En la mañana del día 30
de Octubre de 1894, en el monte Algaida, término municipal de
Sanlúcar de Barrameda, un obrero empleado en la tala de los pinos
encontró, en una zona conocida como Navacetes de España y
en el lugar concreto llamado
Ribete de Guavamal,
entre
grandes matas de sabina y arrayán, el cadáver de un hombre en plena
putrefacción (2).
El cuerpo estaba casi irreconocible pues estaba destruido en parte,
el pie derecho desprendido de la pierna, la mano izquierda seccionada
por efecto, al parecer, de un instrumento contundente, con equimosis
generalizadas de golpes recibidos, quemadas algunas partes de sus
ropas, carbonizada la cavidad abdominal... En fin, todo ofrecía el
aspecto de haber sufrido una muerte violenta, ocurrida hacia ya algún
tiempo, y cuyas huellas se habían tratado de borrar con fuego.
Dado el estado que
presentaba el cuerpo todo parecía indicar que se trataba de un
horroroso crimen dado el estado de malformación que presentaba el
cuerpo. El cadáver pertenecía a un varón, de unos cuarenta y cinco
años de edad. Inmediatamente se dio aviso a la Guardia civil que a
su vez lo comunicó al juzgado de instrucción para que realizara las
diligencias y averiguaciones correspondientes.
El pinar de La Algaida tenía en 1894 mucha mayor extensión que en la actualidad pues aún no se había realizado la colonización agrícola. |
Se personó el juez en el
lugar del hallazgo acompañado del médico forense, quien comprobó
que el muerto tenía parte de la cabeza y las costillas carbonizadas
y que, además, le habían cortado las manos, los pies, las piernas y
tenía los brazos separados del tronco. Una auténtica carnicería.
Por el estado de putrefacción que presentaba, el médico estimó que
había fallecido hacía unos tres meses.
Las primeras indagaciones
sobre el terreno indujeron a pensar al juez que el finado había sido
asesinado en un lugar diferente al que fue encontrado, pues no
existían huellas que probaran que allí se hubiera producido la
descomposición del cuerpo. Se suponía que lo habían llevado hasta
allí después de varios días para que así el hedor del cadáver no delatase a sus autores.
En
cuanto a la vestimenta, los primeros exámenes hicieron pensar en
que, a pesar del mal estado de sus ropas, el muerto vestía
decentemente y llevaba puesto incluso un sombrero que en su parte
posterior tenía huellas de una perdigonada que llegaba hasta la
cabeza. También se le hallaron en el
cuerpo, en la cabeza y el esternón, las dos balas que le causaron la
muerte
La
Guardia civil comenzó inmediatamente a practicar activas gestiones
para esclarecer el misterioso crimen que había levantado una gran
expectación en Sanlúcar y que estaba dando lugar a todo tipo de
conjeturas. Los medios de comunicación nacionales enseguida se
hicieron eco de la cruel noticia y barajaban rumores populares sobre
lo ocurrido. De hecho, por
las circunstancias que concurrían en el hallazgo,
la
opinión
pública creyó en un principio que los autores del crimen quedarían
envueltos en el misterio y jamás aparecerían. También se llegó a
especular con la idea de que en estaban implicados algunas
autoridades y personajes políticos muy conocidos en Sanlúcar.
Las
diferencias en las informaciones eran notables. Para unos, al cadáver
también le habían arrancado los ojos. Para otros, sólo llevaba un
mes muerto. Para los de más allá, el difunto tenía nada más que
cuarenta años.
Tras una semana de
auténtica expectación, la prensa nacional informó de que la
Guardia civil había detenido y encarcelado a los autores y cómplices
del crimen. Todos los indicios acusaban a dos guardias municipales
llamados José Velázquez y Manuel Romero, y, aunque no se pudo
confirmar en un principio, se rumoreaba que estaba implicado también
el comandante de la guardia municipal, Tomás Ceballos Caraballo, que
parece que había sido también detenido y encarcelado. Otro de los
resultados de la investigación judicial fue el conocer la identidad
de la víctima: se trataba de un ex-presidiario conocido como
“Perillo”, natural de Lebrija, y que había sido detenido una
horas antes de su misteriosa muerte por orden del propio comandante.
