un conflicto de graves proporciones en el día
del Corpus de 1675. Se enfrentaron violentamente los capitulares civiles con
los miembros del clero parroquial y obligaron con ello a intervenir a las
autoridades superiores, encarnadas en el arzobispo de Sevilla y en el Consejo
de Castilla. Como en otras ocasiones, cada una de las partes expuso sus razones
con más o menos veracidad y vehemencia para que se les otorgara, desde lo más
alto del poder estatal, una sentencia favorable a sus intereses.
2. Crónica
de lo sucedido, según el cabildo municipal.
Estamos a 13 de Junio de 1675 «y
siendo como las nueve del día, se juntaron en las casas públicas del cabildo y
Ayuntamiento los señores capitulares, presididos por el licenciado Miguel de
Cerquera Portollano, alcalde mayor y corregidor[4]».
Los diputados de fiestas, Bernardo
de Trujillo y Miguel Censio de Guzmán, explicaron que habían acordado abandonar
la procesión y reunirse en la casa consistorial porque el clero parroquial no
le había permitido colocarse en el sitio que, según ellos, le correspondía al
cabildo municipal. Los frailes dominicos portaban el palio en nombre de los
regidores, por convite especial de éstos. El maestro fray Enrique de Guzmán,
señalado miembro del clero regular, era uno de los invitados a llevar el palio.
Éste, según los diputados, había ido siempre inmediato a las andas del Corpus,
haciéndole sombra, pero en esta ocasión, «se interpuso entre ellas y el palio
don Fernando Caballero de los Olivos, beneficiado propio de la Iglesia mayor
Parroquial, que asistió de preste, con sus acólitos». Los diputados de Fiestas,
en nombre de la ciudad, reclamaron su lugar, porque el preste se había colocado
en un lugar que no le correspondía, ya que, por no llevar en sus manos la
custodia, debía ir detrás del palio, «y éste inmediato a las andas, haciéndole
sombra y reverencia», según estaba ordenado y dispuesto y se había practicado
otras veces en la misma procesión.
Los regidores entonces recurrieron
al vicario y a los beneficiados «para que diesen orden y se enmendase y pusiese
en su lugar el palio, posponiendo al preste y acólitos». Pero no hubo acuerdo,
por lo que se produjeron varias altercaciones y discusiones, menospreciando el
clero la propuesta de la ciudad, «con no pequeña admiración, escándalo y
confusión de los circunstantes, tomando en ella más mano para el desahogo,
desprecio y ajamiento de la ciudad los beneficiados Francisco de los Reyes
Valderrama, Francisco de Bolaños y Francisco Moreno». Esta actitud no la
esperaban los regidores, pues tales beneficiados debían estar muy agradecidos
con el cabildo municipal por «ciertas atenciones» que con ellos habían tenido.
Estos
beneficiados resolvieron «que no se debía enmendar» el orden ya establecido y
que la procesión debía proseguir «en la forma en que había dado principio». Una
decisión que no era la primera vez que se tomaba, pues algunos años anteriores,
siendo vicario Alonso de Lisalde ya se quiso implantar tal «novedad», pero,
ante la protesta del cabildo municipal, que justificó su derecho y privilegio,
se reconoció por parte del clero que su decisión era «temeraria y falta de
reverencia» y resolvió que el palio fuera como había ido siempre, es decir,
inmediato a las andas y después, tras el palio, el preste y sus ministros. Así
que el cabildo no podía permitir este nuevo intento de alterar la costumbre,
que interpretaba como «un atropellamiento y desorden». Por lo tanto, los
regidores habían resuelto «retirarse del acompañamiento de la festividad,
siéndole de no pequeño dolor, mortificación y desconsuelo, así en faltar a tan
religioso y piadoso acto, como del escándalo que ocasionó la resolución que por
el vicario y beneficiados se tomó».
Los diputados pidieron que el
cabildo municipal presentara las denuncias y recursos oportunos para que se le
diera una satisfacción a tal «ofensa». Sería el alcalde mayor el que debería
iniciar un sumario sobre lo ocurrido. También decidieron que Tomás de Ortega,
teniente de escribano del Cabildo, diera un testimonio por escrito de la negativa
que dio el vicario a la petición hecha por los diputados. Una «novedad» que
había ocasionado «ruido y escándalo», pues el palio siempre se había llevado de
la misma forma en otros años y en otras procesiones.
