lunes, 19 de junio de 2023

JULIO CEBALLOS, PINTOR Y MECENAS CULTURAL

Salvador Daza Palacios

(Publicado en Diario de Jerez, el 17 de julio de 2021)

Un gran hombre, un gran artista, ha muerto.

Julio Fernández-Ceballos, conocido para el arte pictórico andaluz como Julio Ceballos, nos ha dejado huérfanos a todos aquellos que le conocimos y le quisimos tanto.

Julio nació en Chipiona, pero amaba a muchos pueblos y ciudades en las que fue dejando huellas a lo largo de su fecunda vida artística y social. En especial, en Sanlúcar de Barrameda dejó constancia de su amor y entrega en gran cantidad de ocasiones. Le tenía un cariño especial a esta ciudad por haber sido aquí donde realizó sus estudios primarios en el Colegio de los Hermanos Maristas de Bonanza. Pero, además, pasó después en ella muchas temporadas, dedicándole una parte de sus magníficas pinturas, realizando carteles, organizando actos culturales e implicándose en la investigación de diversas obras de arte presentes en iglesias o colecciones particulares. Como vocal de la Comisión de Arte Sacro del obispado de Asidonia Jerez realizó una labor de control y vigilancia del patrimonio de la diócesis, que le consultaba determinadas cuestiones debido al gran conocimiento que poseía en el ámbito histórico-artístico.

Ceballos realizó varias exposiciones de su obra en Sanlúcar, alcanzando un gran número de visitas y unas excelentes críticas. También colaboró muchos años con el Festival Internacional de Música “A orillas del Guadalquivir”, mediante su generosidad y patronazgo, prestando su obra para divulgar internacionalmente el evento y realizando exposiciones en paralelo con dicho Festival. Una de sus obras de temática musical fue regalada al Ayuntamiento de Sanlúcar y se colocó de manera permanente en el Auditorio de la Merced.


Detalle de una pintura musical de Julio Ceballos

A través de Juventudes Musicales realizó también una labor de mecenazgo a favor de los jóvenes músicos sanluqueños, a los que ofreció su casa para presentarse ante el público de Chipiona. Organizó multitud de conciertos y fue el fundador de dicha Asociación en la vecina ciudad, además del Festival de Música de Chipiona, que aún se celebra todos los veranos.

Por desgracia, su gran proyecto, el Centro Internacional de la Música, que contó con el visto bueno de la UNESCO y de otras grandes corporaciones internacionales, no pudo ver la luz por la tacañería y miopía de las instituciones que hubieran sido las más beneficiadas por tan magna empresa. O sea, las más cercanas. Fueron muchas horas y años de trabajo, y una ilusión a raudales, las que empleó Julio Ceballos en este maravilloso proyecto cultural y educativo que se iba a situar en los antiguos pabellones sanitarios creados por el doctor Tolosa Latour junto al Santuario de Regla. Su no implantación le ocasionó un gran disgusto que le acarreó graves problemas de salud, además de otras muchas complicaciones personales.


Julio Ceballos recoge el título de Socio de Honor de Juventudes Musicales
de Sanlúcar de Barrameda en 1994, de las manos de su presidente, 
Manuel Jesús Barba Calvo. 

Viajero apasionado, recorrió numerosas ciudades europeas buscando la belleza que él sabía encontrar en los detalles más simples e inadvertidos como en los más excelsos. Esa era una de sus grandes virtudes, además de la generosidad de la que siempre hizo gala, el mostrar esa belleza que se oculta a los profanos y que él, artista integral y completo, reconocía y compartía con los demás. Nadie permanecía igual después de conocerlo. Julio Ceballos impregnaba con su arte y su savoir vivre a todo el que se cruzaba en su camino. En el campo de la pintura es uno de los mejores, de los más adelantados y originales pintores del pasado siglo XX y principios del XXI. Deja una obra grandiosa, excelente y genial. Es pues una obligación homenajear de forma pública a una persona tan entregada en pro de la Cultura y el Arte. A un auténtico mecenas que siempre levantó la antorcha del progreso a través de la educación artística y musical. Sanlúcar de Barrameda, y en general, la provincia de Cádiz están en deuda con Ceballos. Su gran altruismo y su arte personal quedarán siempre en el recuerdo de los que le conocimos y gozamos de su amistad. Y su pintura, a la que restó muchas horas dedicadas a su labor social y cultural, seguro que se irá revalorizando con el tiempo, como ha ocurrido con tantos genios. Porque Julio era un genio. Incomprendido y contradictorio, rebelde y magnánimo, curioso y extravagante. Muy amigo de sus amigos, se podía permitir licencias familiares, pues nos trataba con tal cordialidad que siempre nos causaba admiración, sorpresa y gratitud. Le gustaba siempre parafrasear a Unamuno: «Levanta a tus amigos, por que en su grandeza está tu propia grandeza». Y siempre esperaba la reacción aprobatoria de su interlocutor para replicarle: «Pues la frase no es de Unamuno, sino mía. Pero si digo que es mía previamente, no le hubieras prestado atención». Lo dicho: un genio.

Aniversario trágico: 200 AÑOS DEL CRIMEN DEL CORTIJO CASABLANCA

 (Publicado en Diario de Jerez, el 16 de abril de 2023)

Salvador Daza Palacios

Los días 10 y 11 de abril del año de 1823, seis hombres fueron asesinados en un cortijo, llamado Casablanca, propiedad entonces del patrimonio rústico que el monasterio de San Jerónimo de Bornos poseía en la campiña de Jerez. El Cortijo está situado a unos veinte kilómetros de la ciudad de Jerez de la Frontera, en su término municipal y cercano al municipio de El Cuervo. Los asesinados formaban parte de una compañía de realistas, que estaban bajo el mando de José Vizcaíno, y que se habían refugiado allí huyendo de una partida de constitucionalistas que los perseguían. Todo ello ocurrió en el contexto de los últimos meses del Trienio Liberal (1820-1823) y de la llegada a España de los Cien Mil Hijos de San Luis, de cuyos hechos se conmemoran en estos días el segundo centenario.

Cortijo Casablanca, Jerez de la Frontera (Cádiz)


Pocos días más tarde, en el mismo mes de abril, el corregidor de Jerez abriría una causa para esclarecer los hechos. Resultaron acusados de los crímenes una columna de Milicianos Nacionales, del arma de Caballería y de Infantería, de El Puerto de Santa María, de Jerez y de Medina Sidonia, que habían actuado bajo las órdenes del capitán Francisco Ruiz. Estos, al igual que otros muchos, habían sido armados por el gobierno liberal para luchar contra los absolutistas que defendían la monarquía tradicionalista de Fernando VII.