UN
AÑO DESPUES COMIENZA EL JUICIO EN LA AUDIENCIA DE CÁDIZ.
Nada
más se supo del caso hasta un año después, cuando se anunció en
la prensa provincial –y luego en la nacional– que el 21 de
Noviembre de 1895 iba a comenzar, en la sección tercera de la
Audiencia de Cádiz, el juicio contra los acusados de la muerte
violenta de Manuel Pérez Castellano, alias Perillo.
La sentencia del caso estaría en manos de un jurado popular
compuesto casi en su totalidad por vecinos de Sanlúcar(3).
El
diario La
Iberia
de Madrid fue uno de los más activos e interesados en recoger todas
las noticias que rodeaban al caso. Resumió lo conocido hasta el
momento y aseguró que la justicia y la guardia civil habían
trabajado mucho para esclarecer «las sombras en que el crimen quedó
envuelto». Se había conseguido precisar los motivos de la muerte,
que había sido violenta, tras diversos golpes y fracturas de huesos.
Hubo también un disparo de perdigones y por último un intento de
quemar el cadáver.
En
otros informes, los facultativos manifestaron que la sección de la
mano izquierda debió ser producida con instrumento corto,
contundente, de gran peso, sin que pudieran concretar si tales cortes
se verificaron cuando aún Perillo
estaba vivo.
Las demás mutilaciones del cadáver, así como su intento de cremación
se produjeron cuando ya éste había entrado en el período de
putrefacción.
Según
los informes recabados por la Guardia civil, Manuel Pérez
Castellano, Perillo,
era
un
hombre de malísimos antecedentes, pues era conocido como ladrón
desde muy joven, además de homicida y presidiario, según los
informes suministrados por el alcalde de su ciudad natal, Lebrija.
Resultó
probado igualmente que Perillo
había sido condenado por la Audiencia de Sevilla en una causa por
atentado a los agentes de la autoridad de Lebrija. Y ya desde
entonces había amenazado con vengarse de éstos, entre los que se
encontraba José María Velázquez Romero, guardia municipal de Sanlúcar de
Barrameda. Es de suponer que Velázquez se trasladó a esta última
ciudad desde Lebrija para alejarse del peligro que conllevaba aquélla amenaza.
Parece
ser que Perillo
cumplió
su sentencia de cárcel, y el
22 de Agosto, cuatro días antes del día de autos, Velázquez y su
mujer tuvieron noticias de que el ex-presidiario había llegado a
Sanlúcar con el propósito de matarle. Al escuchar ésto, la mujer
acudió entonces, temerosa, a dar aviso de lo que ocurría y a pedir
protección para su marido al comandante de los municipales, el
citado Tomás Ceballos. Velázquez, irritado y receloso, afirmaba que
si llegaba a encontrarse con Manuel Pérez, Perillo,
dispararía contra éste todos los tiros de su revólver antes que el
ex-presidiario le intentara atacar.
Deseoso
el comandante Ceballos de evitar disgustos y desgracias, acordó que
sus subordinados detuvieran a Perillo.
Así
lo efectuaron el cabo Manuel García Gutiérrez y el repetido
Velázquez, al encontrárselo borracho, como a las once de la noche,
cerca de la estación del tranvía. Tras esto lo condujeron a la
prevención municipal y le dieron parte a Ceballos. Seguidamente,
éste dio cuenta de lo acaecido al alcalde, quien no encontró
«hechos materiales que corregir y
sólo
males que prevenir». El primer edil ordenó al comandante que luego
que se serenase algo Manuel Pérez, se le pusiera en libertad, se le
reprendiese y se le indicara «la conveniencia de que abandonase la
población».
Pero
Ceballos, faltando ya a la ley y obrando con incomprensible
imprudencia, ordenó al guarda Manuel Romero y a Velázquez que le
esperasen a las dos de la madrugada en el sitio llamado La
Gallarda para
expulsar del pueblo al Perillo.
Así
que entre Ceballos y el cabo Manuel García le sacaron de la celda,
atado con una cuerda, y
se encaminaron, montados a caballo, hacia las afueras de Sanlúcar,
propinándole algunos golpes por el camino, a pesar de que Perillo,
«por ser quebrado, se quejaba de que se le salían las tripas».