El arzobispo sevillano Espínola Guzmán |
Todos los caballeros asistentes
dieron veracidad al testimonio, pues se hallaron presentes durante los
incidentes. Y pidieron por unanimidad que se escribiera una carta al arzobispo
sevillano, Ambrosio Ignacio de Espínola y Guzmán, remitiéndole un traslado del
acuerdo y del requerimiento que se le había hecho al vicario. En dicha carta le
pedían que «tenga por bien se corrija y dé pública y entera enmienda al caso
sucedido». Y que ordenase que el palio fuera en el sitio, lugar y forma en la
que siempre había ido, ya que la ciudad había de dar fin el siguiente jueves,
día veinte del mismo mes, la que sería la Octava de la solemne festividad, y en
ella volvería «a salir manifiesto nuestro Dios y señor Jesucristo
sacramentado». O sea, que se repetiría la procesión. Así que necesitaban una
respuesta rápida del arzobispo que le diese al cabildo «los espirituales
consuelos» que necesitaba en tan «grave y penosa mortificación».
Lo que no dice el acuerdo es que dos
de los regidores implicados en el altercado, Bernardo de Somoza y Miguel Sencio
de Guzmán, se desplazarían a Sevilla para llevar personalmente la carta y
petición al arzobispo, con el fin de ganar tiempo. Cinco días más tarde, el
cabildo tuvo noticia de que habían regresado y traían en sus manos la carta de
respuesta que dio el prelado. Así que se juntaron todos a cabildo para abrir la
carta y leerla[5].
Pero todos se llevaron una gran
decepción. La carta del arzobispo responsabilizaba totalmente de los hechos a
los capitulares municipales, pues, en su opinión, debían haber transigido con
la determinación del vicario y luego haber presentado todas las reclamaciones
que quisieran. Se trasluce, por la información que vierte el prelado en su
carta, que éste ya había sido convenientemente informado por el clero local. El
mitrado hispalense asegura encontrarse consternado por lo ocurrido, pues se
había dado un mal ejemplo a los extranjeros no católicos que residían en
Sanlúcar en una festividad litúrgica tan importante. Aseguró a los regidores que
le constaba por la información jurídica que se había hecho que la costumbre
desde hacía más de 40 años era que el preste fuese «inmediato a la custodia y
luego el palio». Así lo habían declarado algunos testigos ante el arzobispo,
que también aseguraron que el año anterior, el día de la Octava del mismo
Corpus, también se hizo así, a pesar de que el Ayuntamiento pretendió también
–sin éxito– cambiar el ceremonial canónico. Éste mandaba que el preste fuese
debajo del palio y llevase en sus manos el santísimo, aunque, explica el
arzobispo hispalense que, «por haberse introducido el uso de custodias tan
ricas, no puede el preste llevar a su Majestad». Pero se podía deducir que
era conforme a dicho ceremonial que se conservase la «inmediación entre el
santísimo y el preste», por la «razón grande de congruencia de que, si
sucediese algún acaso de caerse la custodia u otro accidente semejante, que
necesitase del recurso pronto, se hallase inmediato el preste para acudir[6]».
Teniendo en cuenta que el cabildo
había recurrido de manera urgente al arzobispo para que no se repitiese el
enfrentamiento en la procesión de la Octava, que tendría lugar el siguiente
domingo, el arzobispo decidió ordenar al vicario que la procesión se hiciese
«en la forma que jurídicamente consta se ha estilado, ocupando el preste el
lugar inmediato a la custodia». El mitrado esperaba la conformidad del
cabildo sanluqueño, por «su piedad y devoción», reservando para más adelante
una resolución más detallada de acuerdo con la demanda formulada[7].
El cabildo acordó celebrar sesión
general para el día siguiente, 19 de Junio, a las ocho de la mañana. También se
acordó pagar 180 reales al propio que fue a Sevilla a llevar la documentación
elaborada por el alcalde mayor, que la entregó a los capitulares que ya estaban
en la capital.