La causa se retrasaría en el tiempo más de cuatro años, pues hasta el 25 de septiembre de 1827, no se celebraría el juicio en la Real Audiencia de Sevilla. Para aquel entonces el sumario contaba ya con más de 300 folios y hasta un año después, el 15 de noviembre de 1828, no se remitiría a consultas del Consejo de Castilla. Hubo que esperar otro año más para que el fiscal de dicho Consejo emitiera su informe, lo que hizo en febrero de 1830.

Derrota de los constitucionalistas en julio de 1823

De esta ingente documentación se desprende que el día 10 de Abril de 1823, los realistas, huyendo de una columna de Milicianos, se habían refugiado en el cortijo Casablanca. En la refriega que se produjo entre las partes, cayeron tres hombres de la partida realista y otro fue herido muy grave, y, al parecer, murió a las pocas horas. Los milicianos también consiguieron prender a otros tres realistas que se habían escondido en lo más recóndito del citado cortijo. A la mañana siguiente, el 11 de abril, la columna se dispuso a marchar hacia Arcos, llevando consigo los cadáveres de los realistas muertos en cuatro bestias que les dejó el aperador del cortijo. El comandante Ruiz dispuso entonces que un piquete de diez a doce voluntarios de Infantería, al mando de Pascual Marín, teniente del mismo arma de El Puerto, se adelantase con los tres detenidos. Y así se hizo, pero, estando como a un cuarto de legua del cortijo, separados del grueso de la columna, los presos intentaron fugarse –según la declaración de Marín y de los suyos– por lo que se vieron obligados a disparar, matando a los tres detenidos. Recogieron entonces sus cadáveres y los cargaron en otras tres bestias y fueron conducidos, los siete muertos, por la misma columna hacia Arcos, donde, al llegar, les dieron sepultura con el calificativo de facciosos.

En la causa se define este hecho como un delito atroz, pues se había asesinado a tres presos, saltándose todas las normas internacionales que protegían a los prisioneros de guerra. Pero había aún algunos detalles espeluznantes que añadir, pues la tropa miliciana, no contenta con la muerte de los realistas, les habían mutilado las orejas a los cadáveres y las habían exhibido en Arcos y en Jerez, como si fuesen trofeos taurinos, «haciendo mofa y alarde de una acción tan criminal».

Mientras la causa sigue su curso en el tiempo, se producen una serie de incidentes con alguno de los acusados. Así, José Joaquín Facio, voluntario de Caballería de la unidad, aprovechando la instauración del régimen absolutista tras la llegada de las tropas francesas, se fugó de Jerez. Conocedora de ello, la Regencia del Reino formó una nueva causa de infidencia contra Facio, con embargo de sus bienes. Su fuga significaba su adhesión al gobierno constitucional que había caído y, por lo tanto, era un enemigo más a combatir. Sería más tarde capturado y encarcelado. También fue acusado por algunos testigos de haber sido uno de los hombres que exhibió las orejas mutiladas de los realistas en varios lugares de Jerez. Facio negaría tales comportamientos y su participación en las muertes de los realistas en Casablanca, avalando su actuación con algunos testigos. Otro de los encausados, Clotel, sería acusado de haber manifestado en la tienda de la calle de la Corredera de Arcos que las orejas eran de tales víctimas, pero encontró testigos que declararon que era falsa dicha imputación. También presentaron los acusados varios documentos de ser «personas de buena conducta, cuidadosos con su familia, de la más sana moral y de poseer un carácter humano y compasivo» con el fin de librarse de las penas.

A pesar de que en el proceso se consideraron como los principales responsables de los asesinatos y de las mutilaciones al teniente de voluntarios de Infantería Martín Pascual, con sus subordinados, y al comandante de la columna Francisco Ruiz, veremos a continuación que, por razones que se desconocen, los mandos nunca fueron acusados. Además de los referidos, se señalaron como cómplices a Ángel García Velarde, alférez de los Nacionales de Infantería de Jerez, y a Francisco de la Riva, a Manuel Clotel y al ya citado José Joaquín Facio, voluntarios de Caballería de la misma unidad.

Fusilamiento de tropas españolas. Nacían las primeras guerras civiles del siglo XIX.

La primera sentencia se pronunciaría el 25 de septiembre de 1827 por la Audiencia de Sevilla. Manuel Clotel y José Joaquín Facio fueron condenados a ocho años de presidio en África y al pago de la mitad de las costas judiciales. A Velarde y a De la Riva, sólo se les impuso una multa de cien ducados a cada uno, con apercibimiento y la mitad de las costas. Pero los reos –Clotel y Facio– recurrieron y la Sala dictó providencia el 5 de mayo siguiente, eximiendo a Clotel del cumplimiento de los ocho años. Lo absolvió. Y a Facio le rebajó la condena a dos años en la prisión correccional de Cádiz. La Sala también perdonaría las multas a De la Riva y a Velarde y, a los cuatro, el pago mancomunado de las costas.

El fiscal del Consejo de Castilla entendió que se debía aprobar el fallo pronunciado en revista por la Audiencia de Sevilla sobre las condenas de estos acusados. El Consejo, el 29 de diciembre de 1831 decidió que, sin tener a la vista la causa original, no podía evacuar la consulta pedida sobre la sentencia, pues estimaba que la causa no se debía limitar únicamente a los cuatro sujetos que recurrieron la sentencia de vista dictada por la Audiencia sevillana sino que se debía extender a todos los implicados, ya que, además, había varios prófugos. Y siendo, como era, «muy grave, malicioso y aún horrible crimen», no se debía despachar tan a la ligera. Ya vimos en su momento que, a pesar de que, en principio, se consideró que habían sido responsables de los asesinatos y las mutilaciones los mandos de la Partida, el teniente de voluntarios de Infantería, Martín Pascual, y el comandante de la columna, Francisco Ruiz, a ninguno de los dos se les procesó formalmente.

Entre una cosa y otra, pasaron nueve años. El 12 de abril de 1832 se volvió a examinar el proceso por el Consejo y el fiscal dio su nuevo dictamen. A la vista del último decreto de amnistía o indulto promulgado por el rey Fernando VII, propuso que se devolviese la causa a la Audiencia sevillana para que la sustanciara y decidiera «prontamente» y con arreglo a derecho.