Cuando llegaron a La
Gallarda, se
lo entregaron a los guardias Romero y Velázquez, que estaban allí
esperando. Entonces Ceballos les ordenó que lo condujeran y
expulsasen fuera del término municipal. Tras esto, Ceballos y García
se marcharon hacia el pueblo, sin que se hubiera aclarado durante la
instrucción del sumario si tenían sospechas de que Velázquez
tuviera algún propósito de vengarse de manera violenta de Manuel
Pérez Castellano.
Los
guardias Velázquez y Romero se hicieron cargo del preso y
continuaron en dirección al Cortijo
de la Fuente,
entrando en la dehesa de la Algaida. Por el camino siguieron
propinándole golpes a Perillo,
porque se quejaba nuevamente de la
hernia y decía que se le salían las tripas y no
podía andar. Así que Velázquez le montó en su caballo y con él
se internaron en la finca. Era ya casi el amanecer del 27 de Agosto.
Por
las equimosis encontradas en el cuerpo de la víctima se comprobó
que Velázquez le había golpeado varias veces con el sable. Tras
este continuo maltrato, disparó sobre Perillo
los
tiros de
su
revólver, y también los dos de la pistola de su compañero García,
a quien en aquel mismo instante se la pidió y de quien en tal
momento la recibió sin oposición alguna, causando de este modo la
inmediata muerte del desgraciado Manuel Pérez. Después, sin duda,
pretendieron quemar el cuerpo para borrar las huellas del delito y
ambos guardias se volvieron a la ciudad, diciéndole a Ceballos que
habían cumplido su comisión y guardando silencio absoluto sobre
su criminal conducta.
SE
INICIA EL JUICIO ORAL
A
la una de la tarde empezaron en la Audiencia de Cádiz las sesiones
del juicio oral contra los acusados del crimen. Ante numeroso
público, se constituyó el tribunal, bajo la presidencia del Sr.
Nogueras, con la asistencia del fiscal, Primitivo González de Alba,
y los abogados defensores de los procesados, Rafael de la Viesca
(ex-diputado), Antonio Camacho del Rivero, José Jiménez Mena y José
Luque Beas, todos de una gran reputación jurídica. Se procedió después al
sorteo de los miembros del Jurado. Junto
al banquillo de los acusados dos guardias civiles hacían escolta.
García y Ceballos disfrutaban de libertad provisional pero los otros
dos habían permanecido en prisión preventiva.
El abogado y diputado gaditano Rafael de la Viesca (1861-1908) defendió al principal acusado del crimen |
Una
vez leídos los escritos de calificación y conclusiones, en cuya
operación se invirtió bastante tiempo, se declaró abierto el
período de prueba, precediéndose al interrogatorio de los
procesados. En su primera acusación, el fiscal solicitaba la pena de
muerte para Velázquez y Romero, y cinco años de destierro para el
comandante y el cabo.
Declaran
los guardias José María Velázquez y Manuel Romero.
Velázquez
era el principal acusado. Era natural de Lebrija al igual que la
víctima. Durante su testimonio ante el jurado se retractó de varias
declaraciones suyas hechas durante la instrucción del sumario. A
preguntas del fiscal manifestó que no tenía resentimientos con
Perillo, pero
éste sí con él. Y que por orden del comandante de los municipales
detuvo a Perillo,
le
registró y le encontró una navaja. Después lo
dejó en la prevención.
Serían
las doce de la noche cuando se dirigió al Pago
de la Gallarda. Iba
a caballo y llevaba,
como de costumbre, una tercerola, un revólver y un sable. El Perillo
llegó
dos horas después con García y Romero. Se quejaba de que le habían
pegado y de que le molestaba mucho una hernia. José María Velázquez
reconstruyó los hechos diciendo que llegaron a
La Gallarda sin
saber a quien iban a expulsar del pueblo. Cuando llegó allí se
encontró con que era Perillo
pero
hizo
propósito de no meterse con él «para no perder a sus hijos». Así
que, junto con su compañero, se hicieron cargo del Perillo;
le
preguntó que adónde quería ir y le dijo que a ver a su familia (a Lebrija).