Al día siguiente se celebra el
cabildo[8].
Se volvió a leer la carta de respuesta del arzobispo, se analizó y se manifestó
con dolor que el purpurado no había tenido en cuenta la información aportada por los regidores, sino sólo las
declaraciones realizadas por los mismos eclesiásticos. La ciudad quedaba «con
sentimiento y dolor por ello», pues la resolución era contraria a lo que pasaba
«en todas las demás iglesias» y a la justicia, que para el cabildo era que el
palio fuese «haciendo sombra y reverencia a Cristo sacramentado, y que después
de él vaya el preste y sus ministros, que es quien cierra y remata la
procesión», que era la forma que se ha
practicado siempre en la ciudad. Se acordó pues enviar esta respuesta al
arzobispo, remitiéndola por medio del prebendado sevillano Andrés de León. A
éste le estaban muy agradecidos los capitulares, «por la merced que hizo
asistiendo a los diputados que fueron a Sevilla».
Parroquia de Ntra. Sra. de la O de Sanlúcar |
Se acordó que el día de la Octava
del Corpus, no obstante el pleito que se había entablado con el clero,
asistiera a ella la tarasca, los gigantes, las danzas, fuegos y todo lo demás,
y que se hiciese además «toda la demostración posible» de paz y concordia, pues
no tenían ánimo los regidores de descuidar el culto al Señor sacramentado.
Pero, por contra, decidieron no asistir a las ceremonias de la Parroquial, «por
evitar otro cualquiera inconveniente».
El 22 de junio se acordó escribir
una carta al Presidente de Castilla, dándole cuenta de todo lo sucedido,
remitiendo al Real Consejo un testimonio de la información que se había hecho.
Se cometió el asunto a Gerónimo Espinosa de los Monteros[9].
Pero, a pesar de todo, se serenaron los
ánimos, y el cabildo acordó asistir a la fiesta de san Pedro el 29 de junio, a
la que había sido convidado por el clero[10].
Los regidores que habían ido a
Sevilla, Bernardo de Somoza y Miguel Sencio de Guzmán, presentaron una factura al cabildo que
ascendía a 1.336 reales, que fueron los que gastaron en su viaje. Se acordó
pagarlos con el dinero reservado para Fiestas[11].
Pocos días después se procedió al
recibimiento del nuevo gobernador de la ciudad, Gabriel Laso de la Vega, conde
de Puertollano. También se le dio posesión al nuevo alcalde mayor, Fernando
Márquez Franco[12].
Pero estos nuevos mandatarios no pudieron evitar que el cabildo insistiera
sobre sus peticiones ante el arzobispo. Así que se acordó ver de nuevo la carta
que se escribió al mitrado con el fin de «hacerle recuerdo» para que tomase una
resolución definitiva sobre el asunto tal y como había prometido[13].
Así se hizo dos días más tarde. Pero la respuesta del arzobispo no llegaría
hasta final de mes[14].
3. Investigación
sobre los hechos ocurridos realizada por el alcalde mayor de Cádiz[15].
Sin embargo, unos días antes, se
presentó en la ciudad el alcalde mayor de Cádiz, Bernardo de Saravia, con el
fin de realizar una información sumaria –en virtud de una orden dada por el
Consejo de Castilla–, que averiguase la certeza de los hechos denunciados por
el clero y el Ayuntamiento. Este magistrado estuvo asistido en sus diligencias
por el escribano Joseph Mateos. En la real provisión dada al efecto, Antonio de
Monsalve, del citado Consejo, daba las instrucciones oportunas al juez para
llevar a cabo la investigación de lo ocurrido[16].
Interior de la Parroquia Mayor |
El expediente abierto por el alcalde
gaditano lo encabeza una denuncia presentada por el clero sanluqueño ante el
presidente del Consejo de Castilla, el marqués de Montealegre. A esta denuncia
se atendrá básicamente el juez Saravia para preguntar a gran cantidad de
testigos sobre la veracidad de las afirmaciones que en ella se contienen. La
denuncia presentada por el clero, firmada tres días después de la procesión,
estimaba que el Ayuntamiento quiso imponer una «novedad» en el ceremonial del
desfile procesional que no era de su incumbencia, contra la voluntad del clero.