El Consejo, tomando en consideración «la naturaleza y época del suceso, las personas que en él intervinieron, la variación que con respecto a algunos de los procesados se produjo en la sentencia de revista» y, principalmente, lo resuelto por el monarca en los decretos de amnistía, dictaminó que se debía devolver la causa a la Sala del Crimen «para que procediera en Justicia, tanto respecto de los procesados presentes, como de los ausentes, y aun de los que después de sus sentencias hayan sido aprehendidos». Este acuerdo fue firmado en Madrid por el gobierno de S.M. en 29 de noviembre de 1833. Habían transcurrido más de diez años desde aquellos hechos y fue imposible hacer Justicia a unas víctimas a las que ni siquiera se las identifica en la documentación.

Documentación:

Archivo Histórico Nacional: Sección de Consejos. Registro de consultas del Consejo de Castilla.

Cortijos, haciendas y lagares: Arquitectura de las grandes explotaciones agrarias de Andalucía. Provincia de Cádiz. Junta de Andalucía, 2002.

PANDO, Manuel, marqués de Miraflores: Apuntes histórico-críticos para escribir la Historia de la Revolución de España desde el año 1820 hasta 1823. Madrid, 2022.

GARCIA LEÓN, José Mª: La milicia nacional en Cádiz durante el trienio liberal, 1820-1823. Cádiz, 1983


UN EPISODIO DESCONOCIDO EN LA BIOGRAFIA DE LOLA FLORES

(Publicado por Diario de Jerez en su edición del 2 de abril de 2023)

Salvador Daza Palacios.


En un año lleno de conmemoraciones históricas no podía faltar la celebración del aniversario de una de nuestras más genuinas folklóricas: Se conmemora el centenario del nacimiento oficial de Lola Flores. Y destaco lo de “oficial” porque durante su vida siempre fue un misterio confirmar su verdadera edad y, por tanto su año de nacimiento, dada la resistencia de la artista a reconocerlo.



Aunque, como los grandes héroes de la mitología clásica, sus orígenes siguen siendo misteriosos. Como curiosidad, aportamos un documento conservado en el Archivo Municipal de Jerez en el que se refleja que el 26 de octubre de 1923 (solo diez meses después del nacimiento de Lola) se dio orden para que se diera sepultura en el cementerio general de católicos de Jerez de la Frontera, al feto dado a luz en su domicilio, a las diez del día anterior, por Rosario Ruiz Rodríguez, esposa de Pedro Flores Pinto, calle del Sol nº 5. Un documento firmado por orden del juez municipal por el secretario José Carmona. Esta trágica circunstancia añade un hermano más, hasta ahora ignorado, concebido por los progenitores de la gran estrella.



También el lugar de su nacimiento no ha estado exento de controversia, pues ya en Diario de Cádiz, con motivo de su fallecimiento en 1995 se publicó una noticia sorprendente: “Polémica sobre el lugar donde nació la artista”. En este suelto se aseguraba que Lola no nació en Jerez como afirmaban la mayoría de sus biógrafos, sino en Sanlúcar de Barrameda, de donde era su madre, Rosario Ruiz. Su nacimiento se había producido hacía 72 años (o sea, en 1923) en la céntrica calle de la Bolsa, en el Barrio Bajo. Así lo afirmaba entonces el párroco de Santo Domingo, ya fallecido, Juan Mateo Padilla, que, además, era jerezano. Lo que ocurrió, según el presbítero, es que sus padres se trasladaron inmediatamente a Jerez, donde regentaba un bar, con la niña recién nacida y allí fue bautizada e inscrita en el Registro Civil. Con motivo del fallecimiento de la legendaria artista, el propio párroco Juan Mateo ofició una misa de funeral allá por fines de mayo del citado año 1995 a la que asistieron centenares de fieles y admiradores sanluqueños de la popular cantante.

Creo que no es necesario resaltar que esta teoría no está avalada por los biógrafos de La Faraona, ya que, por ejemplo el muy divulgado trabajo de Juan Ignacio García-Garzón [Lola Flores: el volcán y la brisa] asegura que nuestra artista nació en el número 45 de la calle Sol de Jerez, donde su padre Pedro, “El comino”, trabajaba en la taberna “La Fe”, donde incluso se oyó la “Marcha real” en el momento del alumbramiento.

Efectivamente, la madre de Lola Flores era sanluqueña, y así figura registrada en el padrón municipal de vecinos de 1914. Rosario Ruiz es la cuarta de seis hermanos (Amalia, Aurora, Manuel, José y Carmen) todos hijos de Manuel Ruiz Dorado y María Rodríguez Misa. Viven entonces en la calle Fariñas, 41. Rosario tiene entonces 16 años (nacida pues en 1898). Su padre, Manuel, de 43 años, figura como albañil, al igual que un hijo del mismo nombre.

La propia Lola recordará a esta familia de la siguiente forma: Mi madre era hija de un matrimonio muy trabajador, que se llamaban ella María, la tercera de cinco hermanos, y él, su marido, Manuel. Una familia que tenía que quitarse el hambre a guantazos. Venían de las hermosas tierras de Sanlúcar. Mi abuelo, Manuel, era vendedor de aceite, de esos que iban por las calles con las cántaras de metal encima de la albarda de un burro. Me han dicho alguna vez que este abuelo Manuel era el gitano del que me viene el cuarterón de sangre calé que me puebla.

Es lógico que viviendo el matrimonio Flores Ruiz en Jerez visitara con cierta asiduidad la ciudad sanluqueña, dado que era el lugar de nacimiento de la esposa. Especialmente en verano, cuando la playa se convertía, incluso en los tiempos infaustos de la Guerra civil, en el objeto del deseo de todos. Fue precisamente en la de Sanlúcar donde nuestra jovencísima Lola escandalizó al público veraniego utilizando su cuerpo escultural para ceñir un traje de baño prohibido por la decencia y el puritanismo franquista, lo que le ocasionó un conflicto a su padre.