Uno de los pasajes del interrogatorio del fiscal fue el siguiente:
Velázquez:
Como
me dijo que iba cansado le hice subir a mi caballo y al poco rato se
tiró de él, cogiéndome el sable y haciéndome un corte en un
brazo. Saqué mi pistola y disparé, y así lo ha declarado Romero.
El
fiscal: Lo
que digan otros no tiene usted que mencionarlo; hable usted por sí
solo.
Velázquez:
Le
seguí y le tiré en el sitio Navacete
de España
y lo dejé muerto. Quise ocultar que le había matado, y le dije a
Romero que me diera una pistola con objeto de simular un suicidio.
Romero me dijo que no, que declarase la verdad.
—¿Y
por qué no lo hizo?
—Porque
no me quería comprometer, y tampoco a gente de Sanlúcar.
—¿Qué
hizo con la pistola de Romero?
—La
disparé al aire para dejarla junto al cadáver.
—¿Se
quejó el Perillo al recibir el tiro o los tiros? En el cadáver no
sé si sabrá que presentó más heridas de arma de fuego.
—No,
señor.
—¿Llevaba
Romero escopeta?
—Sí,
pero descargada.
El
otro guardia Manuel Romero Peña, por su parte, era el principal
cómplice del crimen. Era más joven que su compañero Velázquez y
declaró que a las dos de la madrugada recibió la orden de llevar
fuera del pueblo a Perillo.
Se
dirigió solo a La
Gallarda, y
al llegar al paso nivel [del tren] se encontró a Velázquez y a
Ceballos con el Perillo,
a
quien veía por primera vez. Le montó a caballo y cogió la cuerda
que maniataba al Perillo.
Después
montó Velázquez en su caballo a Perillo
y
se adelantaron, quedándose atrás el declarante. Y a una distancia
de unos doscientos metros oyó algunos disparos y, cuando llegó, se
encontró con que Velázquez había matado a Perillo.
Declaración
del comandante Tomás Ceballos y los médicos.
El
fiscal: Refiera
usted su intervención en el desagradable hecho.
Tomás
Ceballos: Vino
la mujer de Velázquez denunciando que Perillo
había llegado para matar a su esposo. A la noche vi a Velázquez y
le recomendé que no se comprometiera por ser padre de familia.
Velázquez me contestó que era una bajeza hacerle algo al Perillo
y que nada le haría. Después me avisaron en el teatro que el
Perillo
estaba embriagado y con una navaja. Di orden de prenderlo y en la
casilla le reconvine que no hiciese nada. Después yo quise llevarlo
al paso de la Gallarda para que después los guardias lo sacaran del
pueblo.
El
fiscal: ¿Lo
maltrataron ustedes?
—No,
señor.
—¿Usted recibió órdenes superiores de sacarlo fuera del pueblo?
—No,
señor.
—¿Cuándo
supo usted la muerte del Perillo?
—Yo
no supe nada hasta que estuve en la cárcel. Velázquez había
regresado y me dijo que se había realizado el servicio sin novedad.
Tras
esta declaración, entraron la sala los médicos sanluqueños José
López Ballesteros y José Gómez, quienes habían intervenido en el
examen forense del cuerpo hallado en la Algaida.
A
preguntas del fiscal manifestaron «que el cadáver se hallaba
seccionado por la articulación de la última vértebra lumbar con la
primera sacra; decúbito dorsal, y en dirección de Oeste a Este, la
cabeza, tronco y extremidades superiores, y en dirección
diametralmente opuesta se encontraba la pelvis y extremos interiores,
y adoptando el mismo decúbito; el pie y
pierna
derecha debajo del tronco, y el pie izquierdo completamente separado
de la pierna por la articulación tibio tarsiana, separación que
entienden se debía sin duda alguna a los progresos de la
putrefacción y algún movimiento de tracción verificado en fecha
reciente. Este, pie, contenido dentro de la bota, estaba envuelto en
un trozo de tela cuadrada, al parecer un pañuelo, donde se notaban
vestigios de sangre. El otro, que se encontraba igualmente envuelto
en un trapo y contenido en su bota: la mano izquierda estaba separada
del
antebrazo correspondiente por los extremos interiores del cúbito y
del radio, los cuales se hallaban seccionados al parecer por un
instrumento contundente y las partes blandas parecían separadas por
arrancamiento».