Pero, a pesar de ello, éste le respondió en todo momento, «con toda modestia»,
que «el preste iba donde debía ir y acostumbraba». Esta discusión causó la
detención del cortejo, originando el consiguiente alboroto y escándalo entre el
pueblo.
Al cabildo municipal no le bastaron
las persuasiones y razonamientos esgrimidos por el vicario y los demás
clérigos, sino que tomaron la decisión de abandonar la procesión, dejando el
palio y el guión en otras manos. Pero lo que era aún más grave, «dieron
orden para que las danzas de gitanos se retirasen, y hasta un simple,
que visten por festejo[17],
le desnudaron inmediatamente. Todo ello con grave escándalo, constituyendo la
mayor sorpresa que puede caber en pechos católicos… habiendo tanto hereje como
en esta ciudad asiste». Pero, sin duda, la acusación más grave que realiza el
escrito del clero era la supuesta amenaza que el regidor y diputado de Fiestas,
Miguel de Guzmán[18],
lanzó al licenciado Francisco de los Reyes Valderrama, cura y beneficiado,
espetándole en el transcurso de la discusión que “si no fuera clérigo le
daría muchas puñaladas”.
Así que la procesión siguió sin el
Ayuntamiento. Pero no sin las danzas, según la versión dada por los
eclesiásticos, pues los gitanos (amenazados con que no se les pagaría lo
acordado) no obedecieron la orden del cabildo de que se retirasen, sino que
respondieron que servirían a Dios y seguirían danzando en la procesión. Toda la
actitud del cabildo fue «en odio del clero», según éste. Pedían pues los
eclesiásticos una reparación y una satisfacción de la irreverencia cometida
contra el sacramento cristiano y contra sus ministros, que fueron despreciados
a los ojos de tantos herejes[19].
El 27 de julio llegó Saravia a
Sanlúcar. Fue en barco desde Cádiz hasta El Puerto y desde aquí en calesa por
el camino hasta Sanlúcar. Notificó la real provisión al gobernador, el conde de
Puertollano, y el mismo día hizo un llamamiento para que declararan los
testigos. A través de las declaraciones de éstos se reconstruyen los hechos
acaecidos el 13 de Junio en los momentos previos a la procesión.
Resumen de las declaraciones de
testigos
El primero en declarar fue Antonio
Andrés Palomino, pertiguero de la Parroquial, y procurador, de 40 años de
edad. Tras él, Francisco Moreno de Prado, clérigo presbítero, de 35 años de edad. El tercer testigo fue Manuel
Álvarez, clérigo de menores órdenes, de 21 años[20].
El siguiente en declarar fue el clérigo Bartolomé Salvatierra, maestro
de ceremonias de la Iglesia mayor, de 37 años. Éste dijo que todos los
regidores juntos, ayudados por los religiosos de Santo Domingo, que iban
llevando el palio por convite de la ciudad, dieron mayores voces diciendo
que el preste debía ir detrás del palio e insistieron mucho en que si el
preste no se ponía detrás no habían de llevar el palio[21]…Todos
los testigos eclesiásticos declararon a favor de las tesis de la iglesia local,
como no podía ser de otra forma.
Fernando Caballero de los Olivos,
presbítero, de 37 años, fue uno de los protagonistas del incidente. Declaró que
desde hacía catorce años estaba en la Iglesia mayor, en donde era beneficiado
propietario, y había visto todas las procesiones del Corpus. Y en todas, el
preste con el diácono y subdiáconos habían ido inmediatamente a la custodia y
detrás el palio[22].