Fue el 1 de agosto de 1938 cuando los guardias Juan López y Salvador Hermoso vigilaban las orillas del Guadalquivir y contemplaron asombrados a Dolores Flores, de 17 años, que estaba bañándose de forma «indecorosa», dando lugar «a una aglomeración de público en dicha playa». A los guardias no les quedó más remedio que actuar, llamándole la atención al padre de la chica, Pedro Flores Pinto, dada su menor edad. Pero en ese preciso momento se presentó el cabo del tercer batallón de Milicias nacionales de Cádiz, Manuel Maldonado Sierra, y montó una bronca a los guardias, a los que acusó de «sinvergüenzas y de no saber cumplir con su deber», amenazándoles con que iba a arrojarlos al agua, mientras zamarreaba al guardia Manuel López Becerra. Como no cesaba de llegar gente ante el tumulto creado, una pareja de soldados que estaban también haciendo la ronda en la playa procedieron a detener al cabo por orden de los guardias, siendo conducido a la prisión del Castillo de Santiago. Es de suponer que Pedro Flores hubo de pagar alguna multa por infringir las ordenanzas del orden público y la cruzada de moralidad que imponía desde su sede hispalense el cardenal Segura, aunque no consta en la documentación. Lo cierto es que se demostró, en estas fechas tan tempranas, que la presencia de Lola Flores no dejaba indiferente a nadie.



Según el ya citado biógrafo García-Garzón, al año siguiente la bailaora jerezana, entonces conocida como “Imperio de Jerez”, actuó en la Fiesta de la Manzanilla que se celebró en Sanlúcar en septiembre de 1939, acompañada por los guitarristas Javier Molina y Sebastián Núñez. Aunque en la prolija documentación municipal sanluqueña no se ha conservado memoria de esta actuación. Poco después, Lola haría su debut en el Teatro Villamarta, consagrándose ante sus paisanos como una relevante promesa del cante y del baile. Ya por entonces se ganó la fama parafraseando a su admirada Pastora Imperio: «Bautizá con manzanilla, este es mi nombre de Lola. / He nacío pa bailaora / y me llaman en Jerez / la Gitana emperaora.»

Documentación:

AMJ: Autorizaciones de sepultación, año 1923, libro 379.

Testimonio incluido en la biografía de www. lolaflores.info/biografia, recogido a su vez del libro de Tico Medina.

AMSB: Correspondencia de Secretaría, leg. 3520. Oficio dirigido al alcalde por el jefe de la Guardia municipal.

martes, 29 de noviembre de 2022

MI ABUELO, SALVADOR PALACIOS MERINO (Sanlúcar, 1898-1932)

 

Un sanluqueño brillante e inquieto que conoció a Adolf Schulten.

Salvador Daza Palacios

(A mi hermana María del Carmen).

No tuve la fortuna de conocer a mi abuelo, Salvador Palacios Merino. Falleció a la temprana edad de 34 años. Pero durante toda mi vida le he echado de menos porque estoy seguro que me hubiera llevado muy bien con él. Los testimonios orales que recibí de mi tía abuela Caridad, única hermana de Salvador, fueron más que suficientes para que le fuera tomando cariño a través del tiempo.

Mi abuelo era hijo de Francisco Palacios Fuentes y de María Gloria Merino Moscosio. Nació en la calle Jerez número 36 a las dos de la madrugada del día 11 de agosto de 1898. Cuando nació, sus padres tenían 32 y 27 años, respectivamente. Unos años después nació su hermana Caridad.

Francisco Palacios
Fuentes


Gloria Merino
Moscosio

Por mi casa familiar, en la que vivió y falleció mi abuelo, quedaron pocos testimonios de su vida. Unas fotos, algunos libros y poco más. Pero dentro de este poco, encontré un día un título de bachiller superior expedido nada menos que por la Universidad de Sevilla. Cuando mi abuelo falleció mi madre sólo tenía siete años, así que no tenía mucha información sobre su actividad estudiantil. Me propuse averiguar algo más y hallé algunos papeles conservados en el Archivo Histórico de la citada Universidad. Según estos documentos, Salvador Palacios había realizado estudios durante los cursos 1915-1916 a 1917-1918 en la Facultad de Ciencias. Las asignaturas que cursó eran Mineralogía y Botánica, Análisis Matemático, Química General, Zoología General, Geometría métrica, Física y Cristalografía. Como consecuencia de estos estudios estuvo residiendo en la capital hispalense, primero en la calle Ahujas, 4 y posteriormente en calle Conde de Tejar, nº 1.



El fallecimiento de su padre, Francisco Palacios (hijo de Félix y Francisca), acaecido el 25 de enero de 1920 a los 54 años de edad parece que le impidió proseguir sus estudios. La hermandad de las Angustias, a la que pertenecía como directivo, le hizo un funeral de beneficio. Francisco tenía al menos dos hermanos, José y Félix.

Al quedarse su madre viuda, Salvador tuvo que buscar trabajo para poder mantener a la familia. Y tuvo la suerte de encontrar un puesto eventual en el Ayuntamiento. Según su expediente personal, conservado en el Archivo municipal (1), ingresó como escribiente temporero de Secretaría el 23 de febrero de 1920, con un jornal diario de 3 pesetas y 98 céntimos. Uno de sus cometidos fue el auxiliar los trabajos de confección del Padrón de habitantes. Cesó en este puesto el 31 de agosto del mismo año. Pero, a la vista de sus extraordinarias virtudes para el oficio, volvió a ser contratado de nuevo el 16 de noviembre para la sección de Hacienda, con un jornal de 4’55 pesetas, lo cual le ofreció la oportunidad de poder presentarse a una oposición a fines de enero de 1921 para un puesto de auxiliar, dotado con un sueldo anual de 2.169 pesetas con 46 céntimos.


Salvador Palacios, funcionario municipal de Secretaría, en 1931

Del matrimonio formado por Salvador
Palacios y Carmen Romero nació Carmen
Palacios Romero en 1925


Esta remuneración fue aumentando durante varios años, hasta alcanzar las 2.570 pesetas. Con esta cantidad podía mantener su casa y pensar en formar una nueva familia. Pero tuvo la fatalidad de perder entonces a su madre, Gloria, fallecida a la edad de 50 años. Conoció entonces a mi abuela, Carmen Romero Muñoz, pues Salvador frecuentaba la Parroquia del Carmen, como hermano y secretario que era de la Hermandad de las Angustias, donde ella iba a oír misa. Carmen era un año mayor que él y también era huérfana de padre y madre, como Salvador. Surgió el amor entre ambos, y en 1924 se casaron. Y establecieron su casa familiar en el domicilio de ella, en la calle San Juan 36 (hoy 64) donde ambos deberían convivir con varios hermanos de ella (Manolo, Luis y Juan) que residían también en el inmueble. Y en marzo de 1925 nació mi madre, Carmen Palacios Romero, única hija del matrimonio, que vino a traer una gran alegría a la casa, pues la tragedia se había venido cebando con los Romero Muñoz durante algunos años.