Fiscal:
De
manera, ¿que hubo violencia y traslación del cadáver?
Médicos:
Indudablemente.
—¿Cómo
debió ser agredido?
—Dada
la dirección de las heridas, por la espalda. Respecto a la
perdigonada en el sombrero, no se notó ningún vestigio en la
cabeza.
—¿La
herida del pecho sería instantánea?
—Sin
duda.
—¿Creen
ustedes que con esa herida, atravesado el pecho, pudiera haber
agredido a alguien con un sable?
—Lo
creemos difícil.
—¿Imposible,
no?
— Muy
difícil.
Ninguno
de los dos facultativos achacó a animales carnívoros el hecho de
que las partes blandas del cadáver estuvieran separadas, porque
hubieran dejado señales visibles. También aclararon que el cadáver
fue doblado para envolverlo y poder transportarlo, ocultando el
bulto.
Con
la declaración de los médicos terminó la primera sesión del
juicio.
Segunda
sesión: declaran los testigos.
La
segunda sesión fue destinada al examen de los testigos, desfilando
en primer lugar los de la acusación. El primero en comparecer fue el
ex-alcalde y vinatero de Sanlúcar, José Hontoria García, que
ejercía el cargo cuando se produjeron los hechos.
El
fiscal:
Sírvase
referir el testigo su conducta, como autoridad, en este proceso.
José
Hontoria: Se
me acercó Ceballos dándome parte de la detención del Perillo,
persona de malísimos antecedentes. Dispuse que lo sacaran del
pueblo. Regresó Ceballos y me dijo que se había cumplido el
servicio.
—¿Conoció
usted lo ocurrido en la Algaida?
—Después;
tarde.
—¿Se
hace en el pueblo siempre lo mismo con los sospechosos?
—Es
una costumbre antigua.
Sr.
Luque (abogado): ¿Le
denunciaron a usted cuando era alcalde que hubiese sido maltratado
el Perillo?
José
Hontoria: Nada;
si lo hubiera sabido, habría cumplido con mi deber.
—¿A
los domiciliados se les echaba del pueblo?
—
No; sólo a los vagabundos y sospechosos.
En
estos mismos términos se expresó Antonio Herrera Pérez que también
fue alcalde de Sanlúcar, quien ratificó la antigua costumbre que
existía en Sanlúcar de echar fuera del pueblo a los sospechosos.
Tras
los políticos desfilaron ante el tribunal del jurado el guardia
municipal Joaquín Obregón de las Casas, compañero del acusado, que
aseguró que Perillo
había
ido tres veces a buscar a Velázquez con intención de
matarle. Tras él, compareció el guarda rural Francisco Ruiz Díaz:
El
fiscal: ¿Conoce
usted el sitio donde encontraron el cadáver? ¿Era transitable?
Guarda
Francisco Ruiz: Sólo
por los cazadores.
—¿Usted
lo frecuentaba como guarda mayor de la Algaida?
—No
era practicable el terreno.
El
Sr. Viesca (abogado): En
el mes de Agosto ¿no había en la Algaida unos pinaleros?
Guarda
Francisco Ruiz:
Sí, señor. Eran dos cortas (pasaban de quince).
—¿Vivían
muy distantes del sitio donde se encontró el cadáver?
—Como
a unos 400 metros.
—Los
guardas de la Algaida, ¿no viven allí con su familia?
—Sí,
señor.
El
vecino de la Algaida Juan García había sido quien había localizado
el cadáver putrefacto del “Perillo”.
También
conocía de vista a los procesados.
El
fiscal: Quisiera
que explicara usted cómo encontró el cadáver.
Juan
García: Se
lo diré a usted muy pronto. Faltó a uno de mis muchachos un cabo de
un hacha; estábamos haciendo carbón. Nos colocamos en un ribete, y
el chiquillo dijo: “Ahí hay, en una mata, una ternera... no, es
una zorra”, y después dijo que era un hombre.
Le
mandé avisar al amo. Era un terreno muy apretao, lleno de malezas.
Al cadáver le faltaba una mano. Porque de noche pueden ir zorros y animales montaraces a aquel sitio.
El
Sr. Viesca: ¿Usted
vio un animal colgado en la misma mata donde se encontró el cadáver?