El mismo día declaró Francisco de
los Reyes Valderrama, presbítero, de 51 años, otro de los protagonistas de
la discordia. Dijo que se hallaba presente cuando salía la procesión de la
iglesia mayor, en que asistió como cura y beneficiado. Manifestó que el lugar
del preste era el inmediato a la custodia, donde había ido y le había visto ir
desde hacía 26 años. El clero dijo que no se debía hacer novedad en esto, ante
lo cual «todos los regidores, en especial Miguel Gómez, Bernardo de Trujillo,
diputados de Fiestas, tuvieron voces con el clero y don Miguel llegó al testigo
a preguntarle que dijese, como vicario que había sido, lo que era costumbre. Y
el testigo le respondió que[23]
la costumbre inmemorial que se había guardado siempre era ir el preste
inmediato a la custodia». Y que según el
ceremonial del Ritual Romano, era el preste el que llevaba al Señor
sacramentado en las manos, ya que el ir colocado en la custodia y en andas «era
cosa material». Sobre esto hubo discrepancias entre ambos y resultó
encolerizarse el citado don Miguel y decir al testigo algunas [palabras], las
cuales le ha perdonado, por haber sido contra la persona. Valderrama le replicó entonces a
Miguel Gómez «que atendiese que estaba presente nuestro Señor sacramentado, y
con esto sea acabó la discusión».
A Antonio Pérez, alguacil de la
Real Justicia, de 37 años, le preguntó el juez por la cita que le había
hecho Bartolomé de Salvatierra, maestro de ceremonias. Pero dijo que no estaba
presente en la procesión ese día cuando «los diputados de Fiestas dieron la
orden para que se retirasen las danzas. Pero poco después oyó decir que
los dichos diputados dieron tal orden, según oyó decir, y que allí
habían enviado dos alguaciles o a los porteros del cabildo».
Diego Sánchez, vecino en el Pozo
Amarguillo, de 44 años, había sido citado en su declaración por el clérigo
Manuel Álvarez. Pero dijo que no estaba en la iglesia al tiempo que salió la
procesión.
El juez Saravia y el escribano
Mateos no estuvieron muy finos con estas diligencias, pues uno de los testigos
que declara aparece al principio del acta nombrado como Alonso Garibay, vecino
de la ciudad. Sin embargo, al final del acta aparece la firma de Gerónimo
Espinosa de los Monteros, de 43 años. Éste dijo que el día del Corpus no
iba en la procesión sino que estuvo viéndola con otros caballeros en casa del
sargento mayor Juan V. de Castro. Alonso Castaño Arredondo, regidor[24],
de 52 años, dijo que aunque era regidor, «no pudo asistir el día del Corpus a
la procesión por estar de luto, y se fue a un zaguán a verla pasar». Después
oyó contar todos los incidentes ocurridos. Y confirmó la costumbre, ―como los
demás testigos civiles―, de que el preste iba siempre en las procesiones
después del palio.
Andrés Riquelme declaró el día
28 de Julio. Era también regidor del Ayuntamiento, con 50 años. Asistió como representante
del cabildo a la procesión. Era cierto que se habían retirado de la procesión
por los motivos ya conocidos. La decisión del clero iba contra la costumbre,
según Riquelme, que reconoce que este conflicto ya se había producido en varias
ocasiones, aunque siempre se había escuchado el dictamen del Ayuntamiento. Pero
en esta ocasión los eclesiásticos rechazaron[25]
y menospreciaron su opinión, «en particular el licenciado Francisco de los
Reyes Valderrama, a quien le adujo uno de los diputados, que era Miguel Gómez
de Guzmán, que bien sabía, pues había sido vicario, que se había estilado
siempre lo contrario de lo que pretendían. Valderrama le respondió que no le
entendía y que se fuese de allí; a lo que don Miguel le respondió diciéndole que
le veneraba por ser presbítero, que si no, otra cosa fuera...».
Alonso Aguilar, licenciado
presbítero[26], de
46 años, dijo que «por hallarse en estado achacoso, no asistió a la procesión.,
pero después había oído decir públicamente que hubo diferencias entre el
clero y la ciudad. Confirmó que el preste iba inmediato a las andas, que era
el lugar donde siempre había ido, aunque era cierto que el año 1673, en la
procesión de la Caridad, en la que iba de preste el licenciado Juan de León, se
produjo la misma situación, y el vicario cedió al dictamen de la ciudad, «cosa
que pareció después mal a los compañeros y le reprendieron».