La personalidad simpática y brillante de Salvador no tardará en mostrarse, pues en enero de 1929, Salvador Palacios asistió, en representación municipal y acompañando a varios munícipes, a la botadura en Cádiz, de la réplica de la carabela Santa María, que se construyó en los astilleros Echevarrieta, por orden de Alfonso XIII y Primo de Rivera, con el fin de exhibirla en la Exposición Universal de Sevilla de ese mismo año. También fue uno de los asistentes a la inauguración de esta Expo que tuvo lugar el 9 de mayo de 1929, así como al Congreso Mariano celebrado paralelamente en la ciudad hispalense. Su militancia católica quedaba bien acreditada con este hecho, pues además existe alguna foto suya en la que el abuelo Salvador figuraba en la presidencia de un desfile procesional, según se deduce de la misma, incluso como capataz del paso.


Procesión de San Lucas. Año 1926. (Col. particular del autor)

El 4 de julio de 1929, Salvador Palacios ascendió en el organigrama municipal, pues se le confió el puesto de Oficial de Actas y Registro, con un sueldo anual de 3.000 pesetas. Eso se debió a su antigüedad en la plantilla municipal, pues se había quedado vacante el puesto por jubilación del que prestaba sus servicios, Cayetano Delgado Ñudi, y Salvador Palacios era a quien correspondía el ascenso según el reglamento, ya que era el auxiliar que ocupaba el número uno del escalafón. Por aquel entonces desempeñaba la alcaldía accidentalmente Pedro Barbadillo Delgado y el secretario municipal era José López, que sustituía al titular, Carlos Asquerino Lacave.

Excursión al Coto de Doñana para conocer a Adolf Schulten

Pero sin duda la actividad más destacable de Salvador Palacios fue la excursión que hizo a principios de octubre de 1923, cuando contaba con 25 años, junto con varios amigos al Coto de Doñana, con el fin de conocer al ya célebre doctor arqueólogo alemán Adolf Schulten, investigador de Tartessos (2). El diario sevillano El Liberal se hizo eco de ello, pues el líder del grupo que cruzó el río desde Bajo de Guía era el periodista y corresponsal en Sanlúcar Manuel Quiñoy, a quien acompañaron otros eruditos locales como el militar retirado Diego Pérez Tort, «verdadero entusiasta de la arqueología», Alejandro Zambrano, Pepe Vinceiro, Perico Martínez, que actuaba de fotógrafo, y Rodolfo Romero. De guía de la expedición actuó Francisco Díaz Montaño, que conocía el coto perfectamente por haber vivido allí muchos años (3).


El arqueólogo e historiador alemán
Adolf Schulten
Allí pudieron conocer de primera mano las excavaciones practicadas por Schulten y el producto recogido en forma de piezas diferentes de cerámica, así como de varios restos de huesos humanos correspondientes al periodo romano, existentes en diversas tumbas. Posteriormente visitaron el Palacio de la Marismilla para entrevistarse con el doctor Schulten y su ayudante, el general alemán Lammeré. El catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Erlangen resultó ser un «correcto caballero, de trato afable y de esmeradísima educación». Era un hombre que frisaba los cincuenta años, «de rostro curtido por el sol y simpático, locuaz y amable hasta la exageración», y muy sonriente, contestó a todas las preguntas que le hicieron los componentes del grupo. Y se dio la curiosa circunstancia, según cuenta el propio Schulten en su apasionante libro “Tartessos”, que unos días más tarde de esta visita de sanluqueños a las excavaciones, que habían descubierto en ese año 1923 una villa romana, apareció, el 4 de octubre (penúltimo día de las excavaciones) un anillo de cobre con inscripciones griegas, lo cual demostraba que había habido expediciones griegas al primitivo reino de Tartessos (4).

Fallecimiento prematuro.

La salud de mi abuelo se quebrantó. En 1931 se vio obligado a tomarse unos meses de descanso por recomendación médica. Pasó una temporada en la casa de campo familiar del pago de Capuchinos, justo enfrente del convento. Un sitio saludable por su tranquilidad y aire puro. Pero el 12 de mayo se vio alterada esta paz por los incidentes ocurridos en la puerta del convento, cuando un grupo de desconocidos intentaron prender fuego al mismo. Este hecho lo recordaba mi madre perfectamente, a pesar de contar entonces con sólo seis años de edad. La prensa local, en su crónica de sociedad recogió la vuelta a la ciudad de mi abuelo Salvador tras su descanso campestre, algo común en aquel periodismo tan familiar del diario Sanlúcar.

Pero no se había curado. No había medios entonces en la ciencia médica para el mal que se había apoderado de él. Así que el 30 de octubre de 1932, a las ocho de la noche, mi abuelo falleció en el domicilio familiar de la calle San Juan. Precisamente en la misma habitación donde dormí muchos años, una de las que dan a la calle. La certificación, firmada por el juez municipal Leopoldo del Prado Ruiz, dejó constancia de la razón de su muerte: “tuberculosis subaguda” y de que dejaba una hija huérfana llamada María del Carmen, mi madre.



El Ayuntamiento recogió este óbito en sus actas capitulares. Aquellas que precisamente fueron el objeto del cuidado de Salvador Palacios en su tarea municipal. En su sesión de primeros de noviembre, al punto 4, «por moción de la Alcaldía, quedó el Ayuntamiento enterado del fallecimiento ocurrido el día treinta del corriente del Oficial de la Secretaría municipal, don Salvador Palacios Merino, acordándose, a propuesta del señor [Francisco] Clavijo, que conste en acta el sentimiento de la Corporación por el fallecimiento de un funcionario tan ejemplar». Su vacante la ocuparía el auxiliar más antiguo, Eduardo Hidalgo Romaní (5).

El Noticiero gaditano y otros diarios locales se hicieron eco del fallecimiento:

«En esta ciudad ha fallecido el oficial administrativo de la Secretaría del Excmo. Ayuntamiento, señor Palacios Merino, joven que contaba con el verdadero aprecio de sus amigos y jefes, por sus dotes de simpatía y competencia.