Juan
García:
Sí, señor.
–¿Cuántos
jornaleros había en la Algaida el mes de Agosto?
–
Veintinueve familias.
–
¿Distantes del sitio donde se halló el cadáver?
–
Más de una legua.
–
¿Pero repartidos y viviendo?
–
Sí, señor.
Comparece
a continuación José Castellanos, vecino de Lebrija, de oficio
pescador. Era tío del Perillo
y
conocía
al acusado Velázquez por ser de su pueblo.
El
fiscal: ¿Es
cierto que en Lebrija, por una costumbre deplorable, la guardia
municipal apalea a los vecinos, lo cual ha motivado quejas
superiores?
José
Castellanos: No,
no lo sé.
—¿Es
cierto que a Perillo lo apalearon varias veces?
—Sí,
señor.
—¿Por
qué?
—Porque
no era muy bueno.
—¿Sabe
usted que Velázquez declaró en Sevilla en una causa contra su
sobrino por atentado?
—Sí,
señor; lo oí decir a las gentes; y que había amenazado a
Velázquez.
El
Sr. Viesca (abogado): ¿Usted
es tío carnal de Perillo?
José
Castellanos: Sí;
era hijo de una hermana mía; le conocía desde niño.
—¿Qué
antecedentes tenía Perillo?
—Desde
que mi hermana lo echó al mundo empezó a hacer daño.
(Rumores
y risas del público. Interviene el presidente del tribunal
ordenando silencio)
—¿El padre de Perillo
de qué murió?
—De
diez o doce balazos que le pegó la Guardia civil.
(Nuevos rumores y risas del público)
(Nuevos rumores y risas del público)
El
presidente del tribunal:
¡Orden! ¡Esto no es una plaza de toros!
El
Sr. Viesca: ¿De
qué murió la abuela de Perillo? ¿No fue de que intentó éste
envenenarla?
José
Castellanos: No,
eso fue a mí.
(Más rumores.)
—Diga
lo que sepa,
—Estábamos
en una choza; íbamos a cenar y me encontré con que Perillo había
echado a la olla fósforos; todo porque yo le había reñido para
que fuese bueno.
—Ahora
más reciente, cuando vino de presidio el año pasado ¿no lo vio a
usted?
—Sí,
señor.
El fiscal: ¿A usted no le ofrecieron que se mostrase parte en la causa?
—No
comprendo, no sé lo que usted me pregunta,
—¿Usted
es tío del Perillo
de verdad?
—Sí,
señor.
—¿No
le dijeron en el Juzgado que si quería mostrarse parte?
—No
comprendo.
El
presidente: Retírese,
puesto que no comprende.
Otro
de los tíos de Perillo
era un hermano del anterior, también marinero, llamado Benito
Castellanos, que declara a petición de las defensas. Dijo que tenía
la plena sospecha de que Velázquez se vino desde Lebrija para
Sanlúcar con la intención de matar a Velázquez. Confirmó su
maldad como persona, pues maltrataba a sus hijos y tenía atemorizada
al resto de la familia.
La antigua sede de la Audiencia Provincial de Cádiz, en el barrio de la Viña, donde tuvo lugar el juicio oral. |
Desfilan
después ante el Jurado varios vecinos de Lebrija, que se limitan a
afirmar que Perillo
era
un
hombre
de malos antecedentes y que Velázquez era un hombre de buen
comportamiento. Entre ellos destacaron por sus testimonios los
empleados municipales Pedro
Víctor Camón y José Andrade, así como
el presbítero Juan Pedro Vidal, de unos 60 años. Un hombre «de
convicciones políticas que viste con decencia», según los
cronistas de la prensa. Ante las preguntas del abogado Viesca,
confirmó que Perillo
«reunía
todas las condiciones malas: instintos perversos y depravados». Y lo
sabía porque le conocía desde que tenía diez años. Aseguró
también que el propio Perillo
le había manifestado cuando salió de cumplir su condena que iba a
Sanlúcar a matar a Velázquez.
Sr.
Viesca (abogado): ¿Qué
impresión se produjo en Lebrija cuando se supo la muerte?
Juan
Pedro Vidal: Como
un bien que se producía a la humanidad.