Joseph Carrera, clérigo
presbítero[27], de
55 años de edad, iba en la procesión y confirmó todo lo ya sabido. Tomás de
Ortega, de 32 años, escribano y teniente de Juan de Torres Leiva, que
ejercía en el Ayuntamiento, declaró porque fue mencionado en el sumario. Juan
Gabriel, portero de cabildo, de 29 años, fue preguntado si el cabildo había
ordenado que se retirasen las danzas de la procesión[28].
Pero no lo confirmó.
El mismo 28 de Julio, el juez tomó
declaración al capitán Pedro de Bolaños Villavicencio, de 50 años, que
estaba el día del Corpus por la mañana en el zaguán de su casa, en la calle de
Caballeros, esperando la procesión. El
mismo 28 de Julio, el alguacil Pedro Sedeño, llevó ante el juez a Juan
Moreno, gitano, de 50 años, vecino de la ciudad. Fue preguntado por la cita
que le habían hecho y dijo «que gobernó las danzas que fueron en la procesión
del Corpus. Y NO tuvo orden [alguna] de la ciudad ni de la Justicia, ni de
ministros para salir de la procesión ni dejar de danzar, y así siempre
fueron en la procesión sin hacer novedad hasta volver a la Iglesia mayor».
Mariana de Flores, gitana, de 50
años, mujer de Juan Moreno, testigo anterior[29],
dijo que era «la autora y cabo de las danzas que salieron en la procesión del
Corpus, y como tal siguió la procesión hasta que volvió a la Iglesia, y
nunca tuvo orden del Regimiento, ni de los alguaciles para salir de la
procesión ni dejar de bailar».
El juez Saravia dio entonces por
concluida la sumaria de averiguación de los hechos acaecidos[30].
Ordenó pues que se certificara todo y se enviara a la ciudad de El Puerto para
que desde allí el Correo mayor lo remitiera a Antonio de Monsalve, miembro del
Consejo Supremo de Castilla. También dejó constancia de que nadie había cobrado
salarios ni costas algunas por el expediente informativo. Así que los gastos
ocasionados los sufragaría el propio juez «hasta que se le ordene otra cosa».
El expediente finaliza el mismo 28 de Julio.
Resolución
final sobre el asunto.
El 19 de Julio, el cabildo municipal
había decidido insistir ante el arzobispo para que éste emitiese un dictamen
definitivo sobre el asunto, con la intención de prevenir otros incidentes en
cualquier otra procesión en la que asistiera el cabildo –en especial la del 15
de Agosto– y poder conservar así «la paz y unión con el estado eclesiástico».
Se acordó «hacerle recuerdo a su eminencia para que tome resolución
[definitiva] como insinuó en su carta a esta ciudad[31]».
Así se hizo dos días más tarde. Pero la respuesta del arzobispo no llegaría
hasta final de mes[32],
cuando ya el juez Saravia había finalizado su comisión judicial.
El arzobispo responde que resolvería
el asunto «pastoralmente» y en beneficio «del culto divino». Y había estimado
que el palio debía, en efecto, dar sombra a la custodia, para lo cual debía
levantarse lo suficiente y así podría ir el preste inmediato después de las
andas. Los capitulares que debían llevar las varas del palio las debían levantar
mucho más para que debajo cupiese la custodia, pues éste era «el fin para el
que se destinó y la forma con que el ceremonial dispone [que] se
lleve...». Así se lo ordenaría al
vicario para que lo ejecutase en la parte que le tocaba.
Acabáramos. La cuestión radicaba
pues en que las varas del palio no eran lo suficientemente altas para cubrir la
custodia y por tal motivo debía ir detrás del paso. Así que los regidores
dijeron que la resolución que el arzobispo había tomado era lo que la ciudad había
deseado, y era la más decente. Así que se acordó cumplir dicha resolución.
Aunque sin perjuicio de la decisión que aún esperaban del Consejo de Castilla.
