domingo, 13 de enero de 2013

De cómo apareció parte del Alcázar de las Siete Torres a final del segundo milenio y de cómo se destruyó en apenas diez años.


Por Juan Alcón Atienza.

En los primeros años de los noventa hablar de Patrimonio Histórico en Sanlúcar era hablar de la ruta del expolio y el abandono. Las importantes competencias que en este ámbito las leyes atribuían a la Administración Local en ningún momento fueron asumidas por nuestro Ayuntamiento, ni hubo nunca voluntad de asumirlas. El vacío absoluto en políticas de protección y puesta en valor de nuestro Patrimonio Histórico ha continuado hasta la actualidad.
La Ley de Patrimonio Histórico de Andalucía era, en aquellos años, una excentricidad que, sin embargo, fue el arma que me permitió, aún desarrollando mi labor desde oposición municipal, realizar un trabajo del que aún hoy me siento muy orgulloso.

Así, en aquellos años, desde el grupo político al que pertenecía, denunicamos y paralizamos extracciones de arena en yacimientos como Evora, el Cortijo de La Fuente o La Norieta; conseguimos la declaración como Zona Arqueológica de Evora; denunciamos repetidamente la situación de joyas de nuestro patrimonio inmueble como la Casa Arizón, el Fuerte de San Salvador, la Iglesia de La O, el Castillo de Santiago, Las Piletas, etc. Pero, sobre todo, tuvimos la oportunidad de elaborar un ambicioso catálogo de bienes protegidos de nuestro patrimonio arqueológico, arquitectónico y etnográfico aprovechando la revisión que, en aquel momento, se hacía del P.G.O.U. Gracias a ello pudimos proteger un número muy importante de bodegas destinadas a desaparecer tras perder la obligatoriedad del “uso bodeguero” en aquel infame P.G.O.U. cuya revisión pagaba Hohenlohe.

Cuando finalizaba mi mandato como Concejal y después de unos años muy intensos de trabajo, siempre en torno a nuestro Patrimonio Histórico, ironías del destino, me tocó predicar con el ejemplo: el hallazgo arqueológico más importante aparecido en el suelo urbano de Sanlúcar había aparecido “en mi casa”.
El “Castillo de las Siete Torres”, el alcázar árabe de discutida existencia, tan sólo asentado en las brumas de la leyenda fundacional de nuestra ciudad, estaba delante de mis narices. Durante años, sin saberlo, todas las asambleas de Izquierda Unida se realizaron de cara al lienzo de muralla que sirvió de primer Cabildo de Sanlúcar, justo en los primeros años del descubrimiento de América.

Las quejas de unos vecinos colindantes por el estado de ruina en que se encontraba una parte de la casa que albergaba la sede del partido, a la que no teníamos acceso, obligaron a desbrozar, tirar restos de vigas y tejas apoyadas a duras penas en un muro y a retirar escombros que anunciaban claramente que aquello fue la antigua bodega de la casa, comunicada a través de un hueco de enorme grosor con una patio con salida a la calle Escuelas.
 Y ahí estaba, mil años de historia en forma de colosal muro, perfectamente conservado, con sus magníficas saeteras escondidas tras la vegetación, sus maravillosos grafitis de barcos grabados en el estucado, su imponente estructura con extraños huecos y esquinas. Era imposible no darse cuenta de que aquella estructura embutida en la casa, y que la traspasaba hasta el Conservatorio, era parte de la fortaleza medieval que había existido en la actual Plaza de la Paz y que la memoria colectiva recordaba como el “Castillo de las Siete Torres”.
Temiendo que las labores de desescombro fueran a mayores y conociendo los proyectos de derribo que pesaban sobre la casa, denuncié inmediatamente el hallazgo ante el Ayuntamiento, la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía y ante todos los medios de comunicación locales. En pocos días fueron a visitarlo los técnicos municipales, el arqueólogo provincial de la Consejería de Cultura, todos los medios de comunicación y algunos curiosos como la duquesa de Medina Sidonia. Los planes inmobiliarios que amenazaban a la casa se paralizaron, para disgusto de muchos.
Los años posteriores fueron una permanente lucha contra el olvido, los intereses inmobiliarios particulares y la incompetencia de las administraciones, incapaces de estudiar y preservar un bien cuya importancia habían certificado a través de sus propios informes técnicos. Así, cada cierto tiempo, la muralla iba perdiendo algo, tiraron la parte superior con el argumento de que eran elementos añadidos, picaron, con la intención de seguir desmontándola, gran parte de la cara que da a la calle Escuelas que estaba llena de grafitis escondidos tras la cal y, al final, con el beneplácito de las administraciones, sin haberse realizado ningún estudio arqueológico serio como se había solicitado en repetidas ocasiones, tan sólo quedó el trozo que hoy conocemos, sujeto por vigas metálicas y oculto dentro de un edificio.
 
Los años posteriores fueron una permanente lucha contra el olvido, los intereses inmobiliarios particulares y la incompetencia de las administraciones, incapaces de estudiar y preservar un bien cuya importancia habían certificado a través de sus propios informes técnicos. Así, cada cierto tiempo, la muralla iba perdiendo algo, tiraron la parte superior con el argumento de que eran elementos añadidos, picaron, con la intención de seguir desmontándola, gran parte de la cara que da a la calle Escuelas que estaba llena de grafitis escondidos tras la cal y, al final, con el beneplácito de las administraciones, sin haberse realizado ningún estudio arqueológico serio como se había solicitado en repetidas ocasiones, tan sólo quedó el trozo que hoy conocemos, sujeto por vigas metálicas y oculto dentro de un edificio.
Al menos, el resto de muralla existente prueba que no fue un sueño, en contra de las opiniones de muchos historiadores de hace apenas veinte años, el “legendario” Alcázar de las Siete Torres existió, hubo una Sanlúcar antes de Guzmán el Bueno, tenían razón las Crónicas castellanas de Alfonso X, las árabes del Rawd al Qirtas, el propio privilegio rodado de Fernando IV y Velázquez Gaztelu que, cuando expresa su hipótesis sobre la estructura originaria del Alcázar Viejo, dice que la torre que sirvió de consistorio hasta 1550 “está inclusa hoy en el Pósito antiguo, detrás de la alhóndiga, cuyos robustos muros aún se ven patentes...”.
Aunque queda casi todo por investigar, hoy cuando se escribe sobre la Historia de Sanlúcar hay que hacer referencia necesariamente a nuestro pasado árabe, al Alcázar de las Siete Torres y a todas las fuentes anteriores a la donación del señorío de Sant Lúcar a Guzmán el Bueno.
Y cuando en años venideros se escriba la Historia de la Sanlúcar de principios del tercer milenio habrá que decir, con vergüenza, que no fuimos merecedores del regalo que se nos hizo con la aparición de los “robustos muros” del Alcázar, que en tan sólo diez años redujimos a la nada lo que los sanluqueños habían sabido consevar durante mil años y que deberíamos haber preservado otros mil para las generaciones futuras.

En Sanlúcar de Barrameda, a 14 de enero de 2013

JUAN ALCÓN ATIENZA (Cedido por su autor para la publicación en este blog)

1 comentario:

Manuel Toribio dijo...

Os felicito por este artículo, aunque ya estoy muy lejos tanto espacial como temporalmente, aún me duelen las tropelías que se cometieron-se cometen-en la Sanlúcar de mis hijos. Algúnn día, se arrepentirán de todo ésto, cuando Sanlúcar sea una ciudad totalmente impersonal y ya haya que llamarla de otra manera.