El acto de la conducción del cadáver al Cementerio ha tenido lugar el día 31 del pasado [mes], constituyendo una imponente manifestación de duelo, presidiendo los familiares y el secretario de esta Corporación don Alberto Gallego Burín, gran amigo del fallecido.

Enviamos a la familia nuestro más sentido pésame, lamentando que el Ayuntamiento se vea privado de un funcionario tan ejemplar» (6).

Como no existían pensiones de viudedad, el alcalde de entonces, Manuel Ruiz Delgado, le ofreció a mi abuela compensarla con algún puesto para algún familiar suyo en el Ayuntamiento. Así que la reciente viuda, que compartía el primer piso de la casa familiar con su hermano Manolo, que era soltero, le convenció para que aceptara un puesto como auxiliar en la oficina de Arbitrios, hecho éste que no le sentó muy bien, según refería mi madre, pues le costó mucho esfuerzo adaptarse a los entonces muy dilatados horarios laborales que los funcionarios municipales tenían. Aun así siguió en su puesto hasta su jubilación en los años sesenta.


NOTAS

(1) AMSB, Secretaría, leg. 2611, expediente personal de Salvador Palacios Merino.

(2) El Diario de Cádiz del 30 de julio anterior informó que el Gobierno le había concedido licencia al duque de Tarifa (Carlos Fernández de Córdoba y Pérez de Barreda) para realizar excavaciones arqueológicas en el Cerro del Trigo, «en busca de la antigua Tartessos, a orillas del Guadalquivir». El duque se obligó a entregar cada mes una memoria sobre los trabajos.

(3) Todo ello incluido en El Liberal de Sevilla, jueves 4 de octubre de 1923: “En el Coto de Doña Ana: Se han hecho importantes descubrimientos arqueológicos”, p. 1.

(4) Schulten, Adolf: Tartessos, Ed. Espasa Calpe, Madrid, 1971, p. 262.

(5) AMSB, Actas capitulares de 1932, sesión de 4 de noviembre, f. 157.

(6) El Noticiero Gaditano, 2 de noviembre de 1932, p. 2.

viernes, 25 de noviembre de 2022

LA DESAPARICIÓN DEL PATRIMONIO HISTÓRICO MUSICAL SANLUQUEÑO


Salvador Daza Palacios

Los maestros de capilla de los dos centros litúrgicos más importantes de la ciudad de Sanlúcar, el Santuario de la Caridad y la Parroquia de la O, estuvieron vinculados a la casa ducal y algunos se incorporaron después a otras capillas más importantes de otras ciudades más populosas. Estos maestros –la mayor parte eclesiásticos— dejaron en Sanlúcar importantes muestras de su buen hacer musical, como pueden atestiguar las partituras y libros de coro que aparecieron en un cuarto cerrado de la Parroquia de la O con motivo de las obras de restauración que se llevaron a cabo durante el año 1993[1]. De dicho hallazgo de partituras religiosas podría deducirse que en la Iglesia Mayor actuaba un grupo instrumental que se componía de algunos instrumentos de cuerda, flautas, oboes, trompas y fagotes, y un grupo de cantores, todos con el acompañamiento del magnífico órgano barroco, que solemnizaban todas las importantes festividades de la liturgia católica. Esas partituras y otras que se encuentran en el Archivo Diocesano de Jerez, son los únicos testimonios documentales que nos han quedado sobre las obras musicales que se interpretaban en Sanlúcar. Desgraciadamente, la práctica totalidad del patrimonio documental musical que se conservaba en la Iglesia de la Caridad y en la Parroquia Mayor desde principios del siglo XVII desapareció bajo los efectos del descuido y la desidia[2].



Entra estas partituras descubiertas en 1993 en la Parroquia de la O estaban las del compositor Francisco Zapata, como autor de diversas Lamentaciones y otras piezas sacras, que se cantaban durante los cultos parroquiales con cierta frecuencia, a juzgar por su abundante material manuscrito. Desconocemos por desgracia qué ocurrió con dichas partituras, si finalmente fueron llevadas al Archivo Diocesano de Jerez, como en la noticia periodística publicada entonces se anunció. Tampoco podemos establecer una relación entre ese Francisco Zapata y el licenciado “Francisco Zapata” que Barbieri menciona en sus manuscritos como integrante de la capilla de música, “capellán y cantor contrabajo” del rey Felipe IV, desde junio de 1640 hasta que falleció en 1654. Una capilla que gobernaba como capellán mayor Alonso Pérez de Guzmán, hermano del duque de Medina Sidonia[3]



Noticia sobre un libro de obras de Juan de Vargas

El primer maestro de capilla nombrado por el duque para el Santuario de la Caridad fue Juan de Vargas. Desde 1611 ya ejercía su labor artística. Y por una certificación del administrador Lucas Fajardo[4] nos consta la existencia de obras compuestas por este maestro, que aún se cantaban en el Santuario setenta años después de su paso por Sanlúcar (1611-1615), hecho inusual, sin duda, y que otorgaría un valor estimable a estas composiciones que, desgraciadamente, se han perdido por la incuria de quienes tenían la obligación de conservarlas. Según el documento conservado, en 1682 se pagan a Pedro Coronado, maestro librero, 96 reales por «haber aderezado un libro de música de los que sirven en el Coro de dicho Santuario», según la conformidad dada por el administrador del mismo. 

            En el dorso, Juan Bautista Pulecio, administrador, aclara que se trata de un libro «de los de música GRANDE, que está en el coro de esta santa casa, para los oficios divinos, compuesto por el maestro Joan de Vargas, [que] se dio a aderezar por estar muy maltratado, y lo aderezó y renovó el maestro Pedro Coronado, que lo es de libros en esta ciudad, y se ajustó y apreció su trabajo y los menesteres para aderezar dicho libro en 96 reales...».


            Sería importante sin duda la colección de libros de canto existentes en el Santuario. Cruz Isidoro hace una somera relación, explicando que se hacían por encargo a copistas expertos, como el dominico residente en Sanlúcar fray Antonio de Venecia, quien los hacía a cambio de una remuneración regular que percibía del propio administrador de la Caridad[5]. Otro de los artífices sería Antonio Carnero Sandoval, que vino desde Granada para realizar un trabajo de copia en 1613. También se nombra a fray Antonio Marsellés, dominico, y a Lorenzo Rubio, presbítero, que  hizo dos libros de canto de órgano por 200 reales entre Julio de 1614 y Febrero de 1615.