En
el mismo sentido se manifestó Manuel Romero, industrial y juez
suplente de Lebrija.
Sr.
Viesca (abogado): ¿Cuando
se supo la muerte, lo sintió el vecindario? ¿Lo sintió su
familia?
Manuel
Romero: Todo
lo contrario; fue un día de júbilo para todo Lebrija.
El
alcalde de Lebrija, Ricardo de la Cuesta, también contribuyó a
denigrar el nombre y la fama de la víctima, pues llegó incluso a
manifestar ante el tribunal que el día que mataron al Perillo
«debían haber cantado un Tedeum»,
lo que provocó la risa general entre el público. Por contra, dijo
que el guardia Velázquez era «un empleado modelo». Poco le faltó
para proclamarlo como un héroe por haberse cargado a un sujeto tan
detestable. Y si no lo hizo no sería por que no lo pensara, sino por
no inculpar aun más al acusado.
Baldomero
Díaz, guarda mayor de la Algaida, presta declaración para relatar
que había encontrado unos huesos humanos en la zona y que los
enterró en un lugar próximo al sitio donde se encontró el cadáver,
dándole conocimiento al juez.
Otros
testigos intentaron avalar el buen comportamiento con los detenidos
de los guardias municipales a los nunca maltrataban, según ellos.
Así lo afirmaron los serenos José Palomino, Romero Caraballo y el
guardia José Vidal López, que había estrado procesado por lesiones
pero había sido absuelto.
Terminada
la prueba testifical, se dio lectura a la documental, suspendiéndose
el juicio por manifestar el fiscal que iba a modificar sus
conclusiones. A la vista de las declaraciones realizadas y de que las
pruebas presentadas eran favorables a los reos, el ministerio público
renunció a solicitar la pena de muerte al desaparecer la agravante
contra el acusado principal. También se proponía retirar la
acusación contra el segundo jefe de los municipales.
TERCERA
SESIÓN
La
tercera sesión comenzó con la lectura de las conclusiones
definitivas del fiscal. Primitivo González del Alba, que así se
llamaba quien ejercía la acusación pública, realizó un discurso
«correctísimo y fácil de palabra, fue un modelo de oración
forense; analizó cuidadosamente los hechos, sin olvidar detalle,
para venir a justificar las grandes penas que en sus conclusiones
solicita». Mantenía el relato de los hechos y seguía atribuyendo a
cada uno de los procesados la misma participación en el crimen. En
la cuarta de sus conclusiones apreciaba la circunstancia de que los
culpables se habían valido de su calidad de agentes de la autoridad
para cometer su asesinato. Según el fiscal, los hechos constituyen
los delitos de asesinato de Manuel Pérez Castellano, cualificado
como alevosía al matarle hallándose preso, enfermo e indefenso.
También eran culpables por obligar forzosamente a un ciudadano a
cambiar de residencia, no hallándose en suspenso las garantías
constitucionales.
Teniendo
en cuenta determinadas circunstancias, agravantes y atenuantes en los
procesados, el fiscal solicitó la pena de cadena perpetua para José
María Velázquez Romero. Otra de doce años y un día para Manuel
Romero Peña. Y para el cabo de los municipales, Manuel García
Gutiérrez, cinco años de destierro y multa de 250 pesetas, y para
el comandante, Tomás Ceballos Caraballo, cuatro años de igual
destierro e igual multa de 250 pesetas.
Los
letrados defensores (Viesca, Jiménez Mena y Luque) por su parte,
mantuvieron su criterio de que la muerte había sido ejecutada en
defensa propia, en el caso de Velázquez. Y que, en el caso de su
compañero Romero, había entregado la pistola a Velázquez después
de que Perillo
había muerto. En cuanto al comandante y al cabo de los municipales,
los defensores solicitaron la libre absolución, por que «los hechos
ejecutados por ellos no constituían el menor delito». Todos
defendieron pues la inocencia de sus clientes.
Sentencia
absolutoria. Reacciones.
Hecho
el resumen de las pruebas por el presidente del Tribunal, los jurados
se retiraron a
deliberar.