A raíz de ello, se encargó a varios
regidores que reconocieran el palio y le dieran la forma adecuada para lo que
su ilustrísima había dispuesto. Pero no estaba claro del todo aún, pues días
más tarde se acordó que tres capitulares vieran al gobernador y llegaran a un
acuerdo sobre quienes debían llevar el palio, pues si lo llevaban los regidores
no quedarían capitulares suficientes para formar la comitiva oficial que debía
ir acompañando la procesión. Por lo tanto estimaban que se debía seguir
invitando a quienes lo llevasen, pero siempre deliberando «lo que más convenga
a la paz y quietud que se desea entre ambos estados[33]».
Debieron calmarse los ánimos tras la
procesión del 15 de agosto, pues a fines de este mes, el conde de Puertollano,
gobernador, comunicó al cabildo la respuesta que le había enviado el arzobispo
«en razón de estar ya convenidos y ajustados, en toda paz y conformidad, el
estado eclesiástico y la ciudad, sobre lo sucedido en el día de Corpus». El
prelado hispalense le transmitía al gobernador sus «buenas esperanzas» de que
en el asunto se tomaría una «favorable expedición». También había recibido el
gobernador otra en el mismo sentido de Antonio de Monsalve, consejero de
Castilla[34].
En este caso, sin embargo, el máximo mandatario castellano no ahorra críticas
contra el cabildo. Le anuncia que el Consejo había decidido sobreseer el
expediente judicial abierto por Saravia, pero también, a la vista de todo ello,
había acordado advertir a la ciudad «que se podría haber excusado el lance
que pasó en la procesión, fiesta de la mayor solemnidad», pues se debía haber procedido
«con la mayor modestia y reverencia a Jesucristo Nuestro señor sacramentado, y
más en una ciudad donde concurren tantos extranjeros, a quienes se debía dar
mucho ejemplo y no ocasionar este escándalo».
También había sido informado el
Consejo de que las varas del palio eran muy cortas, con lo cual no podían
cubrir la custodia, así que le parecía muy conveniente que se hiciesen de
manera que la cubriesen, con lo cual se conseguiría que el preste fuera
inmediato a la custodia y al palio, y se excusaran así los inconvenientes
ocurridos.
A pesar del rapapolvo, el cabildo
acordó dar las gracias a Monsalve, por la merced que le había hecho en promover
la paz que deseaba con el estado eclesiástico, «en servicio de ambas
majestades» y que intentaría mantener a toda costa. Se escribiría una carta al
arzobispo, dándole también la gracias por los medios que había puesto «para la
conservación de la paz que esta ciudad ha experimentado con la resolución que
el Consejo ha tomado», y que se llevaría a efecto a partir de ese momento en
todas las procesiones, con la mayor ostentación. Y así se haría en los años
venideros. Siempre que se reformaran y alargaran las varas del palio, claro,
pues por la cortedad que tenían no podían servir para los fines que había
estimado el arzobispo en su resolución.
Por lo tanto, el cabildo acordó
hacer un palio nuevo con las varas más largas, el más rico que se pueda, en consideración a que el palio que
existía en la Iglesia Mayor, aunque se le alargasen las varas no podría cubrir
y hacer sombra a las andas, por ser cortas en largo y finas en ancho....Se
haría «de tela de horquilla? de oro y seda blanca, con flecos de oro de Milán[35],
con sus caídas de la misma tela, forro, y lo demás que condujere a la mayor
decencia. Y que sea capaz para cubrir las andas y custodia de largo y ancho,
bordando un escudo en el cielo, y en las caídas, el [escudo] de la ciudad». Los
diputados encargados deberían hacer «tanteo» de su costo y dar cuenta de ello
al cabildo.
No hay más noticias sobre el asunto,
así que suponemos que esta decisión salomónica fue de la satisfacción tanto del
aguerrido clero sanluqueño como de los muy celosos regidores municipales.
SALVADOR DAZA
PALACIOS
[1] BP de Cádiz: COUTIÑO, Ignacio: Sermón en
la publicación del jubileo general que concedió la Santidad del Sumo Pontífice
Urbano VIII este año de 1641. Predicóle en la Iglesia Mayor de Sanlúcar el
tercer domingo de Julio. Ofrecido al Excmo. príncipe y señor duque de Medina
Sidonia, por cuya orden fue predicado. Impreso en Cádiz, por Fernando Rey,
en 1641, pág. 136 del volumen.