Libro cantoral para el coro, en notación gregoriana

            También se adquirieron para el uso del coro y la capilla otros libros comprados directamente a mercaderes o libreros de Sevilla. Entre 1612 y 1615 los músicos y cantores de la Caridad se dotaron, entre otros, de un libro de himnos de punto de órgano, tres libros pasioneros, un tratado de  Artes del canto[6], un libro de canto llano y dos libros de canto de órgano de las Misas del célebre Giovanni Pier Luigi Palestrina (1525-1594), el compositor más importante de la edad de oro del contrapunto vocal[7].

            Desaparición de obras musicales del archivo del Santuario

            En el transcurso de todo el siglo XVII y la primera mitad del XVIII la actividad musical fue incesante, pues la capilla mantenía su actividad en todas las solemnidades programadas por la liturgia. Diversos compositores se sucedieron durante todo este lapso de tiempo, como fueron Diego de Grados, Gonzalo de Torres, Manuel de Fonseca, Gerónimo González de Mendoza, Juan Díaz, Juan Antonio Rico, Eliseo Sierra, Francisco Sáenz, Manuel de Carvajal, Francisco de Talavera, Francisco Vázquez Quincoya, Manuel Francisco Vázquez y Agustín Romero.  Es de suponer que todos y cada uno de ellos dejaron testimonio de su labor artística mediante la composición de diferentes obras litúrgicas. Pero desaparecieron del archivo del Santuario, inexplicablemente.


            En 1763 hubo un conflicto "político" con el administrador Losada y Gadea, a cuenta del hundimiento de una parte del Santuario. Lo destituyeron y nombraron a otro administrador, tras abrirle un expediente. A fin de junio Losada fue “despedido” y le sucedió Bartolomé de Henestrosa. Se hizo entonces un inventario de todo lo existente en la Caridad, alhajas y demás enseres[8]. Lo más importante de dicho inventario que nos interesa es lo siguiente:
            «Por la notificación en forma, hecha al maestro de capilla, Quincoya, para que restituyese al Archivo del Santuario todas las obras musicales del culto de Ntra. Sra. que estaban en su poder, como lo hizo».
            Esta memoria aparece firmada por Velázquez Gaztelu el 14 de Julio de 1763. En la redacción del inventario, sin embargo, aparece registrada “una colección musical para todas las fiestas y oficios del año, de los varios maestros de capilla que ha tenido el Santuario”. Lo cual nos indica que, como era lo común en todas las capillas musicales, el maestro tenía la obligación de componer determinadas piezas litúrgicas a lo largo del año, y así lo hicieron los de Sanlúcar. También se recogía en el citado inventario “todos los libros de canto llano correspondientes, manifiestos de todo el año”, registrándose su existencia sucesivamente en los diferentes inventarios hasta 1903[9]. Debemos lamentar una vez más que este importante patrimonio haya desaparecido a causa de la negligencia de quienes tenían la obligación de custodiarlo.
            Por Juan de Losada Gadea, el administrador, se manifestaron todas las alhajas de oro, plata, reliquias, ornamentos y otros muebles pertenecientes al Santuario. Todo ello, por orden de Juan Pedro Velázquez se inventariaron al por menor, enumerando todos los objetos existentes en el interior del templo. Comienzan por la plata, y destacamos  entre los enseres «un atril grande, sobredorado, que fue de la capilla del señor Emperador Carlos V». Una «corona de oro para la virgen, con ochenta y cuatro esmeraldas y un valor de quinientos pesos», que donó en 1756 el ya citado Velázquez Gaztelu. Entre las reliquias figura «el santo Sudario, dádiva del señor conde de Olivares a su primo el duque don Alonso VII, colocado en su urna de cristales y plata sobredorada».


En el apartado de Libros de la Iglesia se encuentra la información que más nos interesa:
            -Todos los libros de canto llano correspondientes a las fiestas de todo el año.
            -Una colección musical para todas las fiestas y oficios del año, de la compecición (sic)    de los varios Maestros de Capilla que ha tenido el Santuario.

Por los objetos existentes en el coro alto de la iglesia podemos comprobar también la abundancia de objetos musicales, pues allí se encontraban depositados:
            -Un realejo (prestado al Colegio de la Compañía de  Jesús). [Desaparecido]
            -Un órgano pintado, con varios registros. [Desaparecido]   
            -Un clavicímbalo para los oficios de Semana Santa. [Desaparecido]
            -Una lira descompuesta que ha muchos años no sirve.
            -Dieciséis libros del Coro grandes y chicos, los seis de ellos musicales y los demás, de Canto llano, y más siete procesionales. [Desaparecidos]

Todo ello estaba existente y se recogía en el inventario de orden de don Juan Pedro, quien en nombre del duque de Medina Sidonia se los entregó al nuevo administrador del Santuario, Henestrosa y Ledesma, quien firmó su recibo. Y firmó su entrega el nominado Losada y Gadea, en presencia del escribano, Joseph Matheos.


Pero la cosa no quedó aquí, sino que se realizó una diligencia a continuación a la vista de la inexistencia de las partituras modernas en el Santuario. Resulta inaudito que hace más de 250 años se velase más por este patrimonio que hoy día. Y podemos además comprobar cómo Velázquez Gaztelu fue un continuo vigilante del patrimonio sanluqueño, persiguiendo cualquier atisbo de desaparición del mismo. Así, «reconocido que en el inventario de los libros del Coro no se encuentran papeles de la Música moderna, compuesta por don Manuel Vázquez, presbítero, maestro de capilla de dicho Santuario», se acordó pasar a su casa y hacerle presente este asunto «para que los manifieste y se ponga por Inventario». Y en su consecuencia, «asistido por el antedicho Bartolomé de Henestrosa y del escribano, pasó a las referidas casas y precedido por la política correspondiente, el expresado don Juan Pedro Velázquez hizo presente al maestro Vázquez Quincoya la diligencia de Inventario antecedente, y entendido de todo ello dijo que estaba pronto a entregar los papeles que existieran en su poder, pertenecientes a la Música, con la brevedad posible». Y firmaron la diligencia los tres: Velázquez Gaztelu, Henestrosa y Matheos. Sin embargo Quincoya no firma la notificación, extrañamente.

Desde 1791 no encontramos más noticias referentes a maestros de capilla hasta 1862, año en que aparece como maestro de capilla Antonio Maqueda, nombrado en el mes de agosto de dicho año[10]. Precisamente se conservan de este maestro en el Archivo del Santuario las únicas obras pertenecientes a sus maestros de capilla que han quedado del riquísimo patrimonio existente desde su creación. Las obras conservadas son, al parecer, una colección de “Misas a cuatro y a ocho”. Maqueda aparece en 1866 como director de orquesta en Cádiz. Nacido en Granada, llegó a ser maestro de capilla de la Catedral de Cádiz, en cuya ciudad se tocaron en uno de los conciertos que se efectuaron en Abril de 1879, los números 2 y 6 de un Stabat Mater suyo, «que produjeron gran entusiasmo y que el público hizo repetir»[11].

Las noticias económicas referentes al Santuario cada vez son menores en la documentación del Archivo ducal. En la última década del siglo XIX encontramos sólo una cuenta de los gastos hechos en el Santuario en 1893, dada por el capellán Rafael Román Delgado[12]:
            —Aparece un gasto fijo mensual para “Piano”, de 31 pesetas[13]. (175)
            En Diciembre, se recoge el pago anual del organista y el cantor que actúan en la sabatina:
            —Cuenta del organista y cantor de la misa y salve en los sábados.....108 pts.


El patrimonio de la Iglesia Mayor Parroquial

En cuanto a la Parroquia Mayor, también poseía un buen número de libros de coro así como partituras originales de su capilla de música, como ya hemos explicado. Por desgracia, el descuido y la ignorancia han hecho que desaparezca este riquísimo patrimonio musical. A mediados del siglo XIX se registran diversos enseres sueltos en el principal templo sanluqueño: «Inmediato a la pila del bautismo había un claviórgano» que perteneció a la iglesia del extinguido convento de la Victoria. Y en el coro bajo, un facistol de caoba para los libros de coro, «que eran doce».[14]  Pero el claviórgano que en teoría se debía encontrar en la capilla bautismal no desapareció del todo. Se trasladó, por disposición de la superioridad, a la iglesia de los Desamparados en la Plaza de San Roque. Así lo había decretado el arzobispado el 23 de septiembre de 1850[15]. Aunque a día de hoy se ignora su paradero.



Tanto la capilla de música de la Iglesia Mayor como la de la Caridad se extinguieron y tan solo quedaron el organista y el sochantre, cargos que incluso llega a encarnarlos una sola persona. La desidia y el olvido acabaron con un pasado musical de gran importancia cultural y social, del que ha quedado tan solo constancia documental, pues ni siquiera partituras ni libros de coro han quedado, producto del abandono con que estos papeles fueron tratados, «arrojados a la humedad y la polilla, sin moverlos ni sacudirlos, para que lo que había respetado el tiempo lo consumiese el descuido» y la indiferencia[16].

Valga como testimonio de todo ello, la existencia (comprobada mediante las fotos adjuntas) de un armario de archivo de música propio de la capilla parroquial, que en 1999 apareció en algún cuarto olvidado y cerrado del templo pero que, para desgracia de todos, se encontraba vacío de papeles desde hacía mucho tiempo.


NOTAS


[1] Diario de Cádiz: 9 de Octubre de 1993: “Encontradas diversas partituras antiguas en la Parroquia de la O de Sanlúcar”
[2] DAZA PALACIOS, Salvador: Música y sociedad en Sanlúcar de Barrameda. Granada, 200
[3] BARBIERI, Documentos sobre música española y Epistolario. Legado Barbieri. Madrid, 1988, T. II, pp. 91, 95 y 101. VELÁZQUEZ GAZTELU, Catálogo…, p. 239.
[4] ADMS, leg. 3377. Hecha en Sanlúcar, a 14 de febrero de 1682
[5] Se le abonan 970 reales desde Octubre de 1613 a Marzo de 1615 por dos libros de canto llano. Otros 670 por dos libros santorales entre Octubre de 1615 y Abril de 1616. (CRUZ ISIDORO, F.: El Santuario..., p. 87)
[6] Quizás pudiera tratarse del libro del maestro de coro Juan Martínez de Sevilla titulado “Arte de canto llano”, que tuvo varias ediciones desde 1533. (MARTIN MORENO, A.: Historia de la música andaluza..., p. 182)
[7] CRUZ ISIDORO, F.: Op. Cit.., p. 87. Los dos libros de Palestrina costaron 100 reales y el libro de canto llano, 428 reales.
[8] ARCHIVO DE LA HERMANDAD DE LA CARIDAD, Leg. 3, carpeta 2: “Autos de toma de posesión de la Administración del Santuario de Nuestra Señora de la Caridad y Hospital de N.Sr. San Pedro su anexo, por don Bartolomé de Henestrosa y Ledesma, con el Inventario de Alhajas, ornamentos, muebles y Menajes en él contenido. En Esta ciudad de Sanlúcar de Barrameda, en 12 de Julio de 1763 años. Escribano, Matheos”.
[9] CRUZ ISIDORO, F.: El Santuario..., p. 88-89.
[10] CRUZ ISIDORO, F.: El Santuario...p. 88. Resulta harto extraño este nombramiento, pues precisamente en el mismo mes y año Antonio Maqueda y Castillo (Granada, 1810 - Cádiz, 1905) aparece como “maestro de capilla interino” de la catedral de Cádiz y así lo siguió siendo hasta su muerte. Maqueda era seglar y compuso música religiosa durante cuarenta y tres años, en el estilo propio de la época: gran melodismo y armonía sencilla aunque expresiva (PAJARES BARÓN, M.: Entrada “Cádiz” en el Dicc. de la Música Esp. e Hisp., T. 2, p. 863-864)
[11] SALDONI, Efemérides..., T. IV, p. 182
[12] ADMS, leg. 5361. Cuentas del Santuario de la Caridad y de la Merced. Gastos de culto y otros, 1883-1893. El predicador de la Novena cobra 175 pesetas.
[13] Según Cruz (Op. Cit. p. 89) en 1879 ya se había comprado este piano vertical, que aún en 1921 estaba en uso.
[14] CLIMENT, N.: Historia… t. 5, p. 527-528. Inventario de los bienes de la Iglesia mayor parroquial
[15] CLIMENT, N, Ibid., p. 533.
[16] Así lo expresa Velázquez Gaztelu, refiriéndose a otros archivos de la ciudad (Historia..., T. I, p. 83)