Después de una larga discusión, el Tribunal se volvió a constituir
para dar lectura al veredicto. Las preguntas que los magistrados
sometieron a la decisión del Jurado fueron 20, y éste las contestó
en sentido favorable a los procesados, estimando respecto a Velázquez
la eximente de la legítima defensa, y la inculpabilidad de los otros
dos procesados.
En
vista de ello, y después de oído el fiscal y las defensas, el
Tribunal dictó
sentencia absolutoria, siendo puestos inmediatamente en libertad los
cuatro procesados.
Según
la prensa provincial, el fallo fue bien recibido por la opinión
pública. Pero no fue así por los columnistas de Madrid, que
criticaron la actuación de la Justicia y su lenidad en este caso y
en otro que se juzgó dos semanas después con motivo del que fue
conocido como “El crimen de Benaocaz”. Al finalizar la vista de
este otro célebre proceso el Jurado volvió a emitir un nuevo
veredicto de inculpabilidad, y los siete individuos que pocos días
antes aparecían como terribles forajidos, obtuvieron «su patente
de hombres honrados».
Según
la prensa madrileña, «en el espacio de quince días el Tribunal
popular de Cádiz ha puesto en la calle a diez individuos, para los
cuales el fiscal pidió hasta el último momento la imposición de
penas gravísimas. Nos referimos a los tres procesados por el crimen
de la Algaida y a los siete de éste de Benaocaz». Cuestiona el
articulista el funcionamiento del jurado pues las pruebas practicadas
en ambos juicios no justificaban plenamente los dos veredictos
absolutorios. También carga las tintas contra la fiscalía:
«Al
señor fiscal del Supremo nos dirigimos; llame a sí esos procesos,
en virtud de las atribuciones que la ley le concede, inspecciónelos
y saque de él las consecuencias que los hechos le sugieran, porque,
una de dos, o el personal del Ministerio fiscal en la Audiencia de
Cádiz es incompetente, cosa que desde luego negamos, o hay que poner
una cortapisa a los desmanes del Jurado».
NOTAS:
1.- Diarios
consultados: La Correspondencia de
España, Madrid, jueves 1, 8 de Noviembre de
1894, 21 de Noviembre de 1895 (Corresponsal, Enciso). El
País,
Madrid, 2 de Noviembre de 1894 (Corresponsal, Mencheta). Diario
de Cádiz, y
El
Día (Madrid),
martes,
8 de Noviembre de 1894 (Corresponsal, Enciso). La
Unión Católica,
9 de Noviembre de 1894. La
Iberia,
Madrid, 20, 24, 25, 26 de Noviembre y 10 de Diciembre de 1895. El
Liberal, 21
de Noviembre de 1895 (Corresponsal, Zaldúa). El
Imparcial, Madrid,
viernes, 22 de Noviembre de 1895 (Corresponsal, Quero). El
Guadalete,
Jerez de la Frontera, 21, 22 y 23 de Noviembre de 1895.
2.- Hay
que hacer constar que hasta 1906 no se comenzó la colonización y
explotación agrícola de la Algaida, cuyo núcleo fue inaugurado en
1914. Por lo tanto, en 1894 cuando ocurre este crimen, el bosque de
pinos ocupaba mucha más extensión. Esto explica también que los
nombres originales de las zonas que aquí se mencionan hayan también
desaparecido.
3.- Antonio
Amérigo González es el presidente. Jurados: Manuel España Bonado;
José Moreno Jiménez (recusado por el Sr. Viesca); José García
(recusado) Miguel Valera Mateos; Manuel Alvarado (es recusado);
Mariano Muñoz (idem); Joaquín Marques (idem); Domingo Pérez Marín
(idem); Antonio Caballero Ruiz; Diego de la T. Caro (recusado); José
Vargas (idem); Andrés Muñoz (ídem); Manuel Ortega Camacho (idem);
Vicente Romero (idem); Joaquín Conde Pulido, Cayetano Roldán Pérez
(recusado); Pablo Diego Pila; Antonio Ramos Benítez (recusado);
Joaquín Repeto Matías (ídem); Vicente Fernández y Fernández
(idem); Miguel Alarcón Oliva; José Castro Lorente; Juan del Prado
Ruiz (recusado); Guillermo Sánchez Mellado; Florencio Romero
(recusado); Francisco González Ramos y José Sevilla Pinto.
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