[3] VELAZQUEZ GAZTELU, Historia..., p.
474 y ss.
[4] AMSB: Actas capitulares, cabildo de
13 de junio de 1675, fol. 79-80. Asisten: Francisco Maldonado de León, Fernando
de Rosas, alguacil mayor, Francisco de Isla Solórzano, Francisco de Rueda y
Vila, capitán Juan Pérez de Moreda, Andrés Riquelme, Bernardo de Somoza,
capitán Cristóbal Antonio de Esparragosa, Bernardo de Trujillo, Miguel Censio
de Guzmán, Diego de Esqueda y Gonzalo Márquez Pacheco, todos capitulares con
voz y voto de regidores.
[5] AMSB, Actas...Cabildo de 18 de junio
de 1675, f. 83 y ss.
[6]
Se da la curiosísima circunstancia de haber
ocurrido este hecho en la procesión del Corpus de Sanlúcar, celebrada el 14 de
junio de 2015, al tiempo que redactábamos estas líneas. La caída de la forma
consagrada insertada en el viril de la rica custodia parroquial, debida a una
mala colocación y al fuerte viento de levante existente dicho día, produjo la
suspensión de la procesión, siendo sustituida precisamente por un desfile del
preste bajo palio llevando la custodia de mano.
[7] Carta firmada por el arzobispo en su sede
hispalense el 16 de junio de 1675.
[8] AMSB, Actas, Ibíd., f. 86...
[9] AMSB, Actas...Sesión de 22 de junio
de 1675, f. 87v
[10] Sólo para discutir esto se celebró la sesión
del 27 de junio (fol. 90)
[11] AMSB, Actas...Sesión de 28 de junio,
f. 92v-93. Recordemos que el propio que llevó la documentación, cobró sólo 180
reales…
[12] AMSB, Actas...Sesión del 6 de julio
de 1675.
[13] AMSB, Actas...Sesión de 19 de
julio de 1675, f. 110v
[14] AMSB, Actas...Sesión de 30 de julio,
f. 113.
[15] AHN: Consejos, 26103, exp. 4:
“Información sumaria sobre los disturbios que hubo en la ciudad de Sanlúcar de
Barrameda (Cádiz) el día del Corpus de 1675”.
[16] AHN, ibíd., f. 1.
[17] Simple: Bobo, boba: En el teatro español
primitivo, personaje cuya simpleza provocaba efectos cómicos.
[18] Se refiere a Miguel Censio de Guzmán, al que
siempre llaman de forma abreviada: Miguel de Guzmán.
[19] Escrito firmado por Bartolomé de Liébana,
Fernando Caballero de los Olivos, Juan de Rama, Francisco de Bolaños, ante el
notario apostólico Pedro de Torres, en Sanlúcar, a 16 de junio de 1675.
[20] AHN, Ibíd., f. 13.
[21] A este importante testimonio no se le quiso
prestar la debida atención. Quizás estuviese aquí el origen del conflicto. No
hay que olvidar que los regidores no eran quienes llevaban personalmente el
palio sino que habían invitado en esta ocasión a los religiosos de Santo
Domingo, que también eran clérigos, entre ellos el padre maestro fray Enrique
de Guzmán, entonces muy venerado. Habría que deducir de estos hechos también
una posible rivalidad entre eclesiásticos seculares y regulares a la hora de
presidir los honores del cortejo.
[22] AHN,
Ibíd., f. 18.
[23] AHN,
Ibíd., f. 20.
[24] AHN,
Ibíd., f. 25
[25] AHN,
Ibíd., f. 27.
[26] AHN,
Ibíd., f. 28.
[27] AHN,
Ibíd., f. 29.
[28] AHN,
Ibíd., f. 31
[29] AHN,
Ibíd., f. 33.
[30] AHN,
Ibíd., f. 34.
[31]
AMSB, Actas.... Sesión de 19 de julio de 1675, f. 110v
[32]
AMSB, Actas...Sesión de 30 de julio, f. 113-114.
[33]
AMSB, Actas...Sesión del 5 de agosto, f. 116.
[34]
AMSB, Actas… Sesión de 30 de agosto, ff. 126-128